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ARMANDO ROA VIAL

 

Desde la habitación 24:
HENRY DAVID THOREAU Y SU AMADA

I

En en entardecer de nuestras vidas, se nos dijo,
seríamos juzgados por el amor.
Así, después de cercenar las malezas
nos internamos en el bosque.
El cielo latía a corazón abierto
ya acallados los vientos sombríos que cabalgaban la ruina de los pájaros.
La muerte se moría de celos, apartada a un costado del camino,
como un ramaje de hojas secas sin reflejos en el agua.
El balbuceo insensato de la boca,
depuesta la palabra,
alcanzó la vertiginosa quietud del silencio.
El amor había sorteado las cegadoras ventiscas del miedo y de la duda
con la humilde armadura de la carne.
En el atardecer de nuestras vidas, se nos dijo,
En el atardecer de nuestras vidas, se nos dijo,
En el atardecer de nuestras vidas, se nos dijo,
Por eso nos internamos en el bosque
sin demasiadas ceremonias,
aferrados a un puñado de recuerdos
que aún repicaban en las polvorientas campanas del tiempo:
queríamos asentarnos
en el amor
sin oblaciones
sin limosnas que pedir a la belleza perdida,
sin árboles que deponer en quel bosque
donde nos internábamos en el atardecer de nuestras vidas,
cuando seríamos juzgados por el amor.

II

Y arribamos al Hotel Celine
esquivando las harapientas caricias de la muerte.
Eramos dos sombras amuralladas por el deseo
en medio de aquellas alcobas: tú y yo, almas deshabitadas desde siempre,
cortejo de ilusiones remotas que ahora despuntaban al alba,
zarpando de rincón a rincón,
bajo la tibia arquitectura de un rayo de sol.
Donde ya no se es nadie se empieza a ser alguien.
I’ts better to burn out than to fade away.
Estas huellas de hombre que menguan el camino.
I’ts better to burn out than to fade away:
en el atardecer de nuestras vidas, se nos dijo,
seríamos limpiados por la cautelosa marea del corazón.
Rust never sleeps: aquí, en el Hotel Celine,
entre muros indecisos humillados por la hierba,
entre ruinosos ventanales donde se encienden y se apagan tus ojos.
Difícil es acostumbrarnos a nosotros mismos
ahora que hemos dejado “de morir nuestra propia muerte
y la de todos aquellos que vienen tras nosotros”.
Difícil es...
Difícil es...
El amor nos hace prevalecer,
olvidando.
Ay amor, dime quién soy.
Porque en el atardecer de nuestras vidas...


III

El fulgor de la erosión
— el incierto corazón del corazón —
conjugando las variaciones del amor.
No hablo del deseo,
la anatomía fraudulenta del deseo
y su retórica sombría
en la cámara nupcial de nuestros cuerpos
— dos ínsulas extrañas ancladas sobre las aguas del espejo —
Porque en el atardecer de nuestras vidas...
Porque en el atardecer de nuestras vidas...
Porque en el atardecer de nuestras vidas...
Tú o yo: de quién es el turno
en este juego de palabras
donde ya no caben las palabras?
Perdemos para poseer.


Do apartamento n. 24:
HENRY DAVID THOREAU E SUA AMADA

I

No entardecer de nossas vidas, nos disseram
seríamos julgados pelo amor.
Assim, depois de cortar as urtigas
entramos no bosque.
O céu pulsava a coração aberto
já silenciados os ventos sombrios que cavalgavam a ruína dos pássaros.
A morte morria de ciúmes, retirada a um lado do caminho,
como uma ramagem de folhas secas sem reflexos na água.
O balbucio insensato da boca,
deposta a palavra,
alcançou a vertiginosa quietude do silêncio.
O amor tinha sorteado as cegantes nevascas do medo e da dúvida
com a humilde armadura da carne.
No entardecer de nossas vidas, nos disseram,
No entardecer de nossas vidas, nos disseram,
No entardecer de nossas vidas, nos disseram,
Por isso entramos no bosque
sem excessivas cerimônias,
apegados a um punhado de lembranças
que ainda repicavam nas empoeiradas campânulas do tempo:
queríamos assentar-nos
no amor
sem oblações
sem pedir esmolas à beleza perdida,
sem árvores que derrubar naquele bosque
onde entramos no entardecer de nossas vidas,
quando seríamos julgados pelo amor.

II

E chegamos ao Hotel Celine
esquivando as esfarrapadas carícias da morte.
Éramos duas sombras amuralhadas pelo desejo
em meio àquelas alcovas: você e eu, almas desabitadas desde sempre,
cortejo de ilusões remotas que agora despontavam a alba,
zarpando de rincão a rincão,
sob a tíbia arquitetura de um raio de sol.
Onde já não se é ninguém se começa a ser alguém.
I’ts better to burn out than to fade away.
Estas trilhas de homem que minguam o caminho.
I’ts better to burn out than to fade away:
no entardecer de nossas vidas, nos disseram,
seríamos purificados pela cauteloso marulho do coração.
Rust never sleeps: aqui, no Hotel Celine,
entre muros indecisos humilhados pela erva,
entre ruinosas janelas onde se acendem e se apagam teus olhos.
Difícil é acostumarmo-nos a nós mesmos
agora que temos deixado “de morrer nossa própria morte
e a de todos aqueles que vêm atrás de nós”.
Difícil é...
Difícil é...
O amor nos faz prevalecer,
esquecendo.
Ai amor, diz-me quem sou.
Porque no entardecer de nossas vidas...


III

O fulgor da erosão
—o incerto coração do coração —
conjugando as variações do amor.
Não falo do desejo,
a anatomia fraudulenta do desejo
e sua retórica sombria
na câmara nupcial de nossos corpos
— duas ilhas estranhas ancoradas sobre as águas do espelho —
Porque no entardecer de nossas vidas...
Porque no entardecer de nossas vidas...
Porque no entardecer de nossas vidas...
Você ou eu: de quem é o turno
neste jogo de palavras
onde já não cabem as palavras?
Perdemos para possuir.

 

*

Traduções: Claudio Daniel

 

*

Armando Roa Vial, poeta chileno, nascido em 1966, publicou, entre outros títulos, Zarabanda de la Muerte Oscura, Estancias en homenaje a Gregorio Samsa e Hotel Celine. Traduziu o poema medieval anglo-saxão O Navegante e publicou diversos ensaios. Recebeu o Premio Nacional de la Critica (2000), o Premio Altazor (2001) e o Premio Pablo Neruda (2002).

*

 

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