ZUNÁI - Revista de poesia & debates

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VÍCTOR SOSA

 

 

 

 

 

Orígenes

 

 

En el origen fui un quark. Mis bracitos eran de materia, mis trencitas de antimateria. En esa época el universo tenía el tamaño de una pelota de béisbol. Nací, sí, en la Era Electrodébil -me enteré por Hawking- mas en principio guardo una preciada incertidumbre. Mis hermanos antiquarks me aniquilaron, como en el Popol Vuh, pero nadé en hirviente mar de plasma anterior al esperma. Entre plasma y esperma, las galaxias. Mis piernas, mis tobillos, se enfriaron; cuanto más me expandía el estirón gravitatorio –giré años luz como una patinadora sobre hielo-, el helio intermuscular de las galaxias me hacía a su vez oval y espiralada, parecida -aseguran- a un Helicobacterpylori, pero me llamo Andrómeda. Si me agito me acaloro. Choco en mí, colisiono. Cuanto más me contraigo más reluzco. Reata aunando estrellas, trisco, traveseo en ese jardín de neutrinos y electrones. Porque energía es mi ángel. Una pequeña porción de dicha energía alcanza a la Tierra –una pequeña porción de dicha, es suficiente. Sirio (en griego) es cruel. Otros le dicen Can –pero ¿cómo o con qué juzgar a una estrella? Todos fuimos ellas. Fabridos en esos yunques relucimos. Pesados unos (tal vez con más carbón que de costumbre), etéreos otros, desatados. Yo, me peino. Así me contraigo y me distraigo en esa nucleosíntesis astral. Soy una mariposa, sí, pero mi faldita no es de obsidiana. Aspiro el éter, aspiro al eterfinifrete1, asciendo haciendo un canto tan sutil que nadie entiende. No soy enana, y aún no me deshago de mi atmósfera como se deshará -algún día- el Sol y la serpiente. Me estiro como tigre –igual que Rojas. Mi destino es supernova: superar en luz a mis iguales y después detonar sin partenaire. Partir al gas, al árbol, a Maitreya, en una elongación de mis pecíolos que hará bailar en su caverna a la tarántula, salir, mirar y preguntarse si esa luz es de Dios o es Maldoror. Hay bestias tan efímeras como las sanguijuelas o los hombres, como aquel saurio rex o la bacteria que produce el chancro. Un arzobispo alemán, Nicolás de Cusa, dijo en 1450 d.C. que las estrellas son soles con sus propios sistemas planetarios y que posiblemente en alguno de ellos pudiera haber vida, pero casi nadie le hizo caso. Al igual que De Cusa, yo me deshago, me desecho, me ablando para endurecer. Soy planta industriosa, soy planeta; soy santa, soy un hongo, soy Sabina; soy un quásar de azahar a la deriva. Sólo si me disgrego, si me aplano -cual pizza girando para adelgazarse- sólo si me extingo no perezco, y “vivo sin vivir en mí” como vivía, en Ávila, Teresa. Qué tesón hay que tener para saber orbitar en la entropía. Desmembrarse está bien, pero con orden. Masa no es -y lo digo porque lo sé- volumen. El caldo condensado sabe más. Ah, si supieran. Pero el único que supo fue Pitágoras; del volumen, y de la esférica música. Después de todo sin detritus no hay galaxia, no hay Urano ni Júpiter que valga. El volumen afecta a la audición, a la atracción del que, succionando, nos seduce. Volviendo al tema: en el origen del comienzo yo fui un quark; ahora, una anémona, un astrogeólogo, un gato en su gameto. Soy sismo en grados Richter y expectoro, soy todas las danzantes parturientas, la que menstrúa arriba de la flor, la que masca la coca entrando al cráter, Coco Chanel, la chica de Ipanema, Nadja en Breton y Bovary en veneno. Vengan a mí los niños, los -como en Hamelin- roedores, los desintegrados por la religión y el opio, los mansos, los bellacos, que venga Napoleón y venga toda Rusia al mismo tiempo. Soy la que Soy -sin tablas y sin ley-: piso, soplo, destruyo, suculenta. Agito la sonaja: el agua arde; silbo y se cimbrea hasta la catarata de la gárgara; sudo, y diluvio; mi clítoris es Everest; mis Himalayas, ubres que aúllan en sus cordilleras; miocardio en alto el águila y serpiente, en lidia y en faena permanente. Fui flúor2 en la fuente y el apócrifo vino de Caná, y el Hijo inmune al himen (“¿Qué quieres conmigo, mujer?”) y la Cuatlicue que devora astros en el fondo sin fondo de su fe. Fui quark, fui fusta sobre el lomerío de los mundos, y un patito (en baquelita) que apretándolo hace cuak! 

 

 

Operativo

 

