ZUNÁI - Revista de poesia & debates

 

 

NERUDA, LAS VANGUARDIAS Y EL REALISMO SOCIALISTA

 

Víctor Sosa

La poesía moderna - la escrita a lo largo del siglo XX y, sobre todo, de la primera y convulsa mitad - no puede entenderse fuera del contexto político, social e ideológico que la vio nacer. Un contexto signado por las grandes transformaciones sociales: la Primera Guerra Mundial, la Revolución Bolchevique, el ascenso del fascismo en Italia, la guerra de España y la derrota de la República, la llegada de Hitler al poder. Una vieja Europa cansada, envejecida entre los laureles de una Ilustración y un Humanismo que ya no podían ocultar sus pústulas, sus inconsistencias programáticas, sus utópicos baluartes desacreditados, buscaba el cambio, y ese cambio podía encarnar en los vientos antiburgueses del socialismo que soplaban en esos momentos sobre Europa o en las oscuras contracorrientes, también antiburguesas, del fascismo. Las vanguardias artístico-literarias más radicales tomaron posiciones políticas militantes hacia un lado o hacia otro. El futurismo vio en Mussolini un aliado para esa transformación total del arte y la cultura, de la política y la economía, en suma, de los valores más sustanciales de la civilización occidental. El surrealismo, con su anhelo utópico de "cambiar la vida" y "transformar el mundo", sería compañero de ruta del comunismo y mantendría contradictorias relaciones con el partido comunista francés. Recordemos también que en la joven Unión Soviética -en sus primeros años, antes del terrorismo estalinista- la vanguardia rusa vivía su mejor momento creativo en esas felices, aunque efímeras, nupcias entre política y poética, entre revolución social y transformación estética y artística. Maiakovski, Malevich, Rotchenko, los constructivistas plásticos, Kandinski y muchos otros, hacían posible la ecuación de un arte revolucionario en una sociedad revolucionaria, caro anhelo de muchas vanguardias europeas que no dejaron de desarrollarse y expresarse dentro de sociedades burguesas. Si bien las vanguardias europeas no pudieron "transformar el mundo", como quería Marx, sí, en ciertos y en muchos sentidos, lograron "cambiar la vida" como pedía Rimbaud. ¿Cómo? Transformando el arte desde sus propias bases: sintácticas, semánticas, pragmáticas. Destruyendo los clichés formales en uso y desarreglando todos los sentidos en la búsqueda de lo nuevo, de esa nueva Lengua (otra vez el vidente de Rimbaud) para la tribu; pero, por sobre todas las cosas, fundiendo arte y vida. Ya el arte no estaría en los museos, en las bibliotecas, en la universidades, en los salones de la alta sociedad, sino en las calles, en las fábricas, en los cafés, en la pedestre vida cotidiana. En ese sentido, las vanguardias oscilan  entre el experimentalismo más puro y el coloquialismo más rampante, entre la invención de una lengua y la apropiación de las desestimadas culturas populares o primitivas. Creadores como Apollinaire, Cendrars, Maiakovski, Huidobro, Vallejo y los surrealistas, entre otros, hacen posible ese cambio que tanto influirá en poetas y poéticas posteriores.

Cité a dos latinoamericanos, Vicente Huidobro y César Vallejo, porque ambos, viviendo en París en esos momentos, participan, aunque de manera diferente, en esas grandes transformaciones realizadas por las vanguardias. Trilce de Vallejo y Altazor de Huidobro son dos cumbres de la poesía moderna latinoamericana y dos laboratorios de la lengua, de la experimentación, de la invención, de la transgresión y búsqueda de los límites del decir en esa expresión común que es el castellano. Las motivaciones, seguramente, fueron disímiles. El creacionismo de Huidobro, cerebral, nacido de una hiperconciencia del lenguaje poético y de sus posibilidades combinatorias, está muy lejos del espíritu evangélico y trágico del Vallejo de Trilce, de un decir al borde de la significación pero siempre lleno de sentido; ambos experimentan con esa materia prima que es la lengua a partir de características y caracteres muy personales. Ambos fueron comunistas; sabían que transformar el mundo y transformar la poesía era, en suma, una misma cosa.

