ANTEMEDIODÍA
Esta noche escribes esta carta.
Como un eco de las disquisiciones
de las noches pasadas, en que abruptamente despertabas frente
a un mar de rojeces, parado sobre las losetas de ondas dibujadas,
un pájaro roto en el que caes por la ventana te anuncia,
¡ja!, con su voz de diablillo a secas, que todo se conflagra,
nubes, marestrellas, el de más alta jerarquía
pterodáctilo-que es la noche-, los zapatos, como en
El Sol de Munich, para llevarte a ese lugar que no quieres,
donde los delirios como gotas de fuego chorrean de los rostros
con la señal candente de los conocidos verdugos y quieren
alimentar sus llamas con tu cuerpo, no uno cualquiera.
Esta noche dices que ya
no han de venir, que no vienen, sino que salen del olor más
hondo de tu cuarto, de ese rincón donde el nocturno
animal pasea dando baladros tuertos que no sabes a quiénes
convocan.
Es el interior del saco
vitelino encontraste junto al muelle y te atacó sin
motivo, para que tú lo destruyeras.
Todo cae, tu lengua cae,
o más bien, la arrojan, los tangramas eternamente combinándose
para crear, afanosos, la figura que terrezca tus últimos
dones que la propia tormenta remueve, esta cata y su idioma
como pedazos viejos arrumados junto a las veredas del orbe
horrible.
No es la noche de los
regresos, ni la de las espirales rojas, aun la de los recuerdos;
es la que viene para ser asesinada, con una gota de sangre
en el hombro, con su peinado de alienado, la que viene con
todo su ejército esta vez, matadoras que son cuchillos
de carne y que aun vencidas se retuercen salpicando el único
mundo, perros que custodian la zona de selección de
cadáveres para la limpieza del desierto, azul o naranja,
peces de cemento, puentes, miradas hipócritas que casi
no pueden contenerse-risible es su esencia-, madreporarios
dementes y esa anémica forma del crepúsculo
que sirga las beldades del extasiado báratro.
Esta noche tus hilos bajarán
como las palomas de Estamos todos bien; el títere se
inmergirá en sus lejanías y podrá salir,
libremente podrá salir-no podrá mover las piernas,
no sabrá-, se habrá cansado de llevarse puesto
y apenas llegará, demolamos las paredes, a la playa
citada; acodados, fumando, ellos esperarán, íntegros
y existentes; pequeño maestro de fuegos artificiales,
sus castillos no podrán ser incendiados, las voltarias
luces que tanto ama no subirán al cielo, sólo
él sobrevolará por unos días las calles,
podrá asustar a los niños, que más bien
arañarán sus colores, hacer los juegos sobre
un empedrado artesanal, ya llegará, las luces están
aquí en el mediodía. El carnicero corre en su
carro por el laberinto que es el viejo mercado, un ojo cae,
no lo recoge, alguien ha de recogerlo, alguien que apunta
en una libretita, con lápices de colores, lo que ve
y lo guarda no sin haberlo probado.
Marismas. El mar duele.
No hay casi estero, los botes conversan, buen aire. Somos
los únicos.
Así se detenían
los niños en su huida-es bueno, lo hemos encontrado-y
seguían, suicidándose entre sí a los
pocos pasos.
No sabemos quién
viene, en esta noche todo va a pasar. Esta noche borracha.
El lugar donde neblina.
Las ténebres sirtes. A todo eso habría que dar
la espalda. Todos vamos, mojados, nuestros cuerpos pegándose,
casi parte de la lluvia. Uno encuentra un cuaderno. Instrucciones
para dar vuelta a la aguja que está al centro de lo
inmortal y lo gobierna. ¡Bah!, ¿quién
las va a seguir?, es tan diáfano nuestro alrededor.
Te quise decir que estuve
mirando las luces todo el día. Si las soplas se ríen
y despiden burbujas.
La casa cruje. Qué
tengo que hacer. No me dijiste. Ya los umbrales han caído
sobre tu pecho. Te busco. Ahora no sé para qué
te he traído aquí. Con la corrida de la jirafa
rodar por la avenida de tu pecho.
He cerrado las ventanas,
los postigos, celosías y he prendido la música.
Los últimos se han ido. Ya la noche se vuelca. ¿Me
estás oyendo? El telégrafo pide aumento de sueldo.
En realidad también quiere irse, el pobre es el único
que queda. No tardes. Alguna señal la casa cree que
envías, el mar juega a hacer trombas. El barrio viejo
cree ser el mismo.
La noche vieja no ha de
volver.
Esta carta espero que
amanezca para mandártela. Ten cuidado al venir, ya
te dije que todo chorrea, un grito puede darte en los ojos.
Yo de todas maneras llamo.
Mi voz no sé si también ha huido. De todas maneras
digo que no pueden quedarse así las cosas. No sé
dónde estoy, no sé, no creo que vengas, no veo
las señas -no sé si mis ojos también
hayan huido-; no parece que siga así. Esto es todo
eso.
Yo llamo igual, igual
recojo tu cuerpo de bajo las puertas caídas. La noche,
las flores, mis miniaturas rebrillan. Tu cabeza fúlgida
en algún lugar ha de estar, en algún lugar de
la ola. El ejército no debe llegar a ella. Tanto me
cuesta encontrarla.
Magos mudos dijeron tus
muslos guardan su calor, su frescura. El mar está completamente
azul.
Mi llamada es para que
todo te avise.
En los estratos bajos
vamos a seguir encontrándonos.
Entre miles que caminan,
en una escalera debes estar detenido y el sol debe darte.
He regado mi cactus. He descubierto galerías en el
jardín. Debes llegar a verme.
Rosas rojas ha traído
el rumor del agua.
He innovado diversos gritos
con que decoro el cielo. He escrito poemas. Las rosas rojas
han anulado las orientaciones, el arriba y el abajo; yo sigo
las puertas.
Yo te sigo, oh mediodía,
como el príncipe en su enano planeta, yo te busco entre
los ríos de la casa; alguna entrada ha de habar bajo
los astros, tú has de venir invocado por todos ellos,
tú has de venir a dar a todo esto un vistazo, en tu
barca de eremita has de parar por ellos. Todo está
igual cuando llegas. De pie el mediodía en pijama,
el mejor traje, perlas negras de debajo de Ceilán.
Trepado sobre la ventana
estoy escribiendo. Torrentes que de ti proviene me descubren
todo.
Las llaves han dispuesto
libremente de sus materias, hacen budas y gatos.
Llamo.
Los puntos cardinales
se retuercen y gritan, en un rincón del baño
como un sueño de herrumbres.
Tus cabellos se extienden
por kilómetros. Cruzan las tardes que habita el condenado.
Preguntándome yo
voy por la calle, en el aire algo de tu aliento buscando.