VÍCTOR
SOSA
EL SORDO, EL LOCO,
LAS PIEDRITAS
¿Qué connota
la nuca? ¿Soprano? ¿Penderecki? ¿Un papel
secundario en el
fugaz soponcio del cometa? Bartolo connota. Temblores desde
Antofagasta
hasta la (Alaska) ensoñación del epidérmico,
preso de su tremor al epicentro.
¿Qué bala cava en la vena del borrego? Sesea
el bibliotecario bien blanduzco
en Babel y tan en babia que ni gracias dice. Una gota más
grande que una cal-
cárea casa donde si algo sobra son esos comensales
arrodillados en la cocina.
Qué trompo el de la voz ¿eh? Así es como
se perfilan las nuquitas rapadas al
ras por las milicianas invasoras. Romulo & Remo. Dos descendientes
de la lo-
buna madre abstencionista. ¿Para eso fue que con tanto
dolor su padre los pa-
rió? Aúlla en un rencor de Pudovkin (Tempestad
sobre Asia, 1929) la Madre.
Y andar cavando ¿para que? Andar entre tanta tundra
así acabándose hasta los
desgañitados dientes, o hasta el albino retintín
de la retina que, en el momento
menos pensado se desprende. En eso piensa hambrienta mientras
pasta. Lasaña
para la hembra labradora, si ladra; si no ladra, vinagreta,
equinodermo. Encías
asimiladas al mesmerismo de la deglución y tirria a
los mamíferos; alergia fie-
ra a la fauna de pelambre (el gato con botas) y urticaria
si veía venir a los ven-
cejos (reales) desde lejos. Cualquier almuerzo sobre la hierba
era impensable
(mejor un Modigliani, mascullaba el danés), impropio
para lo rubio de la pel-
vis del pentecostés poliomielítico (la silla
parecía de obsidiana), impuro no
pero impregnado sí (el silicón-filadelfia de
las sinagogas), ínclito ante la ma-
dame de la tela; ahora telefonea. Aló hasta Vancouver,
hasta el Alto Nilo aló.
Y nada; acaso ciénaga, acaso el loco de las piedritas,
chocándolas, masticando
la vetusta placenta de la tía, haciendo un chirrido
insoportable con los cables
olvidados sobre el cubrecama. El loquito de las piedras (tenía
trescientas de-
bajo del colchón; acariciaba una por día), y
si lo dejaban salir era peor: ente-
rraba la ingle en las arenas, sobre todo movedizas, y colapsaba
el monitor; se
detenía entonces el cuasar sobre la cuneiforme espesura
de los barbitúricos y
a ver quién lo ve, desde esa altura, empezando a transparentar,
o a transpirar,
coleando a una velocidad inconcebible, el cuasar, y el otro
percutiendo las pie-
dritas de colores, como Wagner, como la negra Pavlova en el
terreiro, como
en el harakiri Kawabata, como el pinzón sobre los élitros
de su guillotinado
mastodonte, como el caracú de Tito en la entrepierna,
como Cronos Quartet,
como esas gauchescas carnestolendas en la otomana Transilvania
(bovinos y
pez vela). No, nada era todo para él. Oporto, Nanda
Devi (7816 m.), Moulin-
Rouge, Yazilikaya (hititas por ahí), Valladolid te
espera (témpera de Valle-
Inclán, de Echevarría). Qué sastre a
su cajón, si el loco hablara. Bandoleris-
mo medra ante el alpiste, Arcipreste de Hita, y trancas sobre
el automóvil de
topacio, y tiemblan los ricos entre los girasoles de Van Gogh
si el sádico pe-
sebre también sopla. Cristo, pero qué entrevero
en nombre de tu nombre tan-
to hicieron: un camembert normando, un caldo (cuándo)
de dulces e indele-
bles hortalizas para no hurtar (la pana pacifica) la ventriloquia
de los salmos
(también llamados influenza). ¿Connota o no
connota? No se sabe. Lo que
se sabe sí es que le patearon hasta primera sangre
el pundonor. El moco pare-
cía de molusco pero (intestino delgado) era de él
lo que se ofertaba ahora en
el mercado. La criada de Vermeer compró un kilo (National
Gallery) y aulló
durante un mes en Ámsterdam antes de perderse detrás
del aserradero de gli-
cinas. Goma arábiga blandía la carroña.
