ALEJANDRO RICAGNO
PARA LOS BIÓGRAFOS
Morir no era el botín, el arcón
por herencia a los hijos del alma.
Pero la carne cansa.
Se aja la ternura en los crecidos
que fueron de tus manos,
y en los que creciendo de tus manos
son ahora el botín de la memoria.
Y no hay tesoro.
El arcón esta lleno de papeles manuscritos
Y cada uno es polvo de insomnio,
de muerte a alturas que creíste alcanzar
mientras caías,
ajado de no saber partir.
De ser siempre nonato.
EL VERANO DE ALASKA REVISITADO
Lo leímos en un diario.
Una nota, apenas suelta,
entre las grandes catástrofes.
En Alaska,
unos científicos habían encontrado
a una anciana inuit
que hablaba un antiguo dialecto.
¿Recuerdas aquel verano que no fue?
Nadie más en el mundo lo hablaba.
¿Recuerdas, te repito, aquel verano que no fue?
Perdidos ambos en las noticias,
lo leímos.
Ella,
la pequeña anciana inuit,
ya a punto de morir,
acunaba en su pecho
las palabras de ese lenguaje
ya a punto de morir.
Les daba de mamar un pecho seco
¿Recuerdas?
Aquel verano queríamos ir Alaska
y comenzar lo que acababa en la nieve.
Y ella,
la pequeña anciana inuit
armaba con el ruido de esas palabras
un paisaje por el que nadie más pasaba.
Por el que nunca más,
nadie podría pasar.
Era un verano seco, recuerdas,
queríamos ir a Alaska
mientras nuestra casa se incendiaba.
La última reina, la última heredera.
¿Recuerdas cómo estábamos perdidos,
a punto de perder
entre las grandes catástrofes?
Los exploradores,
que jamás caminaron
por la grandeza glaciar de ese paisaje
del que la pequeña anciana inuit era la última reina,
la última heredera de su raza
y de todo cuanto su raza nombró e hizo existir,
intercambiaron algunas palabras,
rudimentos apenas,
que ella reconoció en su pecho.
Recuerdas, lo leímos distraídos en uno
de nuestro últimos desayunos de un verano seco,
y Alaska estaba lejos.
“Deberían darle de criar a un niño”,
dijiste en el verano seco
¿Recuerdas el frío
de nuestro incendio sin casa?
Y entonces, entre señas
los exploradores
llegaron a preguntarle a la reina:
“¿Qué siente al saber
que es la última heredera del tesoro?”
Un verano seco que no fue,
un frío helado como incendio,
nuestra casa no estaba en Alaska
¿Recuerdas
el principio del fin?
“Nadie”,
alcanzó a decir la anciana
en un lenguaje que no era el suyo
—como nuestra no era nuestra casa,
en el desayuno de las
grandes catástrofes,
las conversaciones secas—
“Nadie sabe”,
alcanzó a decir la anciana en otra lengua,
que ya dejaba de nombrar
lo que su raza nombró e hizo existir.
¿Recuerdas?
Hicimos un silencio como de casa incendiada, al leerlo.
“Nadie sabe
qué infinita soledad”
Lo leímos en aquel verano que no fue,
¿Recuerdas el principio del fin?
Nadie sabe,
desde entonces,
qué infinita
soledad.
NÉSTOR, NO VOTA, Y MADRE (EN BELGRANO)
A Nestor Perlongher, a su memoria insumisa
En Belgrano la tarde no cayó,
se aposentó grácil sobre Echeverría
y todas las horas cautivas se quedaron mudas.
Demudado, demorado en Belgrano
mientras se vota en nombre de la patria.
(¿la patria o la ciudad?)
La cabeza de Goliat pelada
en afrancesados boudoir, el film del musgo
se descerraja en macramé de rápido acento
de Boca cerrada.
Estaba cerrada la librería, Néstor.
