ZUNÁI - Revista de poesia & debates

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FERNANDA CASTELL

 

 

 

 

        RAYGRASS

(fragmento)

 

 

 

nos deslizamos por el mundo pero todo lo vemos oblongo y los sentimientos como los

            dedos.  Las papilas inhalan

            el humor de los árboles

            como caricias de caramelo.

            ¿Somos así? una

            hermandad de visiones distorsionadas. El mundo no es redondo sino plano, sostenido por una mosca gigantesca y el mar una tina de leche. PH adulterado donde las vaginas matan al esperma y los labios se cruzan  por los muslos y los muslos caminan. No.

            Reptan con el límbico  refractando sentimientos.

            Los afectos asintóticos marmolan zócalos verde moho. Si continuamos enlazados, enlazados nos iremos por el plano hasta el vertiginoso muir de aquella leche que no alimenta sino ahoga y la llanura abisal recibirá nuestros restos de humanos flacos con la tripa agujereada de tanto hacer cuentas.

 

A nadie. Nadie. Nadie importa. Nadie. Nadie. Flamea con

            el otro. Nadie. Espesa escarcha nivela ríos y  aluviones las semillas. Y nadie. A nadie. Carajo. Nadie le importa la señorita gris que toma el té de durazno a las cinco puntual. A nadie le importa. Su redecilla y su chingón perfecto. Sus clases de aritmética y sus niños atrasados. A nadie, las servilletas y las moneditas para comprar el polvo que llena la panza de humo, a nadie por dios flaco, flaco dios de la laguna que mata a los patos de felpa de un tiro certero.

 

 

            Él leva como el bollo.  Fermento de ácaros, el derroche. Ve papar las moscas  que liban la mermelada adhiriendo filamentosas cepas que proliferan el dulce como su afecto por el crío que

            articula sus sílabas base con la consonante: pa-n. Aquí está. Ella se sienta en su regazo y los dos conversan gestuales de la vida que se crea en su torno como una marea limpia  de dulces luciérnagas. Sabias. Tienen luz. La necesaria para adjudicar sentido al sencillo sendero de todos los días. 

Días  rectangulares como tostadas. Pegajosos a la manteca. Como a él y a ella le gustan.

El tercero de la díada discute cómo seguir de madrugada en madrugada y espera el mensaje liviano de las almejas que placen con la lengua tomando sol en la playa de arena blanca.

La tercera se va y se trae. Tiene un pie alejado de la línea de agua. Y requiere un cordón sanguíneo que la una para captar los sencillos,

            cóncavos silencios que intercalan la conversación. Ve, las agujas del monumento a dios perverso

            y cree que le llegará por clave directa la llave para intervenir con una acción concreta en el flujo de ese diálogo extraño.

         UME-  suman, se intercalan sólidas partículas en el paladar elastizado. Humecta la cara con cultivo de madréporas y la que cuece

            las habas piensa en las

            aguas vivas y los erizos que rotan en el olear de los atolones. Que saben ellos de sus tirones viscerales. Los puntos órgano por órgano

            no han cicatrizado y con el traquetear del carro por las calles desprolijas se va despuntando la costura.

        No le ha llegado aún la letra que la acune y acuna aún a

            sí su desazón  en una

            piragua translúcida en el rapaz asfáltico.

         Cree. Dice. Cobra. Paga.

            Pega. Rasca la espalda.

            Lava  y vierte la arena alunada en macetas con alfalfa. 

 

 

 

 

                                                  II

 

Esparce las cenizas de la perrita muerta debajo del jazmín del cielo. Y toma agua para que las toxinas corran por la uretra obturada de nicotina. Escucha a Nico la desértica. Diluye: hemorrágica sus capilares abrocha con la pistolita de cola líquida. Toma el escalpelo y filetea la arteria más conspicua como si podara su bonsai preferido.

 

Reposa y repara. Hiende con precisa inscripción y libera su clorofila blanca. La melodía atonal envuelve su dérmica mirada como hojas de ciprés, su zaguán.

 

 

 

/filo desgranado humífico plano,

flacura rasqueteada en prímulas compresa

—privación ocular: foto-ofoba succiona luz con estambre vibrátil en el botón

            radiante de la corola/

 

 

Llama de ópalos sus córneas sondean el sendero — piernas largas la unidad doméstica mastica las primeras crías de estación.

        Arterial sopla el vidrio en la bruma. Borbotones vacuos, anillan. Corre.

No doy más. Hastiando los ventrículos no has de ser síncope del que te dejó en la puerta una botella de

            whisky  rígida la nuca

            irradia rímel rojo 

            demacrado.

       Hay cosas que sí. Otras no. Y

            se acaba la sentida sentida vida con nombre que

            orienta las rodillas en la inflexión pedigüeña.         Qué tanto. Tanto por nada.

