ZUNÁI - Revista de poesia & debates

 

 

EL LIBRO Y LAS POLÍTICAS CULTURALES VENEZOLANAS

 

Julio Borromé

 

A Estefanía Mosca

en la memoria.

 

Es la lectura y su objeto material, el libro, una de las tantas maneras de acercarse al conocimiento, a la vida, al escritor que nos deslumbra porque nombra lo que habita en nosotros, y que se parece tanto a lo que a diario vive un hombre en una patria cualquiera. Allí, en esos intersticios del dolor o la alegría, nuestra imaginación aprehende esos productos culturales que son los libros, y su efecto material, la escritura. Esa escritura y esos libros son además el espacio de reconocimiento y diálogo que nos educa,  que nos forma y transforma nuestra identidad dentro del marco de un intercambio entre hablantes, como bien lo quería Simón Rodríguez.

 

El libro cobra mágica virtud al presentar un camino, un camino que no es definitivo, y aun más que esto probablemente, una búsqueda especial del espíritu. Esta búsqueda comunica —más que una sintaxis metafísica—, la elástica de las imágenes guardadas en esa caja de resonancia, que es la memoria. Pero toda memoria, también es olvido. El poder de evocación selecciona imágenes a lo largo de una vida; entonces los recuerdos viajan para fundar sonidos, para fundar palabras, a quienes un raro destino hizo brotar de una mezcla tan maravillosa de voces y tradiciones, las cuales conservan y perpetúan la cultura de un pueblo o las comunidades de memoria. Este libro endógeno, es un reconocimiento de lo que fuimos, somos y seremos. Es un libro que se construye a través de la comunión y el compartir de saberes audibles, que se transmiten de boca a boca.

 

En esta idea de los libros y la lectura, y a contracorriente de la opinión de los historiadores de los impresos, que han establecido pautas para definirlo en toda su dimensión formal y estética, nosotros podemos reconocer, que la Constitución Bolivariana de Venezuela, es un libro. Si no fuera por su evidente reconocimiento, pasaría por esos extraños minilibros que nos llevan a un mundo mágico. Pero aquel libro tiene una historia. Es el mismo que nos reunió ante el fuego sagrado; un libro que nació en medio de una desgarradura social; un libro impulsado por un espíritu telúrico y de temple libertario; que puso a leer a la patria entera, y que generó tal interés, que el pueblo se movilizó para discutir sobre un texto, un texto hecho de palabras que dice sobre un asunto bien particular: un proyecto político para esta generación y las futuras. La Constitución Bolivariana de Venezuela, nuestro libro fundamental.

 

He aquí el llamado para redimensionar aquel enunciado de Aristóteles a sus conciudadanos: el hombre es un animal político. En este llamado el hombre conversa con los otros, se parece y se distingue de los demás en su ejercicio del decir. Es a través de este diálogo de intersubjetividades, pleno de referencias, en el cual, el desafiante quehacer de nuevos lectores ofician la búsqueda de múltiples sentidos que los construyen como sujetos de la memoria y de la historia. En la medida en que asalten la realidad desde la lectura, afilando la conciencia crítica, consolidamos un país en permanente agitación de sus potencialidades y fuerzas subversivas. El hombre, animal político, también es homo ludens y homo lectoris.

 

Un nuevo lector de esta realidad dinámica y nunca homogénea debe ejercer su pleno derecho a la educación, a la dignidad, al sentido de pertenencia, a la lengua, a su expresividad y a sus matices dialectales; y aún lo más complejo, orientar estos derechos a la búsqueda de una utopía concreta, que proponga una estética de vida que parta de lo utópico a lo científico. En esta búsqueda se expresan las aspiraciones individuales y colectivas, donde el libro y la lectura son herramientas imprescindibles del hombre y de la sociedad.

 

Este lector (a), comienza por rebelarse; es un sujeto que produce sentidos. Una vez generalizados son y forman parte de códigos culturales que materializan la expresión diversa, el entendimiento diverso. Por consiguiente, la democratización de la lectura cuenta, si quienes leen, participan de una opinión socializada que representa el profundo sentido del intercambio simbólico, llamado en la tradición, cultura.