El tercer nombre ineludible de la poesía latinoamericana es Pablo Neruda. Las raíces poéticas de Neruda son las mismas que las de su compatriota Huidobro y las del peruano Vallejo: el romanticismo y, sobre todo, el modernismo de Darío. ¿Qué poeta de comienzos del siglo XX en América Latina podía abstraerse del influjo del gran nicaragüense? Vallejo había publicado en 1919 Los Heraldos Negros bajo ese tardío influjo. Los primeros libros de Neruda reflejan esa doble influencia inevitable. Crepusculario y Veinte poemas de amor y una canción desesperada marcan un comienzo si no original (las huellas del poeta uruguayo Sabat Ercasty son reconocibles en Crepusculario) sí de una potente voz personal (sobre todo en los Veinte poemas). Pero habrá que esperar la aparición de Residencia en la tierra para encontrarnos con una voz autónoma, desligada de todo resabio modernista y más emparentada con las poéticas de vanguardia. En efecto, concientes o inconscientes influencias surrealistas ondean en ciertos poemas de Residencia, como en estos versos de Materia nupcial:


Debe correr durmiendo por caminos de piel
en un país de goma cenicienta y ceniza,
luchando con cuchillos, y sábanas, y hormigas,
y con ojos que caen en ella como muertos,
y con gotas de negra materia resbalando
como pescados ciegos o balas de agua gruesa.


Lejos quedaron los ecos modernistas y el espíritu romántico de antaño. Residencia en la tierra es reflejo de esa existencia escindida propia del hombre moderno, del astillamiento de toda realidad unívoca, ordenada, cartesianamente razonable. Constatación de un desorden de la realidad y de un malestar subjetivo, personal, intransferible:


Sucede que me canso de ser hombre.
Sucede que entro en las sastrerías y en los cines
marchito, impenetrable, como un cisne de fieltro
navegando en un agua de origen y ceniza.


En ese sentido, en el sentido del desmantelamiento de la realidad tal como nos fue presentada, y en el sentido de un malestar que toma forma en el poema -aunque esa forma adquiera las características de lo amorfo, "como un ladrido sin perro", "como un zapato sin pie, como un traje sin hombre"-, en ese sentido, que tiene que ver con la de-formación del discurso y de los recursos poéticos, es que la poesía de Neruda -del Neruda de las residencias-, es vanguardista. Un vanguardismo tal vez involuntario, no consciente como el de Huidobro (que quería, y lo logró, ser un poeta vanguardista), sí, sobre todo, necesariamente visceral, como el involuntario vanguardismo del Vallejo de Trilce.

Hasta ahí los indirectos vínculos de Neruda con la vanguardias. A partir del periodo español y, sobre todo, del estallido de la Guerra Civil que acabaría con las esperanzas republicanas, la obra poética de Neruda se desvinculará de cualquier colindancia con las vanguardias y, lo que es peor, asumirá una actitud abiertamente antivanguardista.

La polémica con Juan Ramón Jiménez -poeta más formalista que vanguardista- permite a Neruda definir teóricamente sus presupuestos poéticos gracias a las diatribas lanzadas por el poeta español. Jiménez lo califica de "gran poeta, un gran mal poeta de la desorganización". Y agrega más adelante:

"posee un depósito de cuanto ha ido encontrando por su mundo, algo así como un vertedero, estercolero a ratos, donde hubiera ido a parar entre el sobrante, el desperdicio, el detrito, tal piedra, cual flor, un metal en buen estado aún y todavía bello. Encuentra la rosa, el diamante, el oro, pero no la palabra representativa y trasmutadora; no suple el sujeto o el objeto con su palabra; traslada objeto y sujeto, no sustancia ni esencia. Sujeto y objeto están allí y no están, porque no están entendidos. Es acaso un rebuscador que encontrase aquí y allá, por su camino, un pedazo de carbón, un vidrio, una suela de zapato, un ojo perdido, una colilla, etc., y los fuera uniendo y pegando sin ton ni son sobre el tablero de su taller (dejándose olvidado también entre ello el útil ajeno, un lápiz, una tijera de sastre, una goma, un pedazo de periódico, un jaboncillo, todo eso que Picasso sabe trasmutar). Queda un mosaico suelto, rico a veces de aspecto pero acabado sin convencimiento profundo".

