ZUNÁI - Revista de poesia & debates

 

 

JOSEMÁRI RECALDE


 

ANTEMEDIODÍA


Esta noche escribes esta carta.

Como un eco de las disquisiciones de las noches pasadas, en que abruptamente despertabas frente a un mar de rojeces, parado sobre las losetas de ondas dibujadas, un pájaro roto en el que caes por la ventana te anuncia, ¡ja!, con su voz de diablillo a secas, que todo se conflagra, nubes, marestrellas, el de más alta jerarquía pterodáctilo-que es la noche-, los zapatos, como en El Sol de Munich, para llevarte a ese lugar que no quieres, donde los delirios como gotas de fuego chorrean de los rostros con la señal candente de los conocidos verdugos y quieren alimentar sus llamas con tu cuerpo, no uno cualquiera.

Esta noche dices que ya no han de venir, que no vienen, sino que salen del olor más hondo de tu cuarto, de ese rincón donde el nocturno animal pasea dando baladros tuertos que no sabes a quiénes convocan.

Es el interior del saco vitelino encontraste junto al muelle y te atacó sin motivo, para que tú lo destruyeras.

Todo cae, tu lengua cae, o más bien, la arrojan, los tangramas eternamente combinándose para crear, afanosos, la figura que terrezca tus últimos dones que la propia tormenta remueve, esta cata y su idioma como pedazos viejos arrumados junto a las veredas del orbe horrible.

No es la noche de los regresos, ni la de las espirales rojas, aun la de los recuerdos; es la que viene para ser asesinada, con una gota de sangre en el hombro, con su peinado de alienado, la que viene con todo su ejército esta vez, matadoras que son cuchillos de carne y que aun vencidas se retuercen salpicando el único mundo, perros que custodian la zona de selección de cadáveres para la limpieza del desierto, azul o naranja, peces de cemento, puentes, miradas hipócritas que casi no pueden contenerse-risible es su esencia-, madreporarios dementes y esa anémica forma del crepúsculo que sirga las beldades del extasiado báratro.

Esta noche tus hilos bajarán como las palomas de Estamos todos bien; el títere se inmergirá en sus lejanías y podrá salir, libremente podrá salir-no podrá mover las piernas, no sabrá-, se habrá cansado de llevarse puesto y apenas llegará, demolamos las paredes, a la playa citada; acodados, fumando, ellos esperarán, íntegros y existentes; pequeño maestro de fuegos artificiales, sus castillos no podrán ser incendiados, las voltarias luces que tanto ama no subirán al cielo, sólo él sobrevolará por unos días las calles, podrá asustar a los niños, que más bien arañarán sus colores, hacer los juegos sobre un empedrado artesanal, ya llegará, las luces están aquí en el mediodía. El carnicero corre en su carro por el laberinto que es el viejo mercado, un ojo cae, no lo recoge, alguien ha de recogerlo, alguien que apunta en una libretita, con lápices de colores, lo que ve y lo guarda no sin haberlo probado.

Marismas. El mar duele. No hay casi estero, los botes conversan, buen aire. Somos los únicos.

Así se detenían los niños en su huida-es bueno, lo hemos encontrado-y seguían, suicidándose entre sí a los pocos pasos.

No sabemos quién viene, en esta noche todo va a pasar. Esta noche borracha.

El lugar donde neblina. Las ténebres sirtes. A todo eso habría que dar la espalda. Todos vamos, mojados, nuestros cuerpos pegándose, casi parte de la lluvia. Uno encuentra un cuaderno. Instrucciones para dar vuelta a la aguja que está al centro de lo inmortal y lo gobierna. ¡Bah!, ¿quién las va a seguir?, es tan diáfano nuestro alrededor.

Te quise decir que estuve mirando las luces todo el día. Si las soplas se ríen y despiden burbujas.

La casa cruje. Qué tengo que hacer. No me dijiste. Ya los umbrales han caído sobre tu pecho. Te busco. Ahora no sé para qué te he traído aquí. Con la corrida de la jirafa rodar por la avenida de tu pecho.

He cerrado las ventanas, los postigos, celosías y he prendido la música. Los últimos se han ido. Ya la noche se vuelca. ¿Me estás oyendo? El telégrafo pide aumento de sueldo. En realidad también quiere irse, el pobre es el único que queda. No tardes. Alguna señal la casa cree que envías, el mar juega a hacer trombas. El barrio viejo cree ser el mismo.

La noche vieja no ha de volver.

Esta carta espero que amanezca para mandártela. Ten cuidado al venir, ya te dije que todo chorrea, un grito puede darte en los ojos.

Yo de todas maneras llamo. Mi voz no sé si también ha huido. De todas maneras digo que no pueden quedarse así las cosas. No sé dónde estoy, no sé, no creo que vengas, no veo las señas -no sé si mis ojos también hayan huido-; no parece que siga así. Esto es todo eso.

Yo llamo igual, igual recojo tu cuerpo de bajo las puertas caídas. La noche, las flores, mis miniaturas rebrillan. Tu cabeza fúlgida en algún lugar ha de estar, en algún lugar de la ola. El ejército no debe llegar a ella. Tanto me cuesta encontrarla.

Magos mudos dijeron tus muslos guardan su calor, su frescura. El mar está completamente azul.

Mi llamada es para que todo te avise.

En los estratos bajos vamos a seguir encontrándonos.

Entre miles que caminan, en una escalera debes estar detenido y el sol debe darte. He regado mi cactus. He descubierto galerías en el jardín. Debes llegar a verme.

Rosas rojas ha traído el rumor del agua.

He innovado diversos gritos con que decoro el cielo. He escrito poemas. Las rosas rojas han anulado las orientaciones, el arriba y el abajo; yo sigo las puertas.

Yo te sigo, oh mediodía, como el príncipe en su enano planeta, yo te busco entre los ríos de la casa; alguna entrada ha de habar bajo los astros, tú has de venir invocado por todos ellos, tú has de venir a dar a todo esto un vistazo, en tu barca de eremita has de parar por ellos. Todo está igual cuando llegas. De pie el mediodía en pijama, el mejor traje, perlas negras de debajo de Ceilán.

Trepado sobre la ventana estoy escribiendo. Torrentes que de ti proviene me descubren todo.

Las llaves han dispuesto libremente de sus materias, hacen budas y gatos.

Llamo.

Los puntos cardinales se retuercen y gritan, en un rincón del baño como un sueño de herrumbres.

Tus cabellos se extienden por kilómetros. Cruzan las tardes que habita el condenado.

Preguntándome yo voy por la calle, en el aire algo de tu aliento buscando.



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Josemári Recalde é autor de Libro del Sol (2000).

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