BAJELES
1
De niño mi abuela
me sentaba en sus rodillas. Sus manos tibias
olían a cebolla y el color de sus ojos no recuerdo.
Al fondo
las sábanas en el cordel eran más verdes. Verdes
o
amarillas según soplara el sol sus peces más
callados.
Cerca de la cocina hay un balde con miel de abeja y
algunas moscas subiendo desde algún lugar de la infancia,
fatigadas por no alcanzar mi cuerpo todavía.
Cierto día mi abuela
acercó un caracol a mis oídos.
"Ahora que comienzas a crecer, cierra tus ojos
y amarás mi rostro. Cierra tus ojos y escucha.
Más tarde sabrás cómo reposar."
Así conocí
el mar. Primero fue un sonido mezclado a un olor de
cebolla y un vaso en la cocina repleto de negros caracoles
para cuando yo acabara de crecer.
Sin escuchar jamás
a Odiseo, Leonor me enseñó la mar. Y fue la
mar el otro verde cuerpo colocado después del nacimiento,
un signo digital en la mesura del bajel. Y cada latido
fue, entonces, el afán, escamoso y desigual como la
barba
del viejo Odiseo enterrando sus largas uñas, allá,
en Itaca
y llorando como un niño.
Y nosotros sin saber si llorabas porque el deseo había
agotado
ya sus islas o por la pradera de asfódelos que nuevamente
volvería a pisar.
"Ahora que comienzas a crecer...", decía
mi abuela. Y yo la miraba
torturado pues no podía comprender que su olor a cebolla
o
café tostado, acabara de repente y tornara a ser una
vieja fotografía pegada en la pared, unos negros caracoles
donde la mar apenas coloca su pelaje, monedas de otra edad.
2
Hubiera sido mejor no
retornar. Dejar que tu cuerpo se seque bajo las viejas palmeras
dobladas por el mito y por la sal. Ahora que tu blanca barba
te aleja de la infancia y no puedes más con los recuerdos
y su ruido de oleaje entrando en la boca de los muertos. Hubiera
sido mejor no retornar, cortar la flor de loto y bajar hacia
otro mar.
La mar no volverás
a mirar en el ojo del Cíclope.
Por más que te acerques a la mar habrá siempre
otras vidas después de las espadas que reclamen tus
olores.
Y el ojo del Cíclope
que tú creíste oscurecer hasta en sueños
te será también negado. Pues el sueño
no lo basta para tender su arco y apagar la lámpara
que flota sobre tanta soledad.
La mar no volverás
a mirar en el ojo del Cíclope.
Si la errancia te dio conocimiento y la sal cierto brillo
de niebla en la pupila, prematura fue tu despertar.
Ya los pellejos de cabra
vacíos de vino se pudren en los bajeles. Y las copas
de oro se oxidan en las almenas cerca de las lanzas.
Ah Odiseo, tú
que pintaste un caballo en las arenas y fijando tus ojos en
la mar dijiste:
"Oh mar, tú que borras la facciones de la piedra
y te curvas como un flujo femenino,
devuélveme los verdes pinos de mi patria
la boca salaz de mi mujer."
Tú que pintaste
un caballo en las arenas
¿Es posible que hayas retornado?
3
He cerrado el verde libro de las Crónicas. No soportaba
más la sal.
Bajo el temblor de las encinas los héroes no sangran.
Ahora el bronce es una música lejana.
Y en los sueños la sangre tiene forma de bajel.
He cerrado el verde libro
de las Crónicas. No soportaba más la sal.