Neruda, desde las trincheras de la revista Caballo verde para la poesía editada en Madrid, contraataca fundando una estética que tomará forma sobre todo en el texto Sobre una poesía sin pureza, donde dice:

"Así sea la poesía que buscamos, gastada como por un ácido por los deberes de la mano, penetrada por el sudor y el humo, oliente a orina y a azucena, salpicada por las diversas profesiones que se ejercen dentro y fuera de la ley.

"Una poesía impura, como un traje, como un cuerpo, con manchas de nutrición, y actividades vergonzosas, con arrugas, observaciones, sueños, vigilias, profecías, declaraciones de amor y de odio, bestias, sacudidas, idilios, creencias políticas, negaciones, dudas, afirmaciones, impuestos.


"Y no olvidemos nunca la melancolía, el gastado sentimentalismo, perfectos frutos impuros de maravillosa calidad olvidada, dejados atrás por el frenético libresco: la luz de la luna, el cisne en el anochecer, "corazón mío" son sin duda lo poético elemental e imprescindible. Quien huye del mal gusto cae en el hielo".


Esa impureza de la poesía nerudiana que arremete contra el libresco hielo de Juan Ramón Jiménez también arremeterá -bajo la toma de conciencia política que en él aceleró la guerra de España- contra las diferentes poéticas de vanguardia, o simplemente aquellas poéticas consideradas decadentes, formalistas, pesimistas, es decir, contrarrevolucionarias, o contra aquellos que el poeta considera sus enemigos -ocupando el sitio de honor su compatriota Vicente Hidobro. Ya en el temprano año de 1938 Neruda publica un poema en Paris  -no recogido en libro por razones obvias- titulado "Aquí estoy", donde da rienda suelta a su odio personalista. Oigamos lo que dice:


Aquí estoy con mis labios de hierro
y un ojo en cada mano,
y con mi corazón completamente,
y viene el alba y viene
el alba, y viene el alba
y estoy aquí a pesar
de perros, a pesar
de lobos, a pesar
de pesadillas,
a pesar de pesares
estoy lleno de lágrimas y amapolas cortadas
y pálidas palomas de energías,
y con todos los dientes y los dedos
escribo y con todas las materias del mar,
con todas las materias del corazón escribo.
¡Cabrones!
¡Hijos de putas!
Hoy ni mañana
ni jamás
acabareis conmigo!
Tengo llenos de pétalos los testículos,
tengo lleno de pájaros el pelo,
tengo poesía y vapores,
cementerios y casas,
gente que se ahoga,
incendios,
en mis "Veinte poemas",
en mis semanas, en mis caballerías,
y me cago en la puta que os malparió,
Derokas, patíbulos,
Vidobras,
y aunque escribáis en francés con el retrato
de Picasso en las verijas...