 

Entonces el Lector (a), la lectura de los libros y los libros como productos culturales pertenecen al amplio espectro de la cultura. No es este el momento para problematizar el concepto de cultura y sus implicaciones en el devenir del hombre y de sus oficios. Las definiciones son múltiples, tendenciosas y jerarquizadas. Basta señalar que nosotros apostamos por un diálogo entre la cultura universal y las culturas locales. Un diálogo crítico cuyo horizonte creativo exprese no sólo la medida de esas cuestiones iluminadas que deben corresponder con el espíritu, sino de forma más radical, hacer de la cultura una investigación sistemática que jamás anule las intuiciones primigenias muy ligadas al saber popular, por cuanto una consideración histórica debe incluir la validez de todo acontecer humano, muy por encima de una pretendida élite cultural. Debe incluir las actividades concretas y creadoras, como por ejemplo, las artesanías, las historias de vida, la gastronomía, las autobiografías, la historia del terruño y de la esquina, la historia de las casas, la geografía de los árboles, los oficios milenarios, muy ligados a lo mágico religioso; los sobanderos, las brujerías, los rezos, las canciones populares, las letanías, los ritos, la danza del jaguar. Este hacer cultural, simbólico y diverso, que brota de lo más profundo de los imaginarios colectivos representa la identidad de los pueblos, aún más si la comprendemos como manifestación que abarca la cultura de un país, pero también, la representación endógena de los procesos socioculturales. Así pues, sus cosmogonías y visiones de las cosas, desde el punto de vista de la cultura nacional, dan cabida a la diversidad.

 

Asomamos, entonces, esta provisional y modesta tentativa de definición, ajustada a nuestro contexto histórico.

 

La cultura es el movimiento intempestivo de todas las fuerzas creadoras de los ciudadanos, que se desestructura a diario para cambiar sus formas y contenidos en un permanente transformarse. En este sentido, nada permanece estático y viejo. Lo que se funda, fundándose, redobla su dinámica por la misma realidad que se impone; transforma el hacer del ciudadano en actos subversivos.

 

Como ejemplo pensemos en la fuerza y en el dinamismo que le imprimen a los acontecimientos diarios, la participación activa de los ciudadanos y ciudadanas que conforman los Consejos Comunales. Sujetos históricos de esta nueva institucionalidad que por ética revolucionaria tienen la urgencia de cambiar sus propias subjetividades y la realidad que los obliga a tomar conciencia de los hechos. Este proceso dialéctico es inagotable; no podemos transformar la realidad si todavía el ciudadano no ha cambiado su manera de ser, de ser un mejor vecino, un mejor ciudadano, cambiaría entonces su ontología social.

 

Que sirva esta aproximación a la cultura y sus alargaduras para valorar algunas consideraciones en materia de políticas públicas culturales.

 

Pero ¿tiene que ver la cultura, la nueva institucionalidad con el nuevo lector, el libro y la lectura?

 

No es temerario plantearse el proyecto de las Misiones Educativas, la creación de los Consejos Comunales como fundamentos históricos y filosóficos del Socialismo del Siglo XXI, orientados, entre otros asuntos, a la masificación de lectores y promotores culturales que asuman plena conciencia de la responsabilidad que tienen como sujetos transformadores. Bien vale recordar a Vladimir Maiakovsky: Si un libro está destinado a unos pocos para ser objeto exclusivo de su consumo y si, además de esto, no tiene ninguna otra función, indudablemente es un libro inútil[1]

 

