LAURA LUNA
LA MUERTE SABE A CAFÉ NEGRO...
Serviré la mesa para uno
con el café negro,
-luto atávico y eterno-
y que cada muerto, muera su muerte.
Que cuando llame, no contesten.
Cada puta que muera su destino,
mi hijo su muerte pigmea,
Kafka, que muera de nuevo la conspiración de sus entrañas,
y que se ofrezcan rosas
-de los jardines de Tagore-
que yo, serviré la mesa para uno
con el café amargo,
y que mi muerte,
la muera el Cielo.
Serviré la mesa para uno.
El café negro,
desatando sus espectros en el aire.
La muerte huele
lo confirmo,
la muerte sabe
a café negro.
XXI
Nada era más urgente que atarte los zapatos:
No podría ponerse en algo más esmero
que en esa noble labor en la que poco a poco y sin afán,
adivinabas
la otra orilla de la vida.
Baja la tarde
se alejan las risas ajenas, como en sueños.
Tú y desde ahora, presientes otros planes.
Sin prisa
sin más menester que con las yemas de los dedos
-enjalbegadas de chocolate y caramelo-
soltar el nudo gordiano.
Ahora, que esta tarde te aplasta y te fastidia
que te clava la mirada en la nuca
que te exige
te acosa
te atolondra
con una y otra y otra cosa
quisieras estar en esos días
en que atar los cordones se hacía urgente
y te dedicabas con cierta golosina
a perecear entre trencillas y nudos y orejas
que se desatan al instante
Y vuelves las rodillas al suelo para atarlos.
Otra vez.
Otra vez
otra vez y para siempre
LOT
Ya lo veo salir triunfante,
entre la muchedumbre, en el puerto
con el ademán desmañado y silencioso de aquel que se despide
para volver en la tarde o en la noche,
con la misma mujer
al mismo bar
o al mismo muelle.
Anudo fuerte el alma al cuerpo,
y con el soplo gélido
-dibujando estelas en la madrugada-
empujo su barca,
que se abra la vela, y no le devuelva el tiempo.
Partieron las gaviotas en silencio.
Que vuele al fin, cimarrón,
sin volver atrás la vista:
Yo le salvo.
Plantaré para otros días
rosas de rizos blancos en mi tumba.
Para Samuel (1982- 2003) |