Aquí no hay ninguna diferencia ideológica por defender (tanto Huidobro como Pablo de Rokha, atacados en el poema, eran comunistas) ni tampoco postulado estético o poético alguno. El poema se sustenta en una agresión (¿o contraataque?) personal dirigida a ciertos poetas hostiles a Neruda. Lo más interesante es que, a pasear del odio (o gracias a ello) el artefacto funciona, tiene ritmo, intensidad y -sobre todo en la primera parte-, valor poético. No podemos decir lo mismo de los peores y más grandilocuentes momentos del Canto general, o de las más estalinistas declaraciones del poeta, como ésta, publicada en 1943: "Toda creación que no esté al servicio de la libertad en estos días de amenaza total, es una traición. Todo libro debe ser una bala contra el eje; toda pintura debe ser propaganda". Algo parecido decía el Dr. Goebbels en esos terribles años, y algo parecido dice el presidente Bush en nuestros terribles días. Neruda defiende, no la libertad -ni la libertad de creación, ni la libertad de pensamiento- sino el más dogmático de los catecismos provenientes de una Unión Soviética secuestrada por el mesianismo paranoico de un dictador llamado José Stalin; el mismo que acabó con toda manifestación de arte moderno en la URSS, que persiguió y exterminó a los mayores líderes de la Revolución (el caso de Trotsky es, para nosotros, muy cercano) que implantó un terrorismo de estado en nombre de la paz y el socialismo. A total diferencia de poetas y escritores europeos de izquierda como André Gide, Breton, Huxley, Camus e incluso el camaleónico Sartre, o de disidentes como Boris Pasternak en Rusia, parece que el camarada Neruda (se afilió al Partido Comunista en julio de 1945) no se da cuenta de la gran mentira estalinista y del monstruoso aparato de envilecimiento y represión colectiva desatado en el país del socialismo mucho antes de que la barbarie nazi lo justificara. Su adhesión sin reservas a la doctrina del realismo socialista es peor que lamentable, es la degradación de un poeta en un politizado  funcionario, en un propagandista, en un censor y en un potencial verdugo del más libre y crítico pensamiento y arte de Occidente, ese que hoy seguimos admirando en las obras de Proust, Joyce, Apollinaire, Kafka, Musil, Eliot, Rilke y un largo etcétera, ese mismo que fue considerado "arte degenerado" por los nazis y "arte decadente" por Neruda y los Comisarios del Pueblo estalinistas. En el Congreso Latinoamericano por la Paz, celebrado en México en los años cincuenta, el funcionario Neruda arenga de esta manera:

"Hemos llevado los poetas de este tiempo dentro de nosotros mismos las dos fuerzas contrarias que producen la vida. Todo un sistema moribundo ha cubierto con emanaciones mortales el campo de la cultura, y muchos de nosotros hemos contribuido con buena fe a convertir en más irrespirable el aire que pertenece no sólo a nosotros sino a todos los hombres (...) El capitalismo agonizante llena la copa de la creación humana con un brebaje amargo. Hemos bebido este licor en los que se juntan todos lo venenos. Los libros de lo que llaman la cultura occidental , en su mayor parte, han contenido dosificadas fuertemente las drogas de agonía de un sistema. Y la juventud de América Latina está bebiendo ahora las heces de una época que quiso extirpar de raíz la confianza en los destinos humanos suplantándola por la desesperación absoluta".

De ahí a la hoguera hay un paso. Si el inquisidor Pablo Neruda hubiera detentado el poder en nuestras tierras, habría hecho como el emperador chino Huan Ti, quien decretó que la Historia comenzaba con él y mandó quemar todos los libros (entre ellos el I Ching) anteriores a su caprichoso decreto. Recordemos que otro emperador chino, a mediados del siglo XX, quiso emularlo en la tristemente llamada Revolución Cultural donde ardieron otra vez las hogueras alimentadas por el combustible de los libros. Pero, por suerte para la humanidad, Neruda no alcanzó la talla de Huan Ti, y ni siquiera el cuello del imperial traje de Mao. No llegó a verdugo, se limitó a señalar, como todo severo pero buen maestro, los deberes (sí, las tareas y obligaciones de los descarriados escritores latinoamericanos envenenados por los agentes culturales del imperialismo), a señalar la buena conducta a seguir (lástima que los Gulag soviéticos de la era estalinista y las clínicas psiquiátricas de la guerra fría estaban demasiado lejos como para servirnos de escarmiento), a señalar cosas como ésta:

"El libro y la pintura deben señalar la proximidad y la fecundidad de la época socialista que viene, y deben mostrar los fundamentos humanos, sociales y naturales de la esperanza contemporánea. De esa manera el escritor se convierte en creador de  la historia, asumiendo por primera vez un papel directo en la construcción de la época".