¿Elefante o marfil en el Congreso? Se optó por elefante, en miniatura. Entonces se apostaron sobre los más altos edificios con lupas telescópicas, con láser1, con defensiva catapulta quántica, y aguardaron, entre los abrevaderos, el crepúsculo. Pero ni mu de fauna o paquidermo. Un Mercedes -con placas de Nevada- fue visto en la alborada; luego, nada. Ni un mirlo, ni un delfín y ni una mosca. La tropa de elite, de más en más perdía su osadía, su coherente haz de luz se disipaba, sudando en las tanquetas, jugando al Go de día, vasodilatándose con el béisbol  (en iPhone) por la noche. Un raro gel de vidrio envolvía en domo al gran acuario, pero ni una escama se movía. Triquiñuela enemiga -farfulló el comandante- mientras revisaba la caducidad (vence 2022) de los supositorios. Inteligencia artificial aún no había, salvo la del ajolote mantenido en conserva, que se activaría en caso de súbito derrame. Poluciones nocturnas propinaba la sidra. El toqueteo por debajo de los cuarzos no se hizo esperar. Hombres curtidos por las anacondas, por los búfalos, ahora ruborizados ante las estampitas Ukiyo-e (Treinta y seis vistas del Monte Fuji, de Hokusai) ventilando kimonos debajo de paracaídas y cananas. Para no inseminar la concupiscencia la Santa Sede envió a los Niños Cantores, pero los villancicos estresaron a la tropa. Laborterapia y zanjas keynesianas -propuso un senador- y las porristas agitaron sus pompones. Beijing veía, en las Trece Colonias, a un competidor (sobre todo en Taekwondo) tenaz, mas tendencioso. Sin parque y ya sin asma emocional, repatriaron soldados al tejido social. Las bioquímicas armas -tan sólo disuasivas- dormían sueños de gloria no obtenidos. Al fin la realpolitik prosperó derogando esas leyes de sesgo feminista: el no justificado veto al tofu, la implantación mamaria obligatoria, y los tan draconianos aranceles a las más delicadas porcelanas de Tang. 

 

 

 

Papal

 

Destrucción por abrasión –comentó el sepulturero. Las niñas del Sacré Coeur, ruborizadas, se rieron ya que entendieron: “por ablación”. Tenían a la momia sobre el comulgatorio, desnuda, la piel adamascada por la edad y esos siglos de ácida islamización. La mitra carcomida hablaba de gorgojos. Una papada picada de viruelas apergaminándose entre la golilla y la mandíbula masticatoria revelaba las causas del deceso. Dos monaguillos calentaron compresas para despegarle los moluscos. Aquello que entonces se vio los dejó atónitos: debajo de la epidermis el granuja guardaba todo el oro robado de las Indias. Eran catorce calorías de láminas preciosas, imperecederas, impolutas. Ni Inocencio Segundo tuvo tanto. Todo Teruel lo supo. El bulímico Papa había guardado su sórdido secreto desde siglos. Pero ahora la glasnot y la NASA, Un cherokee en Manchuria -de la Paramount-, ONGs del mundo tan unidas, Obama más Osama -desde la torre de Dubai- mirando. Hay satélites hoy, hay chips para los presos, hay Brad Pitt hasta en Líbano adoptando nativos camboyanos. Perú pidió la extradición (la momia olía a chicha), la Casa de Moneda pedía juncos para embalsar, de aquél, lo que quedara; Kukulkán pedía plumas, Pizarro pedía plata. Parecía que -en rictus- el Papa revivía. La Iglesia se afanaba en ser hermosa. África, famélica, lucía ahora orgullos de Gran Khan. Como si fuera Lenin pasearon al pellejo por el orbe: en Puebla de los Ángeles tocaron sus costillas y el oro alzó, con arte, capillas del Rosario; en Tucumán, tan sólo su presencia curó el cólera; en Río se hincó el Cristo Redentor; palparon sus pies pútridos en Lima y en plena puna, de pronto, brotó un loto y en India el Dalai Lama tocó escroto; palmearon, en Canarias, sus estrías y en la Rusia ortodoxa rizaron, campesinas, las matrioshkas; hasta Shangai llegó esa zarza ardiente y en Seúl mirra y sándalo y una espontánea congregación de shivaítas lavando pies, cual Pedro, a paraolímpicos. Al fin el mundo en católico manto se reunía. Al fin Mahoma y Lourdes; al fin Amaterasu abraza a la Coatlicue y krishnas y anglicanos anuncian que Cristo y que Copérnico. Nunca se vivió algarabía mayor desde Eleusis. Pero el hombre no aprende y el ansia de sajar cruzó su ceja. Muy pronto el dolo, el latrocinio ateo, Lady Macbeth ahí, los disidentes, aquellos que repiten niet ante el milagro, la sospechosa ramera de Samaria, un grupúsculo activo de islandeses que adoran al dios Thor erosionaron, ay, esa paz ecuánime, echando de un flechazo ya por tierra el magíster papal. Qué pena que eso pase: los enconos, la trotskista revancha rosacruz arrasando con Bach, con todo Ontario. Barbaridades vándalas que vuelven a enquistar sacristías. Otro Caín te espera hermano tordo, otra -sin Rivotril- traqueotomía. Otra vez felaciones, Utamaro.        

 

 

Tres textos del libro inédito Nagasakipanema.

 

1 El pájaro tralalí -del cual ya hemos hablado en nota anterior- fue, según Vicente Huidobro, quien encontró la clave del eterfinifrete.

2 "La fluoración del agua es el mayor caso de fraude científico promovido por el gobierno, soportado por los contribuyentes, ayudado e instigado por la American Dental Association (ADA) y AMA, en la historia del planeta", David Kennedy, Presidente de la Academia Internacional de Medicina Oral y Toxicología.  

1 Un haz de luz coherente.

 

 

 

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Víctor Sosa, poeta, ensaísta e artista plástico, publicou, entre outros títulos, Mansión Mabuse. No Brasil, será publicada uma antologia de seus poemas, Sunyata, pela editora Lumme, com traduções de Claudio Daniel e Luiz Roberto Guedes.

Leia também uma entrevista com Victor Sosa, poemas do autor em espanhol e traduzidos por Claudio Daniel, e também ensaios escritos pelo poeta uruguaio sobre Neruda, William Blake, Octavio Paz e o Surrealismo.

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