Retrato
de Eva, apple y serpiente
Pero bien mirado, la mirada
mira hacia el pezón
que pesa un poco más que su suspiro. Hablo de
Eva
delicuescente y frágil. Hay luz
cayendo,/
una
serpiente serpenteante, húmeda
de tocar madera y cuerpo. Es el de Eva, estática,
enmudecida, antes del paraíso,/ antes
de hablar el lenguaje de los pájaros,/ antes de ser
costilla de su costillar.
Existió
la luz ya nombrada,
la cortina que dice: Apple, Mac Intosh, modelo reciente
pantalla líquida lista para.... No lo planeó
Daguerre,
ni pertenece acaso a Las Escrituras. Sagradas
las caderas, el ombligo, la boca a punto/
de estallar esta escritura, pura, non lo so,
y eso es mucho: esto visibile paralare,
novello a noi perché qui non si trova,
o la respuesta de Eva:
Saldré por la tarde, espérame a la salida.
Encontré un códice,
ayer encontré
un códice o un mensaje en el teléfono:
¿Por qué se enrosca, mi vida, tu vida en la
mía?
De Eva sé tan sólo un poco: le gusta posar
desnuda por las tardes, entre serpiente y manzana,
lee el I Ching para salir
conmigo y devora
ensaladas con vinagreta
en un tazón de épocas pasadas.
Eva posa, y su mirada se posa en eso
que los dos sabemos, abultará el mundo
y será nombrado. Relámpago o revelación
la palabra dicha. Hay nubarrones
afuera, una lluvia anunciada: Hoy no puedo, estoy posando,
¿podrías venir por mí mañana?
Canción del no
No llegó a lo oscuro la mano entreabierta, no
pasa la fiebre por este pasillo, no
se dice no.
En el sillón duerme mi flaca, no
sueña con Ficino, no
hay aire o lluvia que aletea, no
podría arrojar una estela de vocablos, no
cae en lo vertiginoso, no cae, no,
una herida, un trazo. No
es el rostro de mi flaca enflaquecida por la pena de saberse.
No
hay espadas y vértigo en sus ojos. No
por favor, un poco de cordura. ¿Sí o no?
Sí, pero volveré a lo dicho. No volveré,
no
aunque en Madrid haya un chiringuito que no
cierra. Punto y aparte. No es no.
¿O sí?
Cosa de
alas
aliteración
más, aliteración menos, cosa de alas...
Eduardo
Milán
Cosa de alas esta historia
que es historia ya sabida: viene el mundo
a derrumbarse en cada cosa. Alas
de siempre y la memoria
es un tubérculo expansivo. Rizoma
que asoma por el cuerpo de mi flaca,
por la herida proferida: es una voz
la que atraviesa este desierto
ya colmado o en silencio;
vertical la vertedura del amor
que ya vertido, se extiende
fragoroso en los extremos del cielo.
Mejor llamarlo pájaro, aunque nunca
el nombre es lo correcto. Mejor
decirle fiera, perra extenuada, grafía
que no se fía de la mano,
cosa de alas, pasajera.
Boca de
iguanas
Cuatro caballos eran los
ojos del caimán adormilado.
Mi flaca lo vio quemarse al mediodía.
Un poco de agua y la instantánea para el recuerdo.
Detengámonos
un poco: la sonrisa de paloma, el cuerpo
bronceado, las flores
blancas sobre fondo negro.
Cuatro extranjeros por allá, un bar y la playa sola.
No había olas,
sólo las caderas
de mi flaca sumergidas en el agua.
Habité en el rojo,
sentado sobre la arena.
Nunca hubo castillos, viernes o lunes
o toda la semana para repetir el aleteo de las gaviotas.
Lo que más veo
es el aire
y la espalda de mi flaca alejándose desnuda en nado
mariposa.
Fui mar y murmullo erecto a su regreso.
Extendí la toalla para cubrirla de un frío inexistente.
Olfato y lengua: olfato
sólo y nube para ser su párpado izquierdo.
Escritura
entre los restos de café
todo
ocurre así
María Negroni
Es cierto:
la noche retrocede o se alarga en tu pupila. Unos restos,
en los restos de café.
Harás un viaje, me dijeron. Harás un viaje para
perderte en el cielo o en sus
brazos. Escoge.
Y escogí volver a un principio; escogí llamarme
así como lo
hago ahora.
Ahoridad de aquí.