Cesárea con colibrí. Cavo Verde en
las vendimias de Camoens (que te calles te digo) surcando
el bulevar de las
tiliáceas. Un viento a borbotones tranquilizó
la hebra (lat. fibra) que desde
hacía milenios zarandeaba a las personalidades del
zaguán: Gardel; Máximo
Gorki; Garibaldi, ay, y el reino de las Dos Sicilias; Sun
Yat-Sen; Policarpa
Salavarrieta (apodada la Pola, fusilada); Agripina la Menor
(casada en terce-
ras nupcias con Claudio, tío suyo y emperador de Roma
por ella envenenado);
Alfredo Arvelo Larriva y Alberto Arvelo Torrealba (llaneros
nativistas como
Ascasubi); Jean-Jacques Rousseau (por De la Tour); Palladio
(¿ya lo dije?) y
Severo Sarduy, y Sarrionaindia (Joseba) y Segismundo (santificado,
sí, pero
asesinado por Clodomiro allá por 523) y tantos otros
toledanos ilustres que,
lamentablemente, la historia no consigue consignar. Porque
la pluma tiembla
ante el titanio pero más tiembla aún ante la
antigua losa castellana (añil añico
de una voz vistosa) visitada en la sarta que te enhebra al
reclamado ocote de
las Indias. Viento habrá siempre, y violas andaluzas
de navajas (Lorca ahoga-
do en el río) y risas de precoces prostitutas precipitadas
como cuises o coba-
yas sobre los benedictinos cuchitriles. Qué de cuitas
que manan de esas crip-
tas en total destartale, desplegadas como la satinada aleluya
del cuché antes
que el filo del astracán lo toque. Se galvaniza, entonces,
hasta la rodillera siux
del pedernal, hasta la desperdiciada hemoglobina del cálculo
renal del vástago
en holocausto acuclillado, hasta la última inca escaramuza
(Tula en el aire) y
pandas inmortales (decúbito dorsal) descansan, se diría,
sobre los pintarrajea-
dos azulejos. Se aprovechan, sordo, y si nadie se percata
engargolan hasta las
mismas babuchas del fakir. Claro que nadie se percata. ¿Connota
o no connota?
Y miran para otro lado haciéndose los sarracenos. Embarazados
de un mentolado
mascabado más adictivo que el amor, mientras una romería
de rezongos resuena
por las expoliadas azucenas. Desde el Comité Central
soplan las siglas: mamey
de Mao alzado en cada manicurista de Manila; espiga, lila
espiga leninista lista
a lidiar en San Petersburgo contra el zar; carlistas, sandinistas,
papistas, espiri-
tistas, prestamistas, trotskistas, anarquistas, populistas,
artistas, trapecistas, bu-
distas, fascistas, hinduistas, falangistas, islamistas, taoístas,
dadaístas, existen-
cialistas, imperialistas, constructivistas, carteristas, cubistas,
dentistas, tractoris-
tas, ambientalistas, telefonistas, proselitistas, elitistas,
ocultistas, ascensoristas,
shintoistas, sexistas, feministas, ciclistas, intimistas,
belicistas, sufistas, golfistas,
nudistas, maratonistas, naturistas, catequistas, modistas,
minoristas, expansionis-
tas, altruistas, alpinistas, zapatistas, ceramistas, miniaturistas,
paisajistas, masa-
jistas, socialistas, helenistas, exhibicionistas, operistas,
oportunistas, comunistas,
bañistas del mundo, unios. Cómo que no, crótalos.
Ah, la desmesura del disfraz,
facinerosos. ¿Connota o? No, nada nos dice. Niebla
es ahora el hada transforma-
da, la prestidigitadora consagrada que enanca en nube, se
mece (todo es sueño),
se abastece de escenas portentosas, se luxa sola al aire,
se entristece. Sésamo á-
brete y escógeme una aurora que áurea sea, ya
sin figura, ya sin filigrana: tal vez
sea Ana, tal vez una Morgana más real. Ciérrate
al son, Arjuna, de los césares y
sin cernir ni discernir di lo que quieras: Loco, ¿me
quitas esas pajas de los ojos?
