ZUNÁI - Revista de poesia & debates

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ROMÁN ANTOPOLSKY

 

 

 

 

Los discos hirvieron y vinieron los hijos curados

de espanto a tocar

cuanto cristal se oye la madera

y frágil escucha al elemento

de hielo lo que ocurra en el tiempo entrado.

 

Esos hijos que vinieron giraron

las tablas y guardaron lo frío

helado en aljabas que a espaldas

llevan ahorá los profetas por

equilibrio del paso con el desierto

ardiendo en la frente curvada,

la cabellera en el ardor turbada,

la emulsión salitre rodante

hasta los pies.

 

El mecanismo al caminar a flor de cambio

cundiendo —sostenido: la cercana espalda, de reojo

ve las lomas y los vientres en el piso y

releva los secretos (allí donde ve moles

de pensamiento los aguza); en el horizonte

de la muerte las cosas comienzan a supurar más

objetos, a ras de lo que preveía el vacío

solar —la flor blanca— no cantó — llevó

una visión sonora de la gloria al fin

del camino y abrió como semilla de sésamo 

húmeda sus nuevos pájaros. Éstos

minados de milagros se acompañaron de

puños trasluciendo ya palma.    

 

 

 

OFFICINA GENTIUM

 

El riego dio todo cuanto traía. Una

extraña, esporádica limosna legal cayó

del cielo: no era agua lo que arrastraba

agua en sus suertes. El pilar llevaba una jácena

arriba y a dos aguas la lluvia tanto caía

como el sol a cada costado en las caras

de adobe de adornos asidos a la pared. Un

tazón-calavera en la mesa, cráneo, había puesto.

Un coreuta salió del grupo y tocó cuanto

supo poder en el hueco iba a encontrar. Tomó

la caja ósea y sopló unas cuatro melodías que

ataron el escalofrío antes al cuerpo incluso

mismo de escucharlo. La música salió

y dibujó como humo enseres. Los demás

respiraban la música al compás que la albufera

en sus bocas se hinchaba, en sus manos machetes

pelaban la ballena y los trozos en la mar

nadaban ya rayas. Era viable,

derrelictos fluían. Templado abrevando

el coreuta y la orquesta toda lanzaron

un clavado por donde antes la libación y

en lo más breve del buceo tras tierra y tierra

les topó en las caras una napa de agua

dulce que abreviaron con un perpetuo inmerso flote.

 

 

 

 

Algo que a las Nornas ruegues

                     sería

grato     y añadir-

      le el candor

      que todas las

      veces de instancia dado

      un número

      fuese.

 

                     Y alguien,

sumo —a lo mejor— oidor

en el carril del agua y la seña

      arremeta.

 

Hagan lo que hagan cuando dicen se esfuerzan.

Alumbren cuando alumbran, ahí, en fuerza a alguien.
 

 

*


Román Antopolsky nasceu em Buenos Aires, em 1976. É poeta e pintor. Estudou Filosofia e Belas-Artes. Publicou Ádelon (2003) e Cythna en red (2008). Tradutor de poesia dos idiomas russo, alemão e inglês. Reside em Pittsburgh, Estados Unidos.

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