LA CONDESA ERZÉBET
BÁTHORY
Roja sangre que aflora buscando el porvenir,
acepta su sentido
en la feminidad de la dama.
Una vida derramada por la extrema juventud,
busca su razón
en el juego absurdo de la crueldad.
Es espeso el baño, y costoso el contenido,
el oprobio cae sobre
el blasón de la austrohúngara.
No es páprika picante ni equivocado cosmético,
es la fuente de
mi pecado, mereceré la muerte.
Extremo de luz comparable a una ofrenda
que alienta en las
entrañas recetas de eternidad.
BAQUIANA
La atención es engañoso tentáculo
que acecha a la presa. Su inesperada presencia
hace más angustioso el abrazo,
jugo verde de flora en la digestión
asoma en mortífero hartazgo de la garganta,
colmada de sabor, su vibrante artimaña.
Deshojar el movimiento, como el guerrero
en busca de conquista, de onírico alimento.
Decae la vanidad como un tallo de esplendor
para acabar devorada en la corola del monstruo,
en untuoso arrebato, tronchado en su premura,
un brebaje que se apura hasta las heces.
No hay marco más inhóspito para la destrucción,
la boca amenazante, suave la piel,
cercada por tupidos brotes cortantes,
pero una vez sorbido no hay remedio en la expresión.
Florescencia ansiosa por perpetuarse
en una atmósfera de amor conflictivo,
basta rozar su pálpito, el llanto del envés,
y comprender que ya nunca podremos escapar.
CARNE DE PORCO À PORTUGUESA
El vino es para acompañarte con mayor deleite,
a la portuguesa,
ya ves, en las grandes ocasiones,
un sabor acre a
carne cocinada
que deja en la boca
la lujuria más honda,
el colmillo para
hincar, para morder el suave haz
del pedazo de espalda,
humeante, azul al paladar.
Si sigues sollozando
no podré parar de masticar,
de ingerir vino
del odre rojo de tu embriaguez,
sobre el líquido
fermentado espera la carne de puerco
que anuncia, al
comerla, la entrada hacia las sombras,
casi sexo, casi
putrefacción, para exaltar su aroma.
Con el olor a sangre
dando a la nariz
degluto con furor
la fibra deshecha, sin pensar en más,
equívoca
igualdad que aterra a la materia,
despacio, sin pausa,
la lengua es mi instrumento.
No se puede transmitir
con palabras limpias,
es un acto impío
que me reclama al verte.
Quién trincha
tu carne, quién la prueba,
del fondo del cuerpo
el paladar consumado asciende,
pies de cerdo, carne
magra en salsa de hojarasca,
y de los dientes,
se adentra en mi garganta.
REFLEJADO EN EL FONDO DE UNA CUCHARA
Aprendes una lengua erosionada. Tiendes la trampa
para resbalar en
el lacre, un broche imposible de violentar,
soy el que olvida
la razón en el límite morado del azar.
Reflejarme, proyectarme
en el pálpito hueco de la huida,
el ansia que maneja
el carro de fuego que me arrastra.
Animal quieto que
espera remontarse en una línea
que pende de su
ejecución, la fábula de la araña,
un plato que rechaza
su sabor, su alto abolengo.
Te estrujo al acercarme,
al separarme, cierre de seda
que repite su clave
en el fondo borroso de la cuchara.