Se trata de masificar el libro y poner en marcha planes de lectura en todo el territorio nacional, —sabemos que ya se ha adelantado la formación de las Escuadras revolucionarias de lectura— para que el ciudadano como expresión del Proyecto Político contenido en la Carta Magna, nuestro libro de los consejos, reconozca el derecho a la educación, que colinda con este otro, el derecho a ser libre, a conocer. Y qué más libertad y conocimiento dentro del Socialismo en construcción que los nuevos lectores tengan como derecho acceder a una educación popular fundamentada en nuestra historia, en nuestro temple independentista e indoamericano, donde podamos leer en español, como lo decía Mario Briceño Iragorry; leer en español, y yo agregaría con los artículos de la Constitución Bolivariana referidos a nuestra herencia indígena, leernos en Kariña, en Pemón, en Ye’kuana, en Yukpa, y dar a conocer las lenguas, aquellas sobrevivientes a los blasones de la conquista española, e intentar rescatar con ayuda de antropólogos y lingüistas, las que están en vía de extinción o viven agónicas en un solitario heredero indígena. En Venezuela son 30 los pueblos indígenas registrados en el censo de 1982, y 5 pueblos más que se autodefinen como indígenas. Cuánta literatura, cuánta historia, cuánta sabiduría escondida. Esta lectura de nuestros auténticos habitantes de la tierra, no invalida la lectura de nuestros autores de todas las épocas, ni niega a los autores universales. Vamos a leerlos en libros, a precios módicos, donde todos los venezolanos (as) adquieran sus materiales bibliográficos en español y textos bilingües. Las editoriales venezolanas y en especial ediciones Ekaré, y el Perro y la Rana recogen en sus hermosos libros buena parte de esta tradición oral en lengua propia. Ahora con el llamado a Concursos Nacionales sobre literatura indígena, la propuesta de incorporar la cultura de los pueblos autóctonos, seguirá legitimando una Literatura Nacional que no ha negado el valor legítimo de la sabiduría y prácticas indígenas y afrodescendientes, como si aquí los negros africanos y los indios de esta tierra no fueron explotados, obligados a cambiar sus costumbres y sus dioses por un imaginario fantástico, herencia de la edad media y de la evangelización resultado de la expansión de un proyecto colonialista. Nuestras lenguas y tradiciones también deben leerse y tomar un justo lugar en la historia y los pemsa de estudios. Esta literatura compartirá en un nuevo plan educativo, las lenguas ancestrales y la herencia mágico religiosa como instrumentos de diálogo con la ciencia y la tecnología, baluartes de la Modernidad. Esta literatura comprende una realidad que convive con realidades diversas. Somos un país con un modelo multicultural, complejo y con toda la libertad de reclamar su derecho a la diferencia, a nuestra diversidad incluyente y respetuosa de los modos organizativos propios de los pueblos, muy distante, por cierto, de la mirada camorrista de las Naciones Unidas y de todos los organismos que siguen las políticas segregadoras y racistas del imperio estadounidense. Pero también, en lo pequeño, podemos compartir nuestros libros, en los espacios de la comunidad, en las casas, en las plazas, en las esquinas, y olvidar ese vicio de que el Estado reparta libros a montón, como si ya no se estuviese haciendo un descomunal esfuerzo en políticas de subsidios con los millones de libros que se editan en las distintas imprentas del Estado, a precios muy bajos. Así pues, distanciados y consciente de que nuestra relación con el estado debe cambiar, comencemos por acercarnos al libro con conciencia; brindemos el apoyo a las editoriales, librerías, imprentas e impulsemos a los nuevos lectores a la adquisición de sus propios libros. De esta manera, el libro cambia su faz, es un amigo, una búsqueda como de novios; el libro así, es parte de nuestra cotidianidad, de nuestros sueños y noches de despedida. Qué hermosa obsesión hacer una biblioteca, qué aventura Mirandina, qué azares misteriosos nos unen a esos autores, a esos libros imaginarios y a sus correspondientes lectores con sus extrañas búsquedas inconscientes, que continúan en la vigilia, tras las huellas del otro que lee. A excepción de las ediciones especiales que el Estado venezolano obsequia por tratarse en primer lugar de seducir, de animar, de involucrar a los nuevos lectores en el maravilloso mundo del libro, no obstante, vislumbremos una relación del lector distinta con el libro. La política de editar los Miserables, el Quijote, Doña Bárbara, las cartas de Simón y Manuela, la biblioteca temática, sitúa al lector en decires universales. De allí la importancia de poner en circulación estos libros de grandes tirajes en distribución masiva. Esta debe ser la excepción y no la norma. Vale destacar los Ocho millones de libros, libros en (1, 2, 3 y 5 BsF), la colección clásica de autores venezolanos, las bibliotecas comunales de 100 títulos. No hay excusas ni quejas para leer. Quien tenga ojos que vea, quien tenga ojos que lea.

