ZUNÁI - Revista de poesia & debates

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ALAN YBRAHIM LUNA RODRÍGUEZ 

 
 

EL PRIMER CREPÚSCULO

Un animal hermoso y alado se arrastra hasta una fuente,
para verter su sangre
como un gesto de desprendimiento racional.
Las demás bestias lo observan desde torres seguras.
Los hombres se atropellan entre sus garras,
buscando algo de esperanza.
Los mercaderes empiezan a cotizar su piel, sus entrañas,
el marfil de sus garras, y  la clarividencia de sus ojos.
Su amor darwiniano lo dejaron en el fósil de Kyoto.
El cable de la agencia Ever Life confirma
la extinción de un millón de especies,
entre ellas, la humana.
No hay nadie que lea la noticia.
Los periódicos se despintan al sol, entre polvo y ácido.
El animal, hermoso y alado, cae sobre el mar,
abre una herida sobre su pecho,
y su piel se desprende de su alma, cae al agua.
El mar se traduce en agua dulce, al fin.
Y, no hay hombres que agradezcan el gesto;
pero sí unos primates que empiezan a ser bípedos,
y que en sus ojos se inician los reflejos
del primer crepúsculo, que podrán entender
como artistas o soldados.

 

AL MAESTRO DE LA VIEJA BALTIMORE

Y, el gallinazo lo visitó por tercera vez;
y lo encontró descalzo bajo la lluvia,
cerca del cine, entre la catedral y la plaza.
Lo miró con justicia.
El hombre estaba desaparecido,
irreconocible, con la barba en huracán, las gafas turbias,
y los pies sangrantes.
El ave se compadeció de él, y le derramó licor
en las manos y heridas.
Todas las cosas brillaban el doble: el reflejo
psicotrópico de la enfermedad.
El hombre quiso incorporarse  y no pudo;
se le rompieron las mangas de la chompa.
El pico infecto del gallinazo brilla
con luz independiente. Y nada se mueve
sin su consentimiento.
Perdóname - le dijo el hombre al animal.
Y éste no contestó nada.
Perdóname por matar a tus hermanos,
por alimentarme de sus carne.
.
Y el silencio continuó.
El hombre hizo otro intento de cordura.
Logró sentarse en la vereda, cerca a un muro de anuncios publicitarios.
El gallinazo hizo un ruido extraño,
acercándose con una danza circular, aleteando,
siguiendo el aroma
de un roedor en el bolsillo del hombre.
Y el hombre maldijo al ave. Y maldijo a sus hermanos oscuros, y
a sus ojos, y a sus picos amarillos, y a las montañas de basura
de la ciudad.
Y se lanzó al encuentro de un auto que cruzaba a velocidad.
Gritando. ¿Tendrán mis ojos miserables un momento de paz?
Y, el gallinazo le respondió:
¡Nunca más!

 

DESPERTARÁS

Una máquina frenética rompe su cerebro contra la ciudad,
y sacude su alma iniciática por la calles.
Despierta bajo un árbol,
después de un siglo de soñarse a sí mismo.
Su corazón oxidado corta
la secuencia del viento.
Un parpadeo rojo, los autos, las mesas,
la gente, la publicidad, y los periódicos,
le demuestran su condición.
Ya no tiene más informaciones,
ni órdenes exactas.
Rastrea al hombre que va por la vida,
al que sobrevivió a su humanidad;
lo rastrea y lo mira con detenimiento.
Se repite, yo ya  no soy yo.
La máquina sabe que, ahora,
el corazón acústico se le ha adelantado dos pasos,
y que ya no hay forma de orientar
tanta emoción.

 

DESDE EL VIENTRE

Un primer pez toca el agua antes de la noche,
y sus hermanos lo esperan en los árboles.
Descubren que la sabiduría duele.
El ruido del agua les ha sido extraño
durante siglos, después del final.
Viven en agujeros de troncos muertos.
Alzan la nariz como en ritual,
cuando el sol rojizo y humeante cruza el cielo.
Las plantas exhalan, de cansadas,
una vida de anticuerpos y migraciones.
La lluvia devora el calcio.
Los huesos de los elefantes se retuercen
en un inmenso cementerio de advertencias.
El pez toca el agua y pierde el equilibro,
cae a un charco.
Se hunde al primer contacto. No sabe flotar.
La llanura terrestre se ilumina de tarde.
El cielo arde en colores naranja y rosado.
Una luz muy inclinada ilumina el agua.
El pez se hunde lentamente,
hasta quedar suspendido antes del fondo.
Mira como los colores lo tocan,
y como el barro se asienta, y como mueren las burbujas.
Se queda dormido.
Al despertar,
descubre sus primeras aletas.

