ZUNÁI - Revista de poesia & debates

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OCTAVIO PAZ

 

PASADO EN CLARO

(Fragmento inicial)

Oídos con el alma,
pasos mentales más que sombras,
sombras del pensamiento más que pasos,
por el camino de ecos
que la memoria inventa y borra:
sin caminar caminan
sobre este ahora, puente
tendido entre una letra y otra.
Como llovizna sobre brasas
dentro de mí los pasos pasan
hacia lugares que se vuelven aire.
Nombres: en una pausa
desaparecen, entre dos palabras.
El sol camina sobre los escombros
de lo que digo, el sol arrasa los parajes
confusamente apenas
amaneciendo en esta página,
el sol abre mi frente,
                                        balcón al voladero
dentro de mí.


                            Me alejo de mí mismo,
sigo los titubeos de esta frase,
senda de piedras y de cabras.
Relumbran las palabras en la sombra.
Y la negra marea de las sílabas
cubre el papel y entierra
sus raíces de tinta
en el subsuelo del lenguaje.
Desde mi frente salgo a un mediodía
del tamaño del tiempo.
El asalto de siglos del baniano
contra la vertical paciencia de la tapia
es menos largo que esta momentánea
bifurcación del pesamiento
entre lo presentido y lo sentido.
Ni allá ni aquí: por esa linde
de duda, transitada
sólo por espejeos y vislumbres,
donde el lenguaje se desdice,
voy al encuentro de mí mismo.
La hora es bola de cristal.
Entro en un patio abandonado:
aparición de un fresno.
Verdes exclamaciones
del viento entre las ramas.
Del otro lado está el vacío.
Patio inconcluso, amenazado
por la escritura y sus incertidumbres.
Ando entre las imágenes de un ojo
desmemoriado. Soy una de sus imágenes.
El fresno, sinuosa llama líquida,
es un rumor que se levanta
hasta volverse torre hablante.
Jardín ya matorral: su fiebre inventa bichos
que luego copian las mitologías.
Adobes, cal y tiempo:
entre ser y no ser los pardos muros.
Infinitesimales prodigios en sus grietas:
el hongo duende, vegetal Mitrídates,
la lagartija y sus exhalaciones.
Estoy dentro del ojo: el pozo
donde desde el principio un niño
está cayendo, el pozo donde cuento
lo que tardo en caer desde el principio,
el pozo de la cuenta de mi cuento
por donde sube el agua y baja
mi sombra.


                        El patio, el muro, el fresno, el pozo
en una claridad en forma de laguna
se desvanecen. Crece en sus orillas
una vegetación de transparencias.
Rima feliz de montes y edificios,
se desdobla el paisaje en el abstracto
espejo de la arquitectura.
Apenas dibujada,
suerte de coma horizontal

entre el cielo y la tierra,
una piragua solitaria.
Las olas hablan nahua.
Cruza un signo volante las alturas.
Tal vez es una fecha, conjunción de destinos:
el haz de cañas, prefiguración del brasero.
El pedernal, la cruz, esas llaves de sangre
¿alguna vez abrieron las puertas de la muerte?
La luz poniente se demora,
alza sobre la alfombra simétricos incendios,
vuelve llama quimérica
este volumen lacre que hojeo
(estampas: los volcanes, los cúes y, tendido,
manto de plumas sobre el agua,
Tenochtitlán todo empapado en sangre).
Los libros del estante son ya brasas
que el sol atiza con sus manos rojas.
Se rebela el lápiz a seguir el dictado.
En la escritura que la nombra
se eclipsa la laguna.
Doblo la hoja. Cuchicheos:
me espían entre los follajes
de las letras.