 

Siguiendo a Don Mario y su rabiosa frase, leer en español; leer en nuestras lenguas autóctonas que nos dan legitimidad como pueblo, nada más adecuado, sin olvidar las publicaciones bibliográficas científicas y humanísticas que intercambiamos con universidades, editoriales, bibliotecas, embajadas del mundo a través de nuestros servicios de red  de Bibliotecas Públicas y otras instituciones culturales, que leer nuestra realidad política desde, con y para los venezolanos y venezolanas. Esta política cultural de identidad nacional no excluye el diálogo compartido con otras culturas y otras realidades, de este continente y más allá del Atlántico. Todo lo contrario, nos afirma a lo largo y ancho de la Patria Grande. Reviste una gran importancia nacional identificar nuestra cultura con nuestro propio hacer, que es también el hacer y la cultura de los países con quienes compartimos una visión del mundo, una misma historia y una política frente al imperio y frente a sus sutiles maneras de colonizar la psiquis de nuestros pueblos. Una de éstas al decir de Don Mario se manifiesta en: Esa fácil literatura (producto de las empresas del libro y las revistas de moda) de barato cosmopolitismo es manera de garra en el proceso de coloniaje intelectual con que el yanqui pretende doblegar la conciencia de nuestros pueblos para convertirlos en fáciles changaye[2]. La angustia de Don Mario Briceño Iragorry, y la angustia de algunos dolientes venezolanos, atentos a la penetración ideológica del imperio, penetración invisible, o ideológica como conceptualizó el poeta Ludovico Silva a esta sutil forma de alienación, en su forma impresa, —libros y revistas—; terminó por escucharse y asumirse políticamente en tiempos de las políticas culturales de la revolución bolivariana. A este llamado de atención, se le suma otro de Don Mario, en el que emplaza al estado venezolano de su tiempo, a proteger el patrimonio y cultura local, y su honda preocupación por el alto costo de los libros. Estas inquietudes son materia de profunda revisión histórica y crítica en el proceso bolivariano, no sólo en los aspectos bibliográficos felizmente abordados por la política editorial que aumenta los niveles de producción bajo un costo menor para que los libros lleguen a un mayor y creciente número de lectores, sino también en el empleo de una política de conservación de nuestras tradiciones, que abarca el patrimonio inmaterial y material hasta esa idea maravillosa de las ciudades patrimoniales. En este sentido el proyecto editorial venezolano y sus aliados, las Librerías del Sur y la Distribuidora Nacional; las editoriales El Perro y la Rana, Monte Ávila Editores, la Biblioteca Ayacucho, El Sistema Nacional de Imprentas, proyecto que prioriza los estados regionales y da cabida a los géneros tradicionales, a los autores inéditos y a los temas patrimoniales, la Imprenta Nacional y el Celarg, la Casa Andrés Bello cumplen con las exigencias de un creciente número de lectores (as) que ahora comparten su fervor patrimonial y su entusiasmo en las Misiones Educativas y con los lectores que se formaron en esa otra Venezuela de élites y cofradías literarias. Para ellos también están publicados estos libros. Estas artillerías del pensamiento, que son las imprentas, como decía Simón Bolívar, construyen en base a una política de masificación de lectores y escritores, el nuevo horizonte cultural de nuestro país, las nuevas generaciones de venezolanos y venezolanas que apuntan sus ideas hacia la construcción del Socialismo del siglo XXI.

 

En un hermoso libro, para leer y para ver[3] en su primera edición publicado en 1987, el escritor venezolano Alfredo Armas Alfonso pincela la vida de este editor que produjo en pequeñas imprentas libros y revistas que marcaron el inicio de importantes grupos de vanguardia literaria, aún cuando la represión perejimenista arreciaba contra la difusión de las ideas. En uno de los paratextos del libro se lee: Existe la necesidad de que el escritor se dirija a su pueblo abandonando lo que puede llamarse lenguaje “magistral”. Podría señalarse que más necesario es aumentar las posibilidades culturales del pueblo para hacerlo participar de las obras de sus escritores “magistrales” o no. Tal vez sería necesario pensar en un método educativo que continuara la tarea de alfabetizar. No simplemente leer, poder leer, sino afinar y adelantar continuamente la facultad que hace de la lectura una posibilidad de comprender de veras. Y en otro paratexto, continúa el autor: Yo diría que la gran mayoría de los libros producidos en Venezuela son la expresión de círculos muy reducidos, con escaso interés general, ya se trate de historia, de economía o de literatura. Parece que hubiere una gran distancia entre las preocupaciones del intelectual que escribe y las del hombre venezolano, las del pueblo venezolano. Comprendo que el escritor es un individuo de élite; pero no tiene porqué dirigirse siempre a las élites. Quizás por eso se tiene el prurito de editar muy bien y no de editar muy barato.