            O tan poco por nada amurados /

 en esta casa flotante arracima / acucharados de manjar blanco y con un cuentito

            nos vamos a tomar prestado el tiempo para la muerte.

     El pensador reclina su cabeza. Acoda su gestión como

            entre las nubes y sus reflexiones arrasan la siesta sagrada de los felinos. No olvida que en el interior de

            su habitación alimenta a

            uno sagrado y sangriento

            que rasga médulas y muerde yugulares.

       Reflexiona. Y  reconstruye, microscópico a las  comunidades del Este. Aquellas que para

            sobrevivir, más que papar moscas crearon archivos,  primer obrero tiznado, primera lavadora mecánica. Y recrea la comilona de animales amigos del

            hombre. Su distopía abruma la tendencia nómade de su amante. Y se desentienden. Él, que lo comprende todo, no comprende por qué afila sus caninos mordiendo los ladrillos de la casa vecina. 

 

 

 

 

No sabe. Sabe.

Gorjea  su lalia

Bruta por la burla

veta decae y yergue

lo que golpea.

           

Agnosia, recorre con las yemas el contorno radiante de las cosas.

No hay nada. Y retira los últimos pasajes. Recupera la

            soledad y el silbido. Se la comen. Y la mirada no clasifica más que deleite en aguas, de montaje suspendido, ardiente yema

            en la geoda presupone: encuentra.

 

 

 

 

 

 

                                                  III

 

 

Si los dedos de las manos y del pie son sus “hijos” (al), los pulgares de ambos son sus “madres” (me); la saliva es hija de la boca (yalel zti), la matriz es el lugar de los hijos (alagheb), la placenta es la madre del hombre (me uinic, me alal), el lugar donde tiene origen el linaje (tocol), y el cartílago, en una imagen inversa de lo que ocurre en la realidad pero acorde con su papel de “hueso joven”, es el “engendrado por lo óseo” (unin baquet).

Por lo que hace a los órganos internos, otan: el corazón, advirtiendo, de inicio.

 

 

 

Sima de su torrente. Trepana y saca. Tartamudea y prelógica a su espalda enmudecen los ópalos.

 

           

 

La carcasa húmeda revive un

            espíritu de diatomeas. Con los cilios muy lejos llega e implota digo implota en el lirio a la sombra.

 

 formar el corazón  es tener juicio; entregarlo a algo  fijarse en ello. Lo que queda en el, se aprende. Cuando el corazón muerde, se sienten celos; cuando llora,  se anhela algo; cuando él habla , se piensa; cuando se adelgaza, se

            duda; cuando se extravía, se olvidan las cosas; cuando duele,  se experimenta nostalgia; cuando algo le llega, como un mensaje, aparecen las ideas, en tanto que

            cuando algo sale de él ese algo nos decepciona; cuando sentimos dolor o hambre es que algo lo oprime, y se dice que el corazón muere,  cuando nos invade la tristeza.

 

 

 

                             la bruma

 afila   una espátula de aire

 sopesa un mal humor  grabado en su gesto

derrama lo que de saberse hubiera dado a las ratas         par de opiáceos que no la dejaron desarrollar sus ungüentos y leva

el pan congénito

 

 

 

 

inmóvil llegar a la extremadura caliza las regiones mayores: en el caso de la pierna: la rodilla es su “cabeza” en tanto que su cara anterior es su “rostro” y la posterior (formada por los gemelos, poplíteo y sóleo), su “estómago”. El tobillo es “su cuello” y el talón es el “ano” del pie, cuyos “hijos” son, por cierto, los dedos.

el árbol, la casa y los “excrementos”. Las raíces

            del primero son sus uñas,

            las ramas, sus brazos; la corteza, su espalda o lomo,

            la semilla, su testículo—ovario, su simiente, y la fruta, su rostro .Cuenta con una boca: la puerta,  con un rostro: la fachada; orejas: las esquinas;

 entrañas: el interior; una cabeza:

            el techo, e incluso un velo

            del paladar: el tapanco.

k’oy: no sólo las heces humanas o animales, la cerilla del

            oído, la legaña, los mocos,

            el sarro y las “nubosidades” de la vista, además de los asientos del café, el posol u otras bebidas, el moho de

            las aguas estancadas, las sobras de la comida e

            incluso las estrellas

            fugaces, que según la tradición, no son más que

            los excrementos de los hombres-estrella que al

            caer en tierra, por cierto, se transforman en obsidiana

 

 

 

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Fernanda Castell nasceu em Buenos Aires, em 1965. Publicou os livros En el Abras y Peces de agua (em Portugal, edição bilingüe). Antropóloga social e arte-terapeuta. Coordena cursos literários na cidade de La Plata. Em 1999  publicou uma antologia de seu trabalho poético: Fotomontaje. Em processo de edição, também em Portugal: La construcción de lo desagradable.

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