 

ALGUIEN LO INTUYE

Se había suicidado tres veces, y aún seguía vivo.
Quizá, porque siempre lo hacía bajo el sol.
Su carne encendida, o tradúzcase iluminada,
reposaba como reptil en el río, entre las piedras;
su pellejo, en cambio, lo hacía a la sombra.
Su alma se extravió por la interferencia
de satélites y cables.
La ciudad era un enorme esqueleto,
una osamenta singular,
un espinazo de ladrillos negros y metal rojo,
en donde el sol sería un proyecto de neón
para los que nacieran después de la historia.
Se había suicidado y seguía vivo.
Quizá por la terquedad de las arterias,
quizá, porque no tenía sentido.
Miraba su casa con ojos de corresponsal, mientras un color
se abría bajo la espuma de las plantas.
El viento, humano aún,  le completaba la taza al desayunar,
mientras la corteza de las cosas se desvanecía,
transformándose en algo que le tocaba la lengua.
Llamaba a sus padres, pero mil remolinos de agua
lo absorbían de inmediato.
Miraba su estuche de aviones, su corazón de vértigo,
la entrada de sus juegos.
Entendió que sí había logrado su propósito,
y que estaba pisando un agua amarilla,
que lo aterraba al inicio, y cautivaba luego,
reposando, avanzando
como a punto de abrir otra puerta.

 

REFLEJO

La luz,
hemos de iniciar siempre de esa forma,
por ese concepto
,
viaja aún después de muerta su nación;
aún después de muerto el vientre que la contuvo.
Viaja al romperse su cordón.
Flota, huérfana, mirando su cola de lagartija
desprenderse simétricamente.
Parpadea en espiral,
sin método, en la oscuridad que crece.
Roza, con el mismo tacto, la retina de los mayas,
y la de los navegantes de trasatlánticos.
Ha muerto la estrella; y de su ombligo nace
el principio y fin de otro viaje.

 

TRANQUILO

Su alma tan fresca que gotea, de mañana.
Su lomo jorobado, espinado de fuego,
humeante bajo la lluvia. Su boca,
trigo que flota dientes. Su piel,
mala costura de vidrios.
Quemado. Inteligente. Buscando
que un rayo le frote la cabeza.
Y, que se le borre la memoria, desde ayer,
desde anteayer, desde siempre.
Grita, conservando la garganta en la mano,
bajo el valle de los Heraldos Negros.
Su carne tiene sal en cada fibra.
Ya le pidió perdón al poste de luz,
y éste se lo otorgo;
Luego lo hizo con el frío, y éste también.
Lo hizo con la cuchilla, y las cosas
se pusieron tristes.
Al fin se cae la luz por el fondo.
Respira, y las pesadillas se van
como elefantes de sus ojeras.
Reptiles le proveen recetas
silvestres para dormir.
Vive, goza, sin saber nada del concepto..
Ya no tiene el bolsillo en el pecho,
sino en la espalda,
cerca a su pulmón salvaje.
Nada, nada. Nada en la salida. Nada en la espera.
Nada en el reflejo del lavador. Nada en el cofre.
Nada en el sueño. Nada en la carretera.
Nada que deber. Nada, a nadie. Nada en la infección.
Nada en la cocina. Nada en los libros.
Nada, ni en la oscuridad. Nada en el perdón.
Nada en las entrañas. Nada en el hospital.
Nada en el cielo. Nada en el fuego. Nada en el hambre.
Nada en el consuelo. Nada en las manos.
Nada.
Al fin lo encuentran los rescatistas, naufrago y filántropo.
Nace, y es diferente.
 

 

DESPUÉS, CASI AL DESPERTAR

                                              Para José Watanabe

La muerte es muerte,
y lo sabe el que oficia la misa,
y el niño agnóstico,
y el profesor en el rincón del aula;
y lo saben las madres que vende olores en el mercado,
y los gallinazos con sus picos manchados.

El patrón se escapó de casa, una mañana,
enamorado tras su sombra;
orillando a sus criados
a artísticas labores celestes.
Y, jamás sabrá la nube lo hermosa que es
cuando se deforma.
Y, si ponen algo de sudor sobre una piedra caliente,
ésta olvidará de inmediato su sacrificio. 

El número tres es el tres,
y un ave suele ser un ave,
y la muerte es la muerte,
y la inmensidad es muerte,
y el grito es muerte,
y el llanto es muerte,
y el fruto en la lluvia es muerte,
y la vida bajo de un plástico es muerte,
y la soledad en el anuncio es muerte,
y el equilibrio en un fósforo es muerte,
y la rabia es muerte,
y la ternura sobre un vidrio es muerte,
y la felicidad en un segundo es muerte,
y la indignación en un músculo es muerte,
y la palabra en los ojos es muerte,
y el tocadiscos es muerte,
y la comadrona en su ley es muerte,
y la mirada de una canción es muerte,
y el verano es muerte,
y el ladrido de los perros es muerte,
y la hoja en el cemento es muerte,
y el gusano en el avión es muerte,
y la muerte es cambio,
y el cambio es vida.
Y la vida es vida al cuadrado.

 

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Alan Ybrahim Luna Rodríguez é estudante para Docência em Linguagem e Literatura na Universidad Nacional de Cajamarca (Peru).

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