EL PARQUE DE LOS VENADOS
Después de 49 días de meditar bajo una higuera
Después de mortificarme con frío, sueño y hambre
Después de observar la línea azul del deseo en el cielo
Después de escuchar como los animales comían de mi cuerpo
Después de escuchar a los ciervos caminar entre las hojas
secas del bosque
Después de haber perdido la huella del Tathagata en la
neblina de mi mente
Después de nacer, enfermar, envejecer y morir
Después de abandonar a mi esposa Yashodhara y a mi hijo
recién nacido Rahula
Después de gozar a mis tres concubinas y vencer en una
guerra de la que nadie tiene
noticia
Después de las pulsaciones de mi corazón y la higuera
Después del lenguaje y el deseo
Después de que la luna y el sol salieran al mismo tiempo
Después de las cosas y entre las cosas
Después de vivir por 29 años en Kapilavstu
Después de pertenecer al clan, la casta, la rama, la
confederación de las tribus
Después de que mi padre me ocultara en los salones y
jardines de su palacio
Después de renunciar a mis vestiduras y raparme la cabeza
Después de vivir en el paladar del bosque más profundo de
la tierra
Después de ver danzar desnudas a mis tres hijas entre
llamas de fuego bajo la nieve
Después de Cristo y antes de Cristo y el perfume de la
sangre
Después de que las preguntas sobre la flecha, el arco y
arquero, fueran respondidas
Después de comprender de que la paz es el epílogo de la
confusión
Después de perder el peso y la estatura
Después del desierto y la voz de las piedras
Después de esto y lo otro y en el principio
Apago mis palabras como si se tratara de una vela
Humedezco mis dedos con saliva
Abro los ojos.
EL TEMPLO HA ABIERTO SUS PUERTAS
La Virgen del Rocío yace agrietada por los cuatro
costados, la línea de sotos ha pasado del verde oscuro a
un amarillo crepúsculo. La lluvia en las esquinas de los
techos y sus puntas torcidas destilan como timbales,
madera húmeda, palo santo, olor a leña quemada. El bosque
de letras, el gran libro de agua abre sus islotes,
archipiélagos, viento blanco, escarcha. Me froto las
manos, el templo ha abierto sus puertas. La cabeza
rasurada, el kimono desteñido y los pies juntos, el mentón
paralelo, uno las manos, dejo caer mi ropa y saludo al
sol, el musgo prolifera. El maestro llega con el té de
jazmín a tiempo.
Namasté. Hoy ha comenzado la primavera, Allegro y los
pianissimos escurriendo desde las cornisas. El cuervo
reconfigura su vuelo se detiene en el aire, reposa en una
estaca de arrayan. El bosque de letras, el templo, la
reescritura de los sotos. El verde limón, el limonero. El
olor a leña quemada, bajo la vista, mis ojos permanecen
abiertos. El té de jazmín abre las fosas nasales, la
garganta se despeja, el silencio encuentra su lugar en
otra parte. Una flauta dulce caracolea notas, luego las
siete campanadas, la Virgen del Rocío, el libro de agua,
el sol, la reflexología, el calor, el vapor, el brote de
lo nenúfares, la curvatura del puente japonés.
Paseo con mi bastón de punta nacarada. La escudilla huele
a romero, las cuatro estaciones sucediendo
simultáneamente. Un arcoíris se marca de a poco en el
cielo, la nieve cesa, la escarcha se quiebra con los
primeros rayos de sol, el paso de las sombras de las
nubes.
Saludo al sol con los empeines pegados al piso, luego de
un salto cruzo las piernas por el arco de mis hombros, doy
gracias y bebo mi té de jazmín, rodeo la porcelana con la
tibia yema de los dedos, mis pies ahora son una voluta de
raíces azules, mis brazos abiertos y quebrados se mecen
con el viento, escucho a los queltehues graznar rasantes
en la hierba.
Mientras un bosque húmedo despierta dentro de mí.
JARDÍN DE PIEDRA
Esculpida
la Acanthus Mollis
en las espinas del vínculo. El dolor, la ladera, la finura
del escultor, los nudillos de sus dedos sedimentos,
arenisca. La espina del vínculo su pecado la envoltura de
la conciencia. El libro de piedra, arte esculpido en la
geografía de la liturgia.
Sueño que entro a una catedral vegetal, los maestros
ofrecen sus símbolos, la lectura del icono. El acanto. Las
espinas hundiendo las piedras de la carne. La carnosidad
del espíritu, su grasa, el helecho, junto mis manos, bajo
la vista. La hiedra hace sus razonamientos en las
columnas, ecos de mis zapatos me arrodillo. Una línea de
sol cruza el polvo suspenso, una hoja de palmera haciendo
un túnel a la entrada de la catedral. La procesión, la
crucifixión y la resurrección.
Sueño que entro a una Basílica de agua, de piedra o de
hoja, con hombres de hoja, bocas de helechos. Surcos y
manzanos en el patio trasero de la cima de un cerro. La
panorámica del monasterio, Santo Domingo de Silos, gatos
verdes con ojos picados tatuados a las rocas de los
siglos. El claustro, la labor de esculpir las hierbas
perfectas que sobresalen del corazón de la piedra.