 

Traigo a colación estos textos porque son pertinentes; porque las políticas culturales empleadas por el gobierno nacional han respondido históricamente desde el presente a las preocupaciones de apólogos, editores, libreros y afectos al mundo del libro desde el planteamiento que hiciera Mario Briceño Iragorry, y en el presente, al falseamiento de intelectuales, escritores, universitarios y cadenas de librerías privadas que apuestan al fracaso de las políticas editoriales. A estas alturas, cuando la producción editorial es mayor, con diversidad de colecciones y temas, mientras sorteamos dificultades en la distribución y crece el número de Librerías del Sur, de talleres y concursos literarios, estos bibliófagos mentales no se cansan de lanzar sus ristres contra nuestras editoriales, librerías e imprentas. Ellos fustigan la producción editorial y la edición de libros venezolanos, machacando a rabiar en prensa, televisión y programas de radio, el escaso valor estético y el contenido de los mismos. Son los mismos egoístas, los censores de la poesía, o aquellos que detestan al escritor con plena conciencia de clase, u otros, que condenan los numerosos concursos literarios, ejemplos de ello: el Certamen Mayor de las Letras y el reciente, Historias de Barrio Adentro, promovidos por la Editorial el Perro y la Rana, donde todos y todas pueden participar. Esta negación “a priori” más biliar que razonada, responde en primer lugar, a esa mente colonizada producto de la visión exógena-cosmopolita que les dicta desde lo más profundo del ser que, todo lo que se publica y se piensa en el extranjero es mejor, mejor papel, mejor contenido, mejor edición. Esa materia alterada producto del eurocentrismo compromete mucho más su dependencia psicológica y la miopía ante asuntos de tanta relevancia como la publicación y distribución de millones de libros que el estado nacional produce mediante proyectos editoriales. Y no sólo valoramos este aspecto del complejo proceso que el libro sufre, desde su creación en la mente del autor hasta la llegada a las manos del lector, sino la voz de los nuevos escritores que llega con fuerza inusitada, como propuesta estética y social en construcción, en algunos casos, con perfiles de escritores bien definidos. Además la lectura de estos libros empieza a producir una nueva crítica ajustada al contexto social, y a las nuevas formas de producir ficción en estos tiempos de viscosidad histórica y literaria. Con este impulso editorial nace la renovada Literatura Nacional, desde su más profunda conciencia, porque, nutrida de la literatura indígena y acompasada de las nuevas voces, el arraigo, la frescura y la crítica fortalecen el proceso político del siglo XXI. En segundo lugar, las casas editoriales con intereses mercenarios critican la desventaja comercial, según sus asesores del mercado, por los bajos costos de los libros que produce el Estado. Sin duda, este último aspecto, el económico, el más duro de roer para quienes sólo se preocupan por recuperar e imponer la hegemonía en el mercado del libro y a sus imprentas; no en beneficio de los escritores en proceso de formación y de todo venezolano (a) que aspire ver su libro publicado; sino el demagógico palabreo de los representantes de la cámara del libro con sus antojos pecuniarios y llamados que en nada favorecen a la masificación del libro, y su extensión, el pensamiento crítico. Estas empresas privadas ponen a circular sus productos con precios exorbitantes; para muestra un botón, la novela El tren pasa primero de Elena Poniatowska, obra ganadora del premio Rómulo Gallegos, publicada por Monte Ávila Editores, en convenio con el Celarg cuesta en el mercado venezolano cinco (5) BsF. y el mismo libro publicado en la editorial Alfaguara, marca el precio de (80) Bs.F. Más allá del marketing, de la oferta y la demanda, del margen de ganancia, del derecho de autor, del tema de la inflación, vale la pena preguntarse por el acierto del estado venezolano en aplicar una medida de subsidio, para estas obras premiadas y para todas las publicaciones de las miles que las editoriales ponen en las Librerías del Sur, en algunas librerías del sector privado que han marcado catálogos con nuestras publicaciones, en ferias regionales, nacionales e internacionales. Son aquellas las mismas editoriales privadas que compran los derechos exclusivos de algunos autores que actúan como valores de cambio y todo el show mediático tras el boom. Estos autores, por supuesto, comparten sus vidas con sus lectores de pose y moda, que “leen todo” lo que fabrican estos asalariados de la literatura que perpetúan la división del trabajo. Es cuestión de elección de cada lector, de los vaivenes en la distribución, de las ofertas que el mercado propone, del problema de las importaciones. Pero el sentido profundo de esta inversión del Estado venezolano es forjar conciencia crítica a través de una política editorial que contribuye a formar nuevos lectores de la realidad. Porque no sólo se trata de libros y nuevos lectores, se trata de un modelo cultural alternativo al sistema capitalista y a su vertiginoso flujo de consumo. El libro es un instrumento para la transformación individual y colectiva. Es un viaje, una experiencia lúdica y estética, pero también es una mercancía, que responde a una lógica de capital. Un valor de cambio en la cultura capitalista, que gana asiduos lectores de consumo para la basura que ellos producen hasta reciclar sus miasmas. Entonces podríamos preguntarnos para el debate: ¿Habrá que acelerar los procesos sociales que prefiguran el socialismo del siglo XXI para que el libro alcance su verdadera misión transformadora?