Para Neruda, el escritor se convertiría, no en creador de un poema, una novela, un cuento, no en hacedor de una ficción que enriqueciera la existencia de la especie, sino en "creador de la historia" (¡). A estas alturas, la indigestión nerudiana del realismo socialista adquiere características patéticas e involuntariamente humorísticas. Pero el poeta no se detiene ahí, prosigue, profundiza en la materia, se preocupa por el destino de las letras americanas:

"En general, tenemos una noble tradición en nuestra América, en especial en la novela. Esta novela tuvo la influencia de Tolstoi y de otros protagonistas de una gran época; pero si contamos estrictamente las inclinaciones de nuestro relato americano, hallamos el naturalismo satisfecho o el realismo pesimista. El naturalismo satisfecho es, en general, la visión de los terratenientes proyectada a los ambientes populares del campo americano. Y el realismo pesimista es la incursión de la burguesía de las ciudades para deformar el alma y el contenido de la literatura".

Tajante la declaración. ¿Qué decir ante esa profundidad dialéctica del pensamiento nerudiano? ¿Llorar? ¿Reír? ¿Cuestionar? ¿Pensar en Rulfo? ¿Pensar en Onetti? ¿Pensar, incluso, en Carpentier? ¿Pensar que, además o, más bien, pese a Tolstoi, la mejor novela latinoamericana estuvo fuertemente influida por Faulker, por Knut Hamsun, por esos decadentes contrarrevolucionarios pesimistas? ¿Y el cuento latinoamericano por Chejov, por Maupassant, por Poe, por esos tres imperialistas decadentes? Pero lo más divertido todavía no ha sido dicho. Escuchemos a Neruda:

"Aparte de esto tenemos la influencia de novelistas como Faulkner, llenos de perversidad, o poetas como Eliot, falso místico reaccionario, que dispone de un cielo particular para la nobleza británica. Y no es por casualidad que estos dos escritores reciben el Premio Nobel, coronación y precio que da una sociedad agonizante a sus propios enterradores".

¿Reír? ¿Llorar? ¿Cuestionar? Sin duda y, sobre todo, reír. Reír de tristeza, de indignación, de pena ajena; reír de resignación ante los terribles alcances de la lobotomía del pensamiento crítico perpetrada por los cruentos fanatismos ideológicos.

Y Neruda, el Premio Stalin de la Paz, el que cantó a los cuatrocientos megatones de la bomba atómica soviética, el futuro Premio Nobel que recibiría de esa perversa y agonizante sociedad, se entristece ante la muerte del dictador, acaecida en 1953, y le dedica otro poema digno de ser citado aquí. En el fragmento que Rodríguez Monegal ofrece en su biografía Neruda: el viajero inmóvil, nos dice el crítico que "el poeta se entera de la muerte del caudillo en Isla Negra y baja a la playa a poner la bandera a media asta y a meditar:"


Más tarde el pescador de erizos, el viejo buzo
y el poeta,
Gonzalito, se acercó a acompañarme bajo la bandera.
"Era más sabio que todos los hombres juntos", me dijo
mirando al mar con sus viejos ojos, con los viejos
ojos del pueblo.
Y luego por largo rato no nos dijimos nada.
Una ola
estremeció las piedras de la orilla.
"Pero Malenkov ahora continuará su obra", prosiguió
levantándose el pobre pescador de chaqueta raída.
Yo lo miré sorprendido pensando: ¿Cómo, cómo lo sabe?
¿De dónde, en esta costa solitaria?
Y comprendí que el mar se lo había enseñado.