EL SORDO EN LA BASÍLICA DEL FORENSE
Vamos a extraer la zapatilla. Del lago el cuerpo helado, en
pleno rígor
mortis, cuando la salva de fusilería lo encontró.
¿Estás hablando solo o
acaso estás rezando o razonando (oh, necio) una asombrosa
fuga?, afir-
maba el velludo capellán con toda la papada sobre el
adulterado oído del
difunto. Dame la verdad, te digo. Pero qué verdad iba
a darle el demacra-
do si de tanto tajo hasta la cesárea no se oía,
o si algo se oía era el glotis
goteando, amancebándose con la flema al mameluco, mestizándose
en el
marfil de la pezuña sobre el arrugado celofán
de la levita. Es que, de pron-
to, entre los estertores atizados de los infrarrojos frigoríficos,
oyó una tos.
Dos toses. Un carraspeo seco de gitanos a caballo tan crujiente,
tan a su
vez campeador; una carita de Juana, Juanita: morena merodeando
monta-
da sobre el amarillo zeppelín. Y eso lo revivió,
y el aroma a bala sobre la
peletería de la mujer con uñas de ñandú,
de apergaminada ala transalpina
(mosto), de maná escurriendo sobre las seis seseras
de la ojiva. Se ríe el
muerto. Se desternilla sesentón con el zarandeado tendón
de Aquiles por
el aire (primero lo había sostenido con la mano izquierda)
hasta que la per-
nambucana (bacana canela) se lo extirpó ipso facto
gracias a una valiente
verónica (tigrilla, ah, tigrilla) tatuada debajo de
la lengua. Azorado (así no
hay quien se muera) relamía el riñón
hasta en la hipoglucemia de los polos
que expectoraban canes ladrando, enamorados, al neomuerto
(por algo fue
que ensordeció). El inmortal del tímpano, le
puso el mote el menonita bió-
grafo (Menno Simonsz, que era neerlandés) y se lo colgó
hasta en la Amé-
rica vikinga. Ahí lo vieron los húsares y lo
van blandiendo en vendas infec-
tadas porque las hordas independentistas ni los molares al
ganado rumiante
le dejaron (Teresa de Mier era de ésos). Tolvaneras
históricas que el charro
achicharrado nunca comprendió. Y ahora, cuando ya ni
menstrúa, cuando
pasó lo que pasó en el catafalco, cuando las
dos gardenias para ti se mar-
chitaron (de saberlo la envaso), vienen a extraer la zapatilla.
Sí, los del a-
yuntamiento que en la batalla del Yaguarón (78 rpm)
capitularon ante la
embestida paraguaya. Unas mal habidas cerbatanas (seguro manufacturadas
en Hong Kong) pudieron contra toda la flotilla del ducado
(Retrato de la
infanta Isabel. Museo Filatélico de Durban). Eso es
en suma lo que impor-
ta (carmelitas, descansen), eso y lo otro que en las desvalijadas
conciencias
aún les resta (porque los muy cernícalos prostituyeron
hasta las pobres pú-
beres de lecho en esos tristes célebres ingenios azucareros
del Levante).
Ahora de pundonor sacian las habas, selvas elevan en su saliva
espuria y
un azul zazen de anfetamina mana desde el iglú del
mundo. Monasterios,
estallen; derrumben con flamígero índice esa
fe (forúnculo fecal, si Dios
me oyera), dice ante tanta luz lunar el sordo saltimbanqui
en carnaval.
Terror, mejor, cultiva: caigan dantescos odres bajo las cimitarras
de ese
Otón (Marcus Salvius) y que tiemble en su encofrado
tanto oro (dame
donna tu himen que lo como), tanta plataforma espacial hacia
las enchi-
ladas zurras del soltero. Espasmo a cuestas que la vida es
violencia, mer-
cenarios; es un je brise (y no me explico cómo) jubiloso,
un Treblinka y
osario de cuerpos retorcidos y rosarios (sarta de cuentas,
María; gloria-
patri, ah y sus quince minutos de misterio). Es que el mundo
es muy cre-
tino pero puede ser divino, dice el abreviado manual de fitotecnia.
