TRASTORNO SOMATOFORME
In
memoriam Alfonso Alcalde
Carnicería domadora: ese es mi corazón.
que hierve sin remedio
en su ínsula de hielo donde finge ser alguien
para convertirse en nadie.
Es donde no está: a fuerza de alejarse
se toca y se encuentra. Con alma y cuerpo:
muros que tiemblan sin paisaje
sobre el inmóvil estupor de la muerte.
¿Para qué
perdonarlos a todos,
pregunta la calva?
Nul
maxiella
de
dueñas
fermosas
oblixé
que
morré
que
morremos,
meu
amigo
nul
precioso
fecho
que
podiesse
guarir
de
tan
grand
prelasía
del
justo
parir:
la
morte
e
su
danca
que
antoxa
de
nos:
gusanos
sospirando
escura
poetria
faziendo
de
la
vanidad
omilde
reverencia.
Vive
se afana y desvela
en este, su retrato,
su aposento de paso
- Ay Alfonso
¿cuál de tus manos
es la que escribe
y cuál la que borra?
Para qué esas palabras
amordazadas.
O son sólo la sombra
que deja la pluma.
ESBOZO PARA UNA CONVALECENCIA DE ENRIQUE EL LINAJUDO.
INTROITO
Monsieur Pompier,
con sus bigotes de villano,
erudito en espeleología y otras misceláneas,
reclama al flaco Lihn,
el Stephen Dedalus del Parque Forestal
-así solía apodarlo-
diciéndole: se nos ha perdido tu rostro,
el espejo era tu rostro.
Bajo formas cenicientas de rememoración
volvemos de las palabras
como de un país extranjero.
Machete en mano.
Podando la maleza.
Es el sufrimiento de lo propio,
las pueriles tentativas de ese verbo
incapaz de nombrar: semilla en suelo estéril,
no importa si aquí o en el Paseo Ahumada
o a partir de Manhattan: este no soy yo
y esta no es mi casa. Es el escalofrio, la suspicacia
del disfraz tenazmente envuelto al bufón
de la palabra, macarronerías del poema
que urde su gimnasio
en abierta provocación a lo desconocido:
palabras para sordos,
imágenes para ciegos,
escritura que disuelve lo que nombra.
Enrique el linajudo cargó con el fardo.
Enrique el linajudo, desfigurando manos
y decapitando rostros: el desafío de la expresión
hundida en el barro como un panzudo elefante,
el sentimiento desconsolado en burdeles de mala muerte
cuando nada queda por escribir.
DIALOGO:
Monsieur Pompier: ¿Es
aquí?
El flaco Lihn: Ni aquí ni allí ni en ninguna
parte.
Monsieur Pompier: Y se pierde algo con vivir
El flaco Lihn: Sólo el tiempo de ensayo.
Monsieur Pompier: Y si la vida es un despertador desechable
El flaco Lihn: Bótalo a la basura. El basurero es el
mejor amigo del hombre.
Monsieur Pompier: El basurero es mi cuaderno de bitácora.
El flaco Lihn: Y debe vaciarse para volver a colmarse.
CODA
Gerard de Pompier observa
resignado.
La escritura es un barrio en demolición.
Pero no busca culpables.
Lo suyo es poner la otra mejilla.
Por eso el guiño al flaco, la tramoya,
la escenografía para una nueva puesta en escena
de su mejor actor: el hechicero Lihn,
Enrique el Linajudo,
quien porfía la desmesurada sonrisa del silencio
desgranándolo del rosario papal de la antipoesía.
Para escándalo de santurrones y pontificadores:
no son los poetas,
es el poema el que debe bajar del Olimpo.