                          Un charco es mi memoria.
Lodoso espejo: ¿dónde estuve?
Sin piedad y sin cólera mis ojos
me miran a los ojos
desde las aguas turbias de ese charco
que convocan ahora mis palabras.
No veo con los ojos: las palabras
son mis ojos. vivimos entre nombres;
lo que no tiene nombre todavía
no existe: Adán de lodo,
No un muñeco de barro, una metáfora.
Ver al mundo es deletrearlo.
Espejo de palabras: ¿dónde estuve?
Mis palabras me miran desde el charco
de mi memoria. Brillan,
entre enramadas de reflejos,
nubes varadas y burbujas,
sobre un fondo del ocre al brasilado,
las sílabas de agua.
Ondulación de sombras, visos, ecos,
no escritura de signos: de rumores.
Mis ojos tienen sed. El charco es senequista:
el agua, aunque potable, no se bebe: se lee.
Al sol del altiplano se evaporan los charcos.
Queda un polvo desleal
y unos cuantos vestigios intestados.
¿Dónde estuve?
 
                                  Yo estoy en donde estuve:
entre los muros indecisos
del mismo patio de palabras.
Abderramán, Pompeyo, Xicoténcatl,
batallas en el Oxus o en la barda
con Ernesto y Guillermo. La mil hojas,
verdinegra escultura del murmullo,
jaula del sol y la centella
breve del chupamirto: la higuera primordial,
capilla vegetal de rituales
polimorfos, diversos y perversos.
Revelaciones y abominaciones:
el cuerpo y sus lenguajes
entretejidos, nudo de fantasmas
palpados por el pensamiento
y por el tacto disipados,
argolla de la sangre, idea fija
en mi frente clavada.
El deseo es señor de espectros,
somos enredaderas de aire
en árboles de viento,
manto de llamas inventado
y devorado por la llama.
La hendedura del tronco:
sexo, sello, pasaje serpentino
cerrado al sol y a mis miradas,
abierto a las hormigas.
La hendedura fue pórtico
del más allá de lo mirado y lo pensado:
allá dentro son verdes las mareas,
la sangre es verde, el fuego verde,
entre las yerbas negras arden estrellas verdes:
es la música verde de los élitros
en la prístina noche de la higuera;
- allá dentro son ojos las yemas de los dedos,
el tacto mira, palpan las miradas,
los ojos oyen los olores;
- allá dentro es afuera,
es todas partes y ninguna parte,
las cosas son las mismas y son otras,
encarcelado en un icosaedro
hay un insecto tejedor de música
y hay otro insecto que desteje
los silogismos que la araña teje
colgada de los hilos de la luna;
- allá dentro el espacio
en una mano abierta y una frente
que no piensa ideas sino formas
que respiran, caminan, hablan, cambian
y silenciosamente se evaporan;
- allá dentro, país de entretejidos ecos,
se despeña la luz, lenta cascada,
entre los labios de las grietas:
la luz es agua, el agua tiempo diáfano
donde los ojos lavan sus imágenes;
- allá dentro los cables del deseo
fingen eternidades de un segundo
que la mental corriente eléctrica
enciende, apaga, enciende,
resurrecciones llameantes
del alfabeto calcinado;
- no hay escuela allá dentro,
siempre es el mismo día, la misma noche siempre,
no han inventado el tiempo todavía,
no ha envejecido el sol,
esta nieve es idéntica a la yerba,
siempre y nunca es lo mismo,
nunca ha llovido y llueve siempre,
todo está siendo y nunca ha sido,
pueblo sin nombre de las sensaciones,
nombres que buscan cuerpo,
impías transparencias,
jaulas de claridad donde se anulan
la identidad entre sus semejanzas,
la diferencia en sus contradicciones.
La higuera, sus falacias y su sabiduría:
prodigios de la tierra
- fidedignos, puntuales, redundantes -
y la conversación con los espectros.
Aprendizajes con la higuera:
hablar con vivos y con muertos.
También conmigo mismo.

 

 

PASSADO EM CLARO

(Fragmento inicial)

Ouvidos com a alma,
passos mentais mais que sombras,
sombras do pensamento mais que passos,
pelo caminho de ecos
que a memória inventa e apaga:
sem caminhar caminham
sobre este agora, ponte
estendida entre uma letra e outra.
Como chuvisco sobre brasas
dentro de mim os passos passam
rumo a lugares que se tornam ar.
Nomes: em uma pausa
desaparecem, entre duas palavras.
O sol caminha sobre os escombros
do que digo, o sol arrasa as paragens
confusamente, tênue

amanhecendo nesta página,
o sol abre minha fronte,
                                        mirante para o abismo
dentro de mim.


