ZUNÁI - Revista de poesia & debates

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JOSÉ KOZER

 

 

 

FÁBULA HHHHHH11

 

 

Una vaca cruza la calle, el semáforo permanece

horas en rojo.

 

Vientos contrarios retienen a los viandantes,

nada ni nadie se

mueve.

 

La vaca avanza, pomos llenos de leche,

productos lácteos, el

toro y la ternera, el

buey y los surcos, el

espantapájaros.

 

Todavía no es hora de recuperar el movimiento,

señorío del Espantapájaros:

no es hora de cambiar la

luz, oír arrancar, pisar a

fondo el pedal, asir el

volante, y lamentar los

retrasos: la falta de

tiempo, la sed y su

necesidad, el hambre

y sus procesos que

mucho alteran.

 

La ciudad por unas horas recupera sus cimientos:

ónix, jade, marcasita,

jacinto, esmeralda,

Hades y el mar.

Alguien pulsa una

celesta, tocan

clavicémbalos: la

ciudad pierde su

momentánea claridad

alcanzada mientras

la vaca acaba de

cruzar la calle.

 

Se recuesta de su propia inclinación tras un bostezo

interminable. La cabeza

reposa junto a un poste,

las patas delanteras se

reflejan en los cambios

de luz del semáforo.

Sus ubres descansan

en la acera, al pie de

un sicomoro. Uno. Y

luego el roble. Uno. Y

de nuevo el sicomoro.

El abedul. La acera 

a lo largo cuarteada,

en ciertos puntos

levantada, a todo lo

largo el cascarón de

las cigarras, polen

muerto, hileras secas

de hormigas: flor de

luz todo lo muerto,

sámaras, amentos.

Unas sombras que

aún no se recogen,

las candelillas donde

la ciudad termina.

 

Ahora en verdad reposa la vaca. Los transeúntes

recuperan el movimiento,

tal vez en buena medida

inusitado. O no. Lo

cierto, mirad, imposible

no reconocerlo, es el

reposo de la vaca. Ya

deja de parir, de dar

leche, reanimar la sed

y el hambre para saciar.

En su lugar, y se trata

de un lugar, la floresta,

la casa del guardián, el

establo inmaculado

oliendo a heno recién

cortado, y entre el heno

la amapola, la flor más

quieta en la hez del

estupor.

 

 

FÁBULA HHHHHH13

 

Mañana volveré a caminar por la orilla de las tres

caletas visibles desde

el promontorio, voy a

calzar coturnos, gritarle

al mar las recriminaciones

que merece, a sus peces

más ingentes, sus galernas,

a los remeros de Caronte,

la mascarada de sus dioses:

haberse llevado a Shelley

(¿cómo, sin mi permiso?)

a destiempo. Vestiré algas,

husos de coral los pífanos,

coronaré mi cabeza de

sargazos, oiré las mentiras

del agua en las caracolas,

me pondré una estrella

de mar en la pudenda, 

un erizo donde desagua

sus fetideces el recto, en

cada sien la redondeada

(perfeccionada) sombra

de una china pelona,

colgaré un mejillón del

lóbulo de las orejas.

De múrice la piel. De

escamas relucientes

los dedos de las manos.

Y hablaré con Proteo

de ciertas figuraciones

que en lo peor de mis

pesadillas me amedrentan.

A ver si, aunque sé que

no. Conozco hace tiempo

lo irremediable. Soy yo

quien va a sentarse a

profetizar, nada más fácil,

Proserpina manda hasta

el final de los tiempos, y

donde el Nilo desemboca

por vez postrera, me

niego a participar. ¿Qué

gano con ser agua,

serpiente marina,

anémona de mar? Nadie

me va a guiar al Jardín

de las Hespérides

(España está para mí

cada vez más lejos):

y no seré yo quien

reduzca la sangre de

Dios a vino, el agua

en vino, mi mujer será

mi doble en nuestras

próximas bodas. Aquí

termina la geografía.