Estaba el rostro de mi
flaca es eso: su origen no lo sé, pues no lo
tiene, lo dijo
aquel que
ya sabemos. Entre esos restos que extendí en el plato,
entre esa
negrura y
grumos: restos de lo decible, y algo queda
, algo que está aquí
que se entumece, algo
que es algo. Alguna cosa,
algo.
Fueron pájaros
los arrojados por la mano izquierda para saber del futuro.
Una
montaña, su telón abierto en los dineros
que pagué para saber lo adivinable. Algo falla:
el rostro de mi flaca
se parece al de mi flaca y yo quisiera
que fuera un turbión o, al menos,
sus labios en los míos.
Harás un
viaje y no hay avance, sólo
los pasos, las cuatro calles y llegaremos
a lo no visto. Vi
desde el equipal el mundo: no se
asemeja a los pliegues de mi flaca. Vi
una parvada de gallaretas formando
el ojo herido, la mancha
que recuerda su desierto.
Quería contarte
algo, yo
quería contarte algo. Alguna cosa
al menos: algo.
Glenn
Gould posa sus manos en el piano
Anoche vi el mundo en
otro mundo. Descansaba
mi lado izquierdo en el costado de un seno. Abrí
la puerta y allá, afuera,
cuerpos que eran cuerpos, pájaros
de otra latitud. Paisajes de azules casi pálidos.
Nunca he sido Kaspar Friederik,
pero sé que de una nube
puedo extraer el corazón de Alemania. Aquí está
Gould, aquí están los dedos de Gould o Bach
trasladado al piano. Mi flaca lo escucha repatingada
en el sillón y el que aleta permanece quieto,
sin moverse. Ya me han dicho que el cielo
sale de su pecho, que hay azules y blancos
cuando abre sus alas.
Un
poco de cordura
en el paisaje de tres
que no se mueven: escuchan la música
de torbellinos que llega por la noche.
Cuando
vuelo, pienso en Juan de Yepes encerrado en una celda
He volado por el mundo,
mi flaca lo sabe. Ayer
por la tarde recibió una postal
de la nube accidentada de Zimbabwe.
Hace dos meses la mandé y lo había olvidado,
como aquella otra de Lisboa que nunca llegó
y tuve que describírsela. Mi flaca es una fiera
que quiere saberlo todo. Por ahora voy y vengo
entre aviones y aeropuertos, entre cielos
de un color distinto y sé que prefiero sus ojos,
el gris desnudo de la tarde.
Turbulencias aparte, al
descender en Mazatlán
creí ver a un ángel jugar con la hélice
y en mi estómago;
en Madrid llovía; en San Pedro Sula la pista era un
río;
en Bogotá vi una serpiente que parecía la cordillera
de los Andes,
aunque era de noche y los whiskys saben mejor para el sediento.
He visto montañas,
ríos, planicies, volcanes
y escojo sentarme en el pasillo. La claustrofobia, digo
a quien me lo pregunta. Ya se sabe, nunca
he visto un falcinelo pero sí las caderas de mi flaca
que me espera ansiosa a mi regreso.
Cuando vuelo, pienso en
Juan de Yepes
encerrado en una celda y abrocho mi cinturón.
Soy torpe y asimétrico mi vida, mas de física
cuántica nada sé y de navegación aérea
tampoco.
Disfruto. Mira esa nube, se parece al rostro de mi flaca.
Señorita, ¿cuánto falta para que lleguemos?
Crónica
de una mañana por Praga con los dedos ampollados
Anduve por la calle buscando
la huella paralela, la huella
de lo oculto o al menos un bar
en donde pudiera beber una cerveza. Oscura es la fachada,
oscuro el cuerpo más oscuro
de la gitana que decía la suerte en checo. No entendí
el significado de los trazos, la estrella de David,
el cauce del Moldau y la pantera negra de Hrabal.
A veces Mozart, a veces Jan Neruda. Primero la música,
luego la calle rumbo al castillo
o el puente Karlos IV. Muchas las piernas, muchos
los brazos que transcurren
de un lado a otro. Voy y vengo
sin encontrar salida, sin descansar
mis pasos. Hubo consecuencias y rostros perfectos,
ampollas en el alma o casi, mejor dicho, en los dedos. Algo
tan banal
como el cansancio o las estatuas
cansadas por el calor. Praga fue un espejismo
que no supe explicarme.