                           Alheio-me de mim mesmo,
sigo os titubeios desta frase,
caminho de pedras e de cabras.
Relumbram as palavras na sombra.
E a negra maré das sílabas
cobre o papel e enterra
suas raízes de tinta
no subsolo da linguagem.
De minha fronte saio a um meio-dia
do tamanho do tempo.
O assalto de séculos do baniano
contra a vertical paciência da taipa
é menos longo que esta momentânea
bifurcação do pensamento
entre o pressentido e o sentido.
Nem lá nem aqui: por esse limite

de dúvida, transitado
só por miragens e vislumbres,
onde a linguagem se desdiz,
vou ao encontro de mim mesmo.
A hora é bola de cristal.
Entro em um pátio abandonado:
aparição de um freixo.
Verdes exclamações
do vento entre os ramos.
Do outro lado está o vazio.
Pátio inconcluso, ameaçado
pela escritura e suas incertezas.
Ando entre as imagens de um olho
desmemoriado. Sou uma de suas imagens.
O freixo, sinuosa chama líquida,
é um rumor que se levanta
até tornar-se torre falante.
Jardim já matagal: sua febre inventa bichos
que logo copiam as mitologias.
Tijolos, cal e tempo:
entre ser e não ser os pardos muros.
Infinitesimais prodígios em suas brechas:
o cogumelo duende, vegetal Mitridates,
a lagartixa e suas exalações.
Estou dentro do olho: o poço
onde desde o princípio um menino
está caindo, o poço onde conto
o que tardo a cair desde o princípio,
o poço da conta de meu conto
por onde sobe a água e baixa
minha sombra.


                        O pátio, o muro, o freixo, o poço
em uma claridade em forma de lagoa
se desvanecem. Cresce em suas margens
uma vegetação de transparências.
Rima feliz de montes e edifícios,
desdobra-se a paisagem no abstrato
espelho da arquitetura.
Apenas desenhada,

tipo de vírgula horizontal

entre o céu e a terra,
uma canoa solitária.
As ondas falam naua.
Um signo voador cruza as alturas.
Talvez seja uma data, conjunção de destinos:
o feixe de canas, prefiguração do braseiro.
O pedernal, a cruz, essas chaves de sangue
alguma vez abriram as portas da morte?
A luz poente se demora,
alça sobre o tapete simétricos incêndios,
torna chama quimérica
este volume alacreado que folheio
(estampas: os vulcões, os cúes2 e, estendido,
manto de plumas sobre a água,
Tenochtitlán todo empapado em sangue).
Os livros da estante já são brasas
que o sol atiça com suas mãos rubras.
O lápis rebela-se a seguir o ditado.
Na escritura que a nomeia
se eclipsa a lagoa.
Dobro a folha. Cochichos:
espiam-me entre as folhagens
das letras.


                          Um charco é minha memória.
Lodoso espelho: onde estive?
Sem piedade e sem cólera meus olhos
olham-me nos olhos
a partir das águas turvas desse charco
que convocam agora minhas palavras.
Não vejo com os olhos: as palavras
são meus olhos. Vivemos entre nomes;
o que não tem nome ainda
não existe: Adão de lodo,
não um boneco de barro, uma metáfora.
Ver o mundo é soletrá-lo.
Espelho de palavras: onde estive?
Minhas palavras me olham do charco
de minha memória. Brilham,
entre ramagens de reflexos,
nuvens paradas e borbulhas,
sobre um fundo do ocre ao abrasado,
as sílabas de água.
Ondulação de sombras, revérberos, ecos,
não escritura de signos: de rumores.
Meus olhos têm sede. O charco é senequista3:
a água, embora potável, não se bebe: lê-se.
Ao sol do planalto evaporam-se os charcos.
Ficam um pó desleal
e uns quantos vestígios intestados.
Onde estive?