 

Uno podría preguntarse quiénes publicaban en este país, con qué lenguaje esotérico, no falto de artificios ininteligibles, embaucaban a los bisoños con semejantes trucos hegelianos. Qué cúpula de elegidos pretendió hacer cultura sin la participación de las mayorías. Qué leían los lectores y qué literatura pomposa y desarraigada proponían al país como literatura nacional. Uno también podría afirmar, al contrario, que el estado venezolano practicando la ética revolucionaria que eleva la conciencia de los ciudadanos, trabajó incansablemente para que el pueblo, libre de analfabetismo cumpliera su papel histórico. Nuevos lectores, nuevos ciudadanos. El Estado con esta política de inclusión educativa incorporó a los nuevos lectores a la vida nacional, a los proyectos culturales, sociales y políticos. El Estado venezolano es el responsable de adecuar las políticas en materia de producción editorial, al ritmo de la nueva institucionalidad. Los ciudadanos al conocer la realidad, la transforman, y las contradicciones surgidas al calor de ese ejercicio de ruptura epistemológica, de lo que llamaríamos la inversión de la teoría a la praxis, nos abriría una nueva experiencia en el -hacer -para -ser -conociendo.

 

Por supuesto, nada hacemos con quitarle la cáscara a la naranja; la construcción de nuevos lectores y de la nueva institucionalidad, una vez que han asumido la conciencia nacional, irán, en fases sucesivas y dialécticas, transformándose a sí mismos y a sus entornos familiares, transformando, por tanto, a las localidades donde hacen vida cultural. Estos procesos de experiencias compartidas y de realidades intersubjetivas y sociales contribuirán a resolver los problemas concretos que las comunidades necesitan para elevar su conciencia política. El ciudadano de un país de lectores es un lector en la complejidad de los referentes culturales. En principio leemos realidades concretas, antes que textos. Muchas veces, estos nuevos lectores que han acumulado experiencias de vida, enriquecen la lectura que luego hacen de los libros. Ya han trazado un camino, ahora les toca desbrozar la paja de los rosales y los rosales de la paja. Aquí deben operar dialécticamente estos dos saberes, el saber acumulativo de experiencia, y este saber novedoso y siempre cambiante de la lectura, como oficio crítico y placentero. Estos aprendizajes se complementan y no se excluyen. El lector (a) reconstruye su memoria, su espacio de convivencia, se cuenta con el otro. En este sentido, somos pequeños hacedores de la propia vida y de la ajena. Cómo podemos olvidar, en la gran historia, siglos de genocidio en nuestra América, u olvidar, en lo pequeño, el problema de aguas servidas que afecta a todo el barrio. Son dos planos, donde la memoria intercede en el nuevo lector, el que cuenta para recordar y toma conciencia histórica, en el primer caso, y en segundo caso, el que opta por asumir la política desde la praxis. En los dos aspectos, la ruptura con la memoria deja paso al desconcierto y al escepticismo donde cabe la resignación y la sospecha. El nuevo lector, según hemos perfilado su tipología, será un lector que acompañe la lectura silenciosa: una lectura de viaje interior donde la imaginación guíe su descenso, con la lectura formativa en las comunidades, lecturas en voz alta, participativa y de intercambio de ideas para la construcción de un saber compartido, que no sólo sea el esfuerzo del conocer por el conocer, máscara de la bizantina frase del arte por el arte; sino el conocer la realidad para transformarla. Y los libros y la lectura ayudan a transformar el hombre, y éste a la realidad.