Pon-
gan atención, pongan un poco de atención, peleoneros;
políglota procaz;
impetuosos imperturbables (el elefante entra en ese orden).
Posterguen,
mandriles, la alharaca y si en el abrevadero algo acaece relinchen
como
Séneca. Qué tugurio la raza (antes lo dijo Diógenes),
qué cáustico caldo
echado a perder en el cultivo. Bromuro, mejor, sobre los acueductos;
un
batallón de marabuntas (voz brasileña) avasallando
todo lo dócil que de-
crece en la almidonada tisana de las cinco. Potente marabú,
¿te atreves o
coceas? Clueca, ¿qué dices si te vengas? Igual
pido a la iguana que inter-
venga con esa flemática indiferencia caracterizadamente
caricaturesca.
Cul-de-sac para el hombre, pitonisa. ¿Pero qué
dios malaria así ideó?,
ya en su jugo el gusano se pregunta. Envenenamiento de nonatos,
Titus,
y que castañetee y así retiemble aquello todo
que el Etna respetó, espeta
en sexual éxtasis la arpía. Desobedéceles,
civil. ¡Miren que venir a exhu-
mar la zapatilla ahora! Quítales de cuajo hasta el
saludo, ludibrio, o escar-
nécelos. Y lozanea a sotavento entonces; y oloroso
diserta lotiforme bien
asentado sobre la lucerna; y setecientos dientes; y en el
lugar de la pun-
ción el parche; ¿y adónde creen que van
con todo eso? Mar, mejor, que
palpite. O gordolobo. O un lémur que aún bajo
el bozal farfulle en dialec-
tal berebere aves purísimas. Lo que sea (ni un paso
atrás) pero que sea.
Loco, el de la Mancha es legionario (mi nombre es Nadie, dice)
y agarra
por la canaleta a la garrocha hasta en alterado éter
zambullirla. Sueños
del pardo opíparo. Poliéster opio que en el
prado crece. Malformación,
señores, que ya en la baya se veía (tympanum
es pandero) crepitando ve-
nir. Ana, tu espuma, tu epiléptica bruma tibetana que
tanto las atonta a ti,
a tu hermana, enjabonándose por dentro (en la ventana)
el grácil, membra-
noso mesenterio (metomentodo ¿y qué?). Suspiras,
capicúa capitana que
en los sargazos del lactumen nadas ungiendo en mesotórax
torvo aliento.
Mercerizas tu pelvis, suculenta, y un jugo como de uvas que
succionas (tu
cartilaginosa figura lo permite) del leporino expósito
expulsas tan caliente
que hasta el talón empapas. Te miran los viscosos desde
el tianguis, los del
segundo piso del quirúrgico, Lolita alebrestada que
te mira. Ámbar, Ana,
tu chorro, tu travestido cachalote lindo tan atrevido entrando
a la entre-
pierna, y el coralífero atolón (concédeme
ese vals, suda Neptuno). Pero
por sed no cedes a los otros; sedentaria (zorra, al fin, de
costumbres), a-
solas las comarcas desde lejos, generalmente al alba para
(interpresa) a-
trabancar con ajo a los adúlteros. Bonancible (velocidad
en km/h), a ve-
ces en la sarracenas bebendurrias te han visto descalzarte
y derramar, o-
crácea, por el ojo, sobre el odre, una bivalva gomorresina
que adormece
o, amalgamada al dulce de membrillo, adolece de culpa pero
mata (bacilo
de Nicot). Qué natalicio. Lavan el pedigrí ya
pegajoso del ecuestre (hasta
en su costra ostiones) y alaban del insepulto cada uña
(leucemia, eso no
dicen) o lunar o runa de bronce ante la llanura del pampero.