                                  Estou onde estive:
entre os muros indecisos
do mesmo pátio de palavras.
Abd al-Rahman, Pompeu, Xicoténcatl,
batalha no Óxus ou na barda
com Ernesto e Guilherme. A mil folhas,
verde-negra escultura do murmúrio,
jaula do sol e a centelha
breve do colibri: a figueira primordial,
capela vegetal de rituais
polimorfos, diversos e perversos.
Revelações e abominações:
o corpo e suas linguagens
entretecidas, nó de fantasmas
apalpados pelo pensamento
e pelo tato dissipados,
argola do sangue, idéia fixa
em minha fronte cravada.
O desejo é senhor de espectros,
somos trepadeiras de ar
em árvores de vento,
manto de chamas inventado
e devorado pela chama.
A fenda do tronco:
sexo, selo, passagem serpentina
fechada ao sol e a meus olhares,
aberta às formigas.
A fenda foi pórtico
do além do visto e do pensado:
lá dentro são verdes as marés,
o sangue é verde, o fogo verde,
entre as ervas negras ardem estrelas verdes:
é a música verde dos élitros
na antiga noite da figueira;
- lá dentro são olhos as polpas dos dedos,
o tato olha, os olhares apalpam,
os olhos ouvem os aromas;
- lá dentro é fora,
é todas as partes e nenhuma parte,
as coisas são as mesmas e são outras,

encarcerado num icosaedro
há um inseto tecedor de música
e há outro inseto que destece
os silogismos que a aranha tece
suspensa pelos fios da lua;
- lá dentro o espaço
em uma mão aberta e uma fronte
que não pensa idéias mas formas
que respiram, caminham, falam, mudam
e silenciosamente se evaporam;
- lá dentro, país de entretecidos ecos,
despenha-se a luz, lenta cascata,
entre os lábios das brechas:
a luz é água; a água, tempo diáfano
onde os olhos lavam suas imagens;
- lá dentro os cabos do desejo
fingem eternidades de um segundo
que a mental corrente elétrica
acende, apaga, acende,
ressurreições chamejantes
do alfabeto calcinado;
- não há escola lá dentro,
sempre é o mesmo dia, a mesma noite sempre,
não inventaram o tempo ainda,
o sol não envelheceu,
esta neve é idêntica à relva,
sempre e nunca é o mesmo,
nunca choveu e chove sempre,
tudo está sendo e nunca foi,
povo sem nome das sensações,
nomes que buscam corpo,
ímpias transparências,
jaulas de claridade onde se anulam

a identidade entre suas semelhanças,
a diferença em suas contradições.
A figueira, suas falácias e sua sabedoria:
prodígios da terra
- fidedignos, pontuais, redundantes -
e a conversação com os espectros.
Aprendizagens com a figueira:
falar com vivos e com mortos.
Também comigo mesmo.

 

Tradução: Marcelo Tápia 

(A partir de: Paz, Octavio. Pasado en claro. México, D.F.: Fondo de Cultura Económica, segunda ed., 1978.)

Notas do tradutor:

(1) O título original do poema, "Pasado en claro", permite diversas associações de sentido. Uma delas - com outra expressão, "pasado en limpio" ("passado a limpo") - se perde em português na forma "Passado em claro". No entanto, como as outras possíveis acepções se incluem em tal expressão em nossa língua, e considerando-se suas relações com elementos do poema, optei por mantê-la em sua literal correspondência à do espanhol.

(2) Cúes (pl. de cu): antigos templos astecas.

(3) Senequista: relativo a Sêneca.

*


Octavio Paz, poeta, tradutor e ensaísta mexicano, nasceu em 1914, na Cidade do México. Passou a infância nos Estados Unidos, e na idade adulta viveu na França e na Índia, exercendo a atividade diplomática. Considerado um dos maiores poetas latino-americanos do século XX, ganhou o Prêmio Nobel de Literatura em 1990. Entre seus principais livros de poesia estão Libertad bajo palabra (1949), Piedra de sol (1957), Blanco (1967), Topoemas (1971), Pasado em claro (1975), Árbol adentro (1987), além de coletâneas de ensaios como El arco y lira (1956), Los signos em rotación (1965) e Marcel Duchamp o el castillo de la pureza (1968). Faleceu em 1998.

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