DIEGO ARTURO GRUESO
MALEZA
Somos más que ese tiempo que
deja musgo subiendo por las
escaleras.
Antes de que esos años verdes
toquen la puerta del jardín,
yo sabré si para mí los cielos
se abren
a la piedad de un ciego abrazo.
Luego…
antes del final sabremos juntos
si algo quedó de amor en la memoria
de nuestra triste suerte.
Quienes en la ciudad sueñan
con la eternidad de los mares,
morirán de miedo si alguna vez
tocan arena de la orilla.
DIGNIDAD DE LOS ÁRBOLES.
En el cielo las nubes grises amenazan tormenta;
aquí, abajo, las calles son grises también
y los transeúntes le temen a la lluvia.
Un estridente trueno hace que se acelere el paso de los marchantes;
las nubes ya agitan sus alas húmedas,
la ronda cadenciosa de la ciudad, se torna en vertiginosa carrera.
Ya se agolpan los cobardes como musgo en cualquier toldo
esperando con desdén a que se agoten las nubes.
Todo se enfría con la lluvia;
todo en la calle se embruja con su música,
la ciudad enmudece y las sombrillas y techos
escuchan atentos un secreto que nunca han entendido.
Para los habitantes de las aceras, la lluvia es un castigo recurrente.
¡No así para el árbol!
Árbol extrañado por los bosques para vil ornato de estas calles
y obligado a crecer a la sombra de nuestra casa.
Sólo la lluvia embellece al árbol y lo pone en ventaja.
Sólo bajo el aleteo de las nubes grises
aparece la dignidad del árbol. |