Malones mu-
eren, mi General, por las tacuaras, allá entre las
patriadas que usted guía
(muge, gacho, el mulato de alpargata). Balas mejor; después,
penicilina,
que ni siquiera recluso el indio entiende. Tenientes, intendentes,
tropa ra-
sa al trotecito y disciplinada a rebencazos, salvan la ciénaga
y arriban al
fin al alto reservorio, resollando, apunados bajo la tan calcárea
resolana.
La indiada mujeril pare en cuclillas; colibríes que
salen de sus tetas. Hie-
den a un rancio y revolcado rifirrafe (riñen, disputan,
se untan las narices
con manteca) que hasta el voluntarioso y bien intencionado
dermatólogo
dudó. Dudó y extrajo, en ristre, el bisturí
(ya rizomatoso por desuso) de
la petaca pésima (tres ruedas dentadas de acero durísimo)
y así arremetió
(paso de ganso) contra las destartaladas tolderías.
Lo paró en seco el ca-
pataz antes que la lanza montonera lo mandara, aligerado,
al inframundo.
Se reían los desdentados neandertales (hijos, casi
todos, ilegítimos) con
esa hereditaria idiocia de los circuncidados por el clero
(Marcel Mauss:
El mágico mundo de los indios cora, pag. 73-75). Ososa,
la cavidad cra-
neal, mas perezosa a partir de (Concilio Vaticano Segundo)
las atrocida-
des turísticas acometidas en el kindergarten (www punto).
Se sabe poco,
pero se sabe. Datos ilustran sombras. Catódica crueldad
que esteriliza (a-
yuno) cualquier genealogía en la moral. Kabuki que
se lleva ya en la san-
gre o en ese sino del sable samurai. Caigan las categóricas
cabezas y que
al rodar (Leteo) filigranas diserten en la arena que el mar
que todo lava
alberga olvido hasta en el puro Olimpo del olivo. Nombren
(fosas comu-
nes) sus misterios (que si Satán te asa seguro que
Dios te cauteriza), su
minestrone (arte-micción) mineromedicinal que en ascuas
mana, su en la
voz silicato que se eleva y cómo quema ¡ahijuna!
cómo aclama su atún
pubis turgente hacia la daga, su cimarrón al César,
su jauría azuzada ha-
cia el ladrón, su palo enjabonado vertical apuntando
al cenit del cicerón.
Toros: testosterona sobra en estos agitadores y muy meridionales
entre-
veros. Drágame, dorífora; aliméntate,
dondequiera que estés, ya de mi
néctar, ya de mi doping mientras duermo, o llámame
Drakkar (nunca me
digas Dreki), llámame (síndrome de Down) si
quieres, dripping (iza la
verga ahora) y átame el endocarpio hasta la droga celta
(snack-bar), has-
ta la cuidadosa cola de la manta (si pica electrifica) y absténganse
los
pobrísimos de espíritu, los de las dos mejillas,
los seudo-dadivosos sobre
el agua (aquel que se levanta y cree que anda y clama, tan
perverso, que
lo sigan), los del inmanente improperio del amor (masajistas
de una mo-
ral del trampantojo), los cocainómanos tahúres
hare-krishna asidos a la
sinusoide curva cuticular o sirga (léase maroma) espiritual
de aviesos sí-
nodos. No, encéfalo; no, enfermedad social de la endogamia
(mi prima es
Petra, decía Johann en 1717); no, nada, ni tumba (qué
fácil es querer cre-
er en nada), como un deseo dócil, esconder la (ah)
cabeza en el quicio del
abismo, de la filosa garlopa ionizando (¿acaso cosa
más inútil ya se vio?)
el azafrán del éter (así se le llamaba
hasta hace poco; siroco, se le llamó
después), o ese san Víctor (189-199 d.C.) que
fue, muchísimo antes del
Gran Cisma, Papa. ¿Qué dices hoy, Proudhon?
¿Boticcelli o Bin Laden?
¿Fontainebleau o un bien digerido disparo en la solapa
(salopard!, así,
a rajatabla) haciendo un zaz la tráquea, un zoom en
la cisura del rebal-
se hasta acatar los dientes contra el friso, o contra el (broncíneo)
fresno
nacional, o contra la extraditable aftosa de los eficaces
frigoríficos. To-
men, aún vivo, un cisne y espúlguenlo primero
hasta que pifie o piafe,
fiel a la intravenosa narcolepsia suministrada en dosis genocida.
