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FERNANDO ALDAO

 

 

 

 

I

 

 

Salís del bosque sumergido

para morder con tu boca mi boca

y deshacerla

en verde pestilencial.

 

Pero las algas tejen sepulcros

abrigo de hojas y dedos enredados

que no abandonaré.

 

Fondo blando del río

tu manto me protege

pesada piel

de escama de pez y pétalo

barro hilado

de oro tu manto

ahogado me protege

de la mordedura

boca de tiburón, oh Fiera

tajo

transpiración de líquido negro

que sonámbulo

intento lamer.

 

Con letras de oro

invoco tu nombre.

pero no hay suspensión

la escena prosigue

mordés la propia herida y gritás.

 

Aún así

el ruido no quiebra mi sueño.

Un supremo poder

me permite ignorar.

 

Todavía dormido

dejo la tumba de algas

y alado surco lo profundo

desconociéndolo todo.

Escribo en el fondo las voces

que alguna vez celebramos,

los besos repito en el agua

y bailo

pero mi abrazo no sujeta.

La Fiera se dispersa y ataca

quién sabe qué.

No hay otros como yo en el fondo.

Todo se retira.

Solo una calma de agua incómoda

que confunde amor y quietud.

 

Tres pétalos blancos la Fiera

fecunda el fondo del río

con roce prolongado de rígida dulzura

y fertilidad.

 

Pétalo abierto la palma de la mano

dos dedos finísimos y un tercero,

más grueso, letal,

hundido en la carne del fondo del río

muslo del agua sagrada del río

pétalo abierto

blanco malva labelo

de finísimas líneas

manchas de la piel de una serpiente

o un jaguar.

Salpicadura negro rojiza

sangre o barro salpicada piel

amarillo dorada Flor de los Muertos

labelo que se adelanta lengua

de tu boca

abierta vulva de negro centro

negro abismo abierto

Fiera                Escorpión.

Flor de la coronación del amor:

a tu doliente abismo enamorado, jamás abro los ojos.

 

 

 

II

 

La Aparición es un imán

que todo lo traga

con cada contracción del hueco que

muestra

oculta

las delicias del sagrario

para herir con cada esquirla

de paredes, galería y cavidad

la lengua

los órganos del Profanador.

 

La Aparición

un centro astillado

cuyo grito anima el fondo

y obliga al nadador a chocar

contra la roca

entre las disonancias

que parten de la boca

y la multiplicación de los tajos

en la plata viva del rostro.

 

Coral, labio partido

boca de la Virgen,

piedras cosidas al maxilar

y bajo la ropa

hueso

duro cristal de roca los pezones

oh

Protectora del Ahogado

que busca en lo profundo

la piedra que trastorna las formas del amor

y destila pestilencias cuyas gotas

en el último trago

tras el vértigo y el mareo

los pasos tambaleantes

derraman los vapores

y misterios de la Pura Presencia.

 

Con aliento último el nadador

busca rozar pero solo ramas

de coral desgarran

una y otra vez

se ejecuta la tarea

“hundirse entre los labios del lago”

pero apenas logra penetrar

las capas de tul, nubes

que separan la cima del acantilado

y la Aparición del fondo del estanque.

 

Rígido velo de perlada

impenetrable desnudez

no alcanza con mirar desde lejos

hay que rasgarlo todo

rodear el borde, la comisura

la herida lamer,

calmar el dolor y arrojarse

(disolución en la corriente

remolino de negra boca en viaje

a qué provincia del inframundo).

 

Sería preferible abandonar el acto,

buscar alguna otra forma,

pero ella abre la seda,

desciñe las tiritas

y deja ver la dulcísima herida.

 

Salto mortal

regreso al país del que fuimos arrancados

el suicida se arroja sobre la Aparición y desgarra.

 

Ella, cabeza de Medusa

petrifica al atacante

recibe las heridas

pero no sangra ni padece.

Abre y cierra la perforación

poderoso anillo que ciñe

la corona de tentáculos de donde mana

sonido y silencio.

 

“Tu ser es todos los seres

(digo, con el índice en alto)

visibles, tus entrañas.

Estás hecha de cien mil formas.

Fin de la dualidad

todo en vos se ha exteriorizado.

Hermosa y aterradora reconciliación,

bañada en luz antigua y apenas nacida,

reptás entre las márgenes de otro mundo

y en tus escamas

la extraña y familiar inscripción:

 

yo

soy

vos”.

 

 

 

III

 

Hundo las piernas.

Algas en el muslo lamen la piel

verdes pliegues vegetales

trabando el ramaje del fondo.

 

Respiro

(trago agua)

el lecho empujo con los pies:

barro y luz disuelta en la agitada oscuridad.

 

Allí, la voz rugosa de la bestia.

 

Clava el aguijón en mi vientre

(desmayo final)

hundo la cabeza en la sonora entretela del agua

y en el último aliento

el ruido de mi propia voz:

 

Fernando, Fernando,

suena tu hora.

He aquí la disolución.

Cuánto tiempo dado

al derrame de sangre aguada.

Cuánto fingido estertor.

(Ay, la mirada con que miras)

 Cuánto simulacro.

Cuánta retórica.

 

 

*


Fernando Aldao nasceu em Buenos Aires, em 1965. Publicou Lirio, urna en la garganta (1986). . Editou os CDs Microambientes (2004) e La indefensión (2002), este último em parceria com Reynaldo Jiménez, com quem realizou performances e instalações sonoras.

*

 

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