 

Para que podamos concretar un país de lectores en esta complejidad política que nos depara el siglo XXI, es menester profundizar el proyecto político-cultural en marcha, así como también las iniciativas que se producen en plena dinámica de producción editorial y formación de ciudadanos a través del encuentro con el libro y la lectura: ferias del libro, talleres dirigidos a las comunidades de creación de papel artesanal; ferias de libros usados, la creación de mesas técnicas del libro, foros itinerantes sobre el libro, un museo impreso y digital del libro, aprovechando las tecnologías; casas regionales del libro, éstas consistirían en que cada comunidad oriente su biblioteca de acuerdo a sus intereses y expectativas, y que sin duda, ayude a resolver o en su defecto a enfrentar problemas bien concretos, familiares o comunitarios, por ejemplo. Se emplearían en lecturas de grupos de acuerdo al interés: libros sobre hierro forjado, libros sobre reciclaje, libros sobre conservación del ambiente, libros sobre carpintería, libros sobre cultivo de conucos, libros sobre albañilería, libros sobre sexualidad, etc. Para la operatividad de esta propuesta el Consejo Comunal, pensándolo como el nuevo garante del poder comunitario, a través de sus mesas técnicas o comités respectivos, evaluará su diagnóstico comunitario para ubicar ciudadanos que beneficien a la comunidad con sus oficios tradicionales, por ejemplo, el vacío de mezcla y pego de friso, si fuese el caso de un albañil. De lo contrario, buscaría asistencia especializada en los institutos del estado en materia de talleres permanentes. He aquí, cómo en ese proceso dialógico y dialéctico entre la realidad y sus actores sociales; el libro y la lectura, como herramienta de soporte técnico, origina el interés en la comunidad en propiciar la organización y el estudio de la realidad.

 

Propongo también las redes de lectores permanentes, que hagan la experiencia de la lectura, en fases sucesivas de acuerdo a sus especificidades, organización y al movimiento de sus gentes. De esta manera el libro reúne, acompaña y beneficia tareas organizativas de los Consejos Comunales, por ejemplo. Ahora serán redes de lectores, pero en el momento necesario estos mismos lectores conscientes de su papel histórico y de la rica experiencia creada en base a discusiones, estarán a la altura de la misión política que los nuevos tiempos reclamen. En estos encuentros de lectores con los textos surgen ejercicios concretos de diálogo y reflexión, que por lo general se ponen por escrito. Aprovechemos estos materiales para su publicación en el Sistema Nacional de Imprentas correspondientes a cada región, un libro de todos y para todos.

 

Un cambio de siglo, que no cierra historias para América Latina, ni tampoco borra las memorias de los hombres que hacen la pequeña historia desde el terruño; es también, este siglo de cambalache, un cambio de actitud ante las grandes cosas que nos suceden, cuando abrimos un libro y leemos, y nos leemos todos. Y somos, entonces, ese personaje, que César Vallejo levanta ante nuestros ojos, cuando la multitud lo despierta de la muerte, y entonces, toda la humanidad anda a pie, de nuevo por el mundo.

 

Notas

 

[1] Vladimir Maiakovsky. Poesía y revolución. Pág. 28.

[2] Mario Briceño Iragorry. Aviso a los navegantes. Pág. 35.

[3] Alfredo Armas Alfonso. Juan de Guruceaga, la sangre de la imprenta.

 

 

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[ ZUNÁI- 2003 - 2011 ]