Me quedaba tu libro si abierto
en la manera (siempre ese centro
como una iridiación aunque en la centralidad
no creyeras). Contra todo objeto,
no hay objeto para que te lea en un bar
en Belgrano, en Echeverría,
en los rieles de trenes que no llevan,
y que hacen botar viejas por las ventanillas
y cortan el tránsito en el centro
nuclear del barrio. En el centro de un yo,
de un nosotros que no nombra
a nadie, en nombre de quién el sí propio
mientras alucinan los propietarios de Belgrano
un triunfo de Macramé de fierro dentadura
perfecta en el bigote de lo que se cae de maduro
en la tarde. O de podrido.
No hay tevé. Nadie te ve pasar
enjoyado en la palabra
en la abertura que se ofrece y que
nos traga fulmínea en el barrio
de los tejados tangueros, ahora turísticos,
en el tour de Europa,
de Belgrano,
O era San Martín?
O era Quilmes, para mí, un indio
despatriado, despatarrado en tu lectura
que me unta de especulares lejanías?
La loca ahora televisada como un prócer
ofrece sus dos joyas en el consumo bailado.
Ya no se esconde. Pero está, Oh Néstor
en el centro, en el circo, los leones
y romanos ya son otros y ella saca
su bota, ella, ya asimilada, comida,
regurgitada. Y ya no importa:
su preciosa fuga está enjaulada.
Está cautiva, en Echeverría, liberada
en Belgrano, drapeada está cautiva.
Hoy se vota en papeles y tus pepitas
de enarbolados flecos se las pone
la muy niño en el anteojo sin strass.
Si ver era no estar:
Estarías en el cyber con los chicos del Counter
o con los chicos del Rap?
A ésto llegamos? Quiénes? Miché?
O mi yo? mi Che? el de él?
en camisas de cadáveres colgadas?
Bajo en Belgrano, el alto, y Echeverría
Podríamos esperar, Néstor, tus perlas?
Reirías en qué corso a contramano
de presencias democráticas apáticas
de una lengua al lamer la pantalla
de las relaciones frías, un líquido
de máquina mutante. Demudado
en barrio que no es mío, pasan los chicos
que no obreros del sur, la audaz
mochila en el hombro caído en el
lacio pelo de la ilusión ácrata.
Qué modernos hemos sido!
(Quiénes, Néstor? Con qué derecho me desvío
de mi yo y te penetro el chorreo de la luz
para no estar hoy que se vota?)
Que hacemos Néstor?
Protestamos por las ausencias
antologadas? Por las listas?
Era lista la que se escapaba de sí
envuelta en la banalidad del rouge
del Mal maquillado, y era víctima
en el auto del hijo del diputado
tan redicho en la Panamericana.
Qué sé de esas fugas y atropellos?
Qué sabemos hoy que deberías
mezclar tu muselina en muchedumbre,
ser lumbre sin coz, patada alada
mientras mi yo yorea la marca
de una identidad no recuperada?
Me acompañarías, Néstor, en este día
de rebote a golpear una puerta
donde una madre huyere?
Y diga: “No es mi hijo, 45 es imposible.
Yo ya tenía las patas en las fuentes
y sáquenme ese negro de ojos verdes
delante de mi puerta
acompañado de la calavera travestida
de un cantante que sale de no se sabe dónde?”
Y qué le digo, ahora, Néstor, a los chicos del cyber,
si ver era tocar,
y ellos están empantallados,
pastillados tras un troll
al que penetran sólo con la espada?
(Día de elecciones ciudadanas; Bs. As, 2007)
*
Alejandro Ricagno nasceu em Buenos Aires, em 1962. Publicou La canción del niño lámpara (2003), Negocios de estos días (2003) e o poema “Escrito sobre un cuerpo” (na internet). Foi co-fundador da revista 18 whiskys. Crítico cinematográfico, colaborador no Festival Rencontres de Cinémas de l’Amerique Latine, de Toulouse, França. Seus escritos sobre o novo cinema argentino — Festival de San Sebastián 1999, 2000, 2003— foram publicados pela Casa de América, Espanha. Ator, participou no Movimento Teatro Aberto e desde os anos oitenta, realizou textos próprios e alheios. Coordenou cursos sobre cinema e literatura. Inédito: Antología de la dispersión.
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