Han pasado los años. Neruda ha muerto. Malenkov -que, gracias a Dios, no continuó la obra- también ha muerto. La Unión Soviética es algo desaparecido y lejano para las nuevas generaciones. Los Estados Unidos se han apoderado -económica o militarmente- de casi todo el mundo, y Europa vive una parálisis moral inconcebible. Las grandes masas alimentan su insignificancia existencial con productos de Hollywood y con reality show a escala planetaria desde Varsovia hasta Hong Kong. Hace unos meses se descubrió agua en Marte. En África, como hace 100 años, siguen muriendo negros como moscas. En América Latina, los pueblos de Neruda se envilecen entre el neoliberalismo y el populismo, entre la corrupción de los gobiernos y el narcotráfico, también de los gobiernos; el avance tecnológico es inversamente proporcional al desarrollo intelectual y cultural de las naciones. Neruda ha muerto; Malenkov, también. ¿El mundo? Va mal. La mierda brilla en las alcantarillas pero más brilla en las cátedras, en los televisores, en los informes de gobierno. Neruda ha muerto. "¡Cabrones!/ ¡Hijos de putas! Hoy ni mañana/ ni jamás/ acabaréis conmigo!". Y razón tuvo el cabrón. Nadie acabó con él, ni muerto. ¿Quién se acuerda hoy de Malenkov? Pero sí nos acordamos de Neruda. Lo homenajeamos, lo antihomenajeamos. Lo criticamos por su gran infantilismo político que infantilizó su gran poesía, su potente necesidad que rebasaba tanta vanidad. Hace mil años que Neruda ha muerto y hoy hablamos de él. Persiste, parcial y poderoso y prepotente; como Darío, como Kafka, Eliot, Pound, Faulkner, Rilke, Éluard, Maiakovski, Huidobro, De Rokha, Parra, Mistral, Pessoa, Borges, Lorca, Alberti, Céline, Tolstoi. Neruda persiste; Malenkov, no. La obra la continúan -incluso en este posutópico presente- los poetas del pasado y los que advengan; los que hagan, como Kafka, una hermosa guarida en lo indecible; los que escarben por igual en la felicidad o en el horror, un hoyo. Neruda hoy persiste, y mañana; más cerca tal vez de sus negados que de sus defendidos; más cerca de la babélica lengua de la tribu que del doctrinal ditirambo de los comisarios. Más cerca, mucho más cerca de lo que en vida quiso el poeta alejar. No hay contradicción alguna; o tal vez sí. Al igual que su admirado Walt Whitman, Neruda podría declarar: "¿Me contradigo? Contengo  multitudes". Pero no, Neruda -poco propicio a la autocrítica- no se contradice; se dice en el ser que, férreamente, voluntariosamente, fue construyendo. Y se dice en la persistencia, más allá de la muerte, de ese mismo ser:


Ay, que lo que soy siga existiendo, y cesando de existir
y que mi obediencia se ordene con tales condiciones de hierro
que el temblor de las muertes y los nacimientos no conmueva
el profundo sitio que quiero reservar para mí eternamente.


Neruda persiste; sigue, incluso en su cesar, existiendo; inconmovible en "el profundo sitio" que quiso para sí mismo reservar y que la historia - esa manifestación humana de lo eterno - le ha concedido generosamente.

 

Obras consultadas:

* Rodríguez Monegal, Emir. Neruda: El viajero inmóvil, Monte Ávila, Caracas, 1975.

* Costa, René. El Neruda de Huidobro, incluido en Nuevas aproximaciones a Pablo Neruda, compiladas por Ángel Flores. Fondo de Cultura Económica, México, 1987.

* Neruda, Pablo. Antología fundamental. Editorial Andrés Bello, Santiago de Chile, 1997.

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Víctor Sosa, poeta, ensaísta e artista plástico, publicou, entre outros títulos, Mansión Mabuse. No Brasil, será publicada uma antologia de seus poemas, Sunyata, pela editora Lumme, com traduções de Claudio Daniel e Luiz Roberto Guedes.

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Leia também poemas de Víctor Sosa em espanhol e traduzidos por Claudio Daniel

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