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ERNESTO CARRIÓN

 

De El libro de la desobediencia (2002)

 

 

LOS CANTOS DE LA SAL

 

I

 

Tú decías que la muerte solo existe en nuestra angustia.

Que la eternidad, como un castillo de arena, se elevaba

en la unidad del viento.

 

Tomándote las manos yo te dije: así como las manos

se tocan solo por sentirse manos, así la humanidad, así

el encierro.

 

Y recordaste el sabor de las manzanas que jamás comiste.

 

Mientras colgabas tu ropa entre las sombras.

 

 

VII

 

Bajo tu vientre, ningún hijo creció para evidenciarnos.

Blanda eras entonces, casi siempre, en la mitad de tus sueños.

 

Medraba el sol espacios inútiles,

Para esta ciudad que aprendió a vivir bajo tejados de piel.

Bajo unos cuerpos de porcelana que sangró la tarde.

 

Decías:

Ya no sé si es de día o de noche afuera, también se

aman los árboles por la noche

y en el río los peces tiemblan a toda hora.

 

Enroscándonos el uno sobre el otro, para el ojo de dios,

nacieron el amor y la distancia.

 

Pasaron varios días hasta oír el ruido de los incendiados.

 

 

VIII

 

¿Pero qué esconde la ceniza detrás de tu figura que

vigila el cielo?

 

Solo los amantes no han sabido prepararse para el

dolor que proviene de su misma fuente.

 

Han cesado de tocarse a sí mismos.

 

Ya oculta la mañana la violencia en sus contornos claros.

 

Pero una vida basta para quienes juran extinguirse en la belleza.

 

 

XI

 

Cantabas también sobre mi cuerpo, ¿o era

solo idea mía que cantabas el último desbroce?

 

Permanecía el mundo como una piedra rodeada por

las estaciones.

 

Cada golpe de las puertas, cada grito que pasó al

finalizar la hora de invadirte,

ya nadie escuchará.

 

Ni la lluvia de fuegos que incendió nuestras figuras

hace mucho.

 

Entonces, eras la última mujer que se apostaba

sobre el peldaño azul del asombro.

 

Inocencia simplemente en agonía, otra cosa.

 

 

XII

 

Para ser francos, qué dios que nos creó pudo

matarnos por nuestras vilezas

por nuestra forma de amar y de existir al otro.

 

Hasta el menor cansancio augura su desastre.

 

Juro que no volveré a nacer en este sitio donde no es

posible la caridad sin recompensa

donde es preciso perdonar al otro en aras de un viejo paraíso.

 

Aunque espero, todavía, que tu estatua siga firme

a pesar del tiempo.

Como un faro que alumbre los destinos de quienes

quieran saber el precio de su carne presa.

 

 

*


Ernesto Carrión (Guayaquil, 1977). Ha publicado El libro de la desobediencia (2002), Carni vale (2003), Labor del extraviado (2005), Demonia factory (2007 y 2008). Mantiene colaboraciones en numerosas revistas. Ha sido docente y es funcionario del Ministerio de Cultura.

*

 

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