Mal-
trátenlo hasta el asma en el infeccioso sarmiento de
los óxidos, y si su-
da, sal y paulatina orina en las heridas. Interésenlo
así, del pie a la es-
piga violeta de la panza, con ese inseminado aguijón
(largo, dos onzas)
para que por el orificio de salida suelte el plumífero
sin alma su exis-
tencia. El estertor final trasluce a los ilusos el cohecho
y bailen, des-
calzos sobre el coagulo, y canten, gimnastas cacofónicos
y ebrios. Si
Hera en esa escena así los viera seguro absolvería
esta monoteísta y
triste era (flamenco para australianos) tartamudeada en los
anacolutos
de Lacan. Pisen despacio, párvulos, que hay minas.
O ni siquiera pisen,
quietitos en su ciénaga, respirando quedito, quejicosos,
a ras del mimbre
protector vuestra cerval cerviz acaso ensoberbecida por el
vino. Que vi-
va Mao, de lejos, camaradas. Que en la TV retiemblen, proletarios.
Que
Marco Polo y que Colón después en la caribe
canoa, Anacaona (aún en
Haití reinas), andaluza de nalgas como iguanas, algorítmica,
rítmica; ri-
sotada que das cada mañana y que hace, cual verso,
renacer por doquier
al universo; sudorípara prieta generosa mirando al
mar, jugosa, con esos
renegridos dos tizones acechando (y alzada por la marea) al
capitán. Ahí,
yo, cortical, tu zumo bebo, tu sombra de pantera sigilosa
en menstruo, lu-
na nueva, zodiacal, que en jungla de alfabeto pleno abrevas.
Malaguita:
ardiendo estás maleza en la Tanzania; trópicos
y atolones son tus tiznes y
el vendaval de las ajorcas mañas de tus muñecas.
Mezo al reverso, nomo,
al son del mundo (ampliación del gorgojo): un batintín
o gong (sus crías)
sobre los petimetres gonococos. Ahora o nunca: aprendan, animales.
Alfa-
jores de una más que exquisita levadura (Pachamama)
bien macerados los
andinos morrales y de hinojos (Cuzco al pie del dragón).
Esa es la excusa
para vivir, quizás, un gran amor (Rajmáninov);
o no, maná, que el precio
si se piensa no se sabe (somos zurdos, mas duchos), o si se
sabe al fin ya
no se asume, o se rompe el cristal con una piedra. Da lo mismo,
señor, si
es al César o al socio. Al diablo, que por viejo; a
Dios, que por si aún no
se murió (¡si sobrevivió a Yuri Gagarin!),
seguro que algún gen se escon-
de en el yogur y pasteuriza en ira a Dinamarca (Diana da caza
a Hamlet).
Estelarizan los bribones hasta el Éxodo en las estériles
aguas del cálculo
usurero. Estrías de un pasado hermafrodita, tan lindo,
tan prehelénico, tan
Thor detrás de Eiffel. Porque Platón fue padre
putativo de aquel penden-
ciero paradójico de la otra mejilla. Los de la zapatilla
lo sabían, por eso
montaron en el Coliseo Blancanieves, ayer en beneficio de
los servios, ma-
ñana del ron Matusalén y pasado por Pisa o por
la quimioterapia del gran
kan. Que 2 + 2 es 4 pero, con algo de esmeril y plusvalía,
puede llegar a 5.
*
Victor Sosa, poeta, ensaísta e tradutor, nasceu
em Montevidéu (Uruguai) em 1956, mas reside atualmente
na Cidade do México. Publicou, entre outros, os livros
Sujeto omitido (1983), Sunyata (1992), Gerundio
(1996), La flecha y el bumerang (ensaios, 1997), Decir
es abisinia (2001), Los animales furiosos (2003)
e Mansión Mabuse (2003).
*
Leia também uma
tradução
de Victor Sosa por Claudio Daniel.
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