Alzo la vista y no hay

montañas. Hurgo en

la arena que quema

y no veo salir volando

avispas. El cangrejo

apesta, se pudren

los pecios, el mar

sólo recibe a los

desposeídos: aún

no sé si pertenezco

a su número. No

volveré a mirar los

espejos, nada se me

ha perdido en el azogue,

no me quiero ver asistido

nunca más por reflejos,

en cuanto acabe de

vadear la tercera rada,

desaparezca Caronte

por un día, me sentaré

hasta que salga la luna

media, prenderé leña,

oiré chisporrotear unas

sardinas de cuatro

pulgadas de largo, a

la boca con escamas y

todo, espinas, ventrecha:

ahí hundiré la cabeza en

la noche, y a la hora de

las pesadillas veré llegar

las primeras moscas

recién brotadas de sus

cresas: en cada enjambre

y en andas la silueta de

uno de mis muertos, y

yo al fondo (al son de la

flauta) cargando cuesta

arriba lo que rueda cuesta

abajo, ora Sileno, ora

Sísifo a punto de verse

ataviado (albas) de

noctilucas, estrellas,

entre plantas acuáticas

encumbrado.

 

 

FÁBULA HHHHHH14

 

Los dioses, los grandes y los pequeños dioses, se

largaron de casa, atinaron

a cerrar las puertas con

enormes candados de

hierro, llave doble, y

trancar las ventanas

(irrompibles) con

pasadores invulnerables:

y todos, del brazo,

radiantes, se fueron

por ahí, cantando y

bailoteando a la zaga

de Pan y los sátiros,

se hicieron pasar por

dioses ecuestres, no

sabían siquiera dónde

se encontraban: a la

diabla sus asuntos,

la realidad ya no

cuenta, ni el icor,

ni la ambrosía, los

sahumerios tampoco

significan nada: a

deambular (retozar)

vivir de jaranas, del

aire que entra, fortifica,

sale (risotada) vivir del

cuento (que lo cuenten

los demás) los dioses

han dejado de lado las

jurisprudencias: las

amplitudes; se dan

abasto con un par de

instrumentos musicales,

sistro, arpa eólica, nada

ni nadie los anima a

dictaminar, tomar

decisiones (todas

siempre erróneas) a

vagar se ha dicho.

Aquí acaba el mar.

El fiel de la balanza

se desordena, las

pesas se vuelven

ingrávidas, y quien

señala (ved fulgurar

el índice) a Zeus, ha

señalado a un tritón.

Neptuno viste corona

de yagua, Dioniso se

tranquiliza metiendo

la cabeza bajo Príapo,

bien que se entienden,

poco se necesitan,

los dioses grandes

aprenden a administrarse

mirando a los dioses

menores actuar en las

cocinas (antesalas): y

las diosas desnudas

visten polainas de

cuero bruñido, atizan,

se asaltan a las

nalgadas, y cuando

el reloj de sol indica

el mediodía, se

zambullen en los

regatos, castalias,

manantiales de aguas

sulfurosas, y tras una

colación a dividir en

partes iguales con los

dioses cualesquiera,

duermen (acoplados)

a la pata suelta, plexo

solar, ombligos,

distendidos.

 

 

*

 

José Kozer nasceu em Havana (Cuba) em 1940, mas vive nos EUA desde 1960. Entre suas principais coletâneas poéticas estão Y así tomaron posesión en las ciudades (1979), Jarrón de las abreviaturas (1980), La rueca de los semblantes (1980), Bajo este cien (1983), La garza sin sombras (1985), Prójimos. Intimitates (1990), et mutabile (1996) e Farándula (2000). No Brasil, foram publicadas as antologias Madame Chu e Outros Poemas, com traduções de Claudio Daniel e Luiz Roberto Guedes (Curitiba: Travessa dos Editores, 2003) e Íbis amarelo sobre fundo negro (Curitiba: Travessa dos Editores, 2006).

 

Leia outros poemas do autor.

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