ZUNÁI - Revista de poesia & debates

 

 

NEOBARROSOS


Eduardo Milán

Dedicado a Reynaldo Jiménez.

I. Memoria del bautismo.
Un día situado entre febrero y agosto de 1986 el poeta argentino Néstor Perlongher (1949-1993) bautizó, ante el poeta uruguayo Roberto Echavarren y yo, a lo que se estaba escribiendo en la poesía de ciertas zonas de América Latina -especialmente en el cono Sur- con el nombre de "neobarroso". La poesía de Perlongher desde su libro Austria-Hungría (1980) sigue esa actitud desafiante ante el lenguaje poético que no se cuestiona. Contiene un ingrediente altamente paródico esa manera de concebir lo poético desde una instancia negativa, no desde la óptica de T.W. Adorno que demanda "lo que no es la poesía", sino, mejor, desde la óptica de lo que la poesía no alcanza a ser, desde el vislumbramiento de la imposibilidad de lo poético contemporáneo de acceder a una dicción sublime. Lo que sigue, entonces, para Perlongher, es asumir ese costo de la insuficiencia desde un ángulo afectivo-afectuoso y, aun, risible. Si "neobarroca" es la edad que sigue estéticamente a la modernidad, y es también un "estilo" característico de la percepción estética latinoamericana para los cubanos Alejo Carpentier y José Lezama Lima -y luego para Severo Sarduy-, aunque con matices diferenciales de lo que la concepción "neobarroca" significa, la asimilación de esa "condición" desde el Río de la Plata, río que separa Uruguay de Argentina, debe ser hecha apoyándose en la realidad histórico-social de aquellos países que en cierto momento de su historia durante el siglo XX aspiraron a constituirse culturalmente como los asimiladores "naturales" de la influencia europea -especialmente francesa- en esas tierras. Aunque este puede no ser el lugar idóneo para discutir la realidad cultural latinoamericana en su identidad o identidades, tampoco es el lugar para soslayar la mención de algo visto como desmesura. La actitud neobarroca es, además, una crítica a la identidad cultural. Cruces de identidades, mestizaje, cultura no consolidada totalmente en sus valores -o asumida en los que construye cotidianamente-, la de América Latina parece ser una condición multicultural en transición constante. La poesía recibe el impacto de esa realidad inmejorablemente por su capacidad de esquivar lo directamente ideológico o de reelaborarlo críticamente, denunciándolo. Para una mentalidad como la de Perlongher, atenta al diagnóstico del poeta brasileño Oswald de Andrade, quien veía en las realidades latinoamericanas una posibilidad de sobrevivencia en la antropofagia cultural -metáfora de la letra civilizatoria de ciertas culturas indígenas brasileñas como la de los tupíes-, la poesía es un sedimento de modificación constante, valga el oxímoron. La denominación de "neobarroca" para nuestra cultura debía oficiarse en Perlongher como demasiado impertinente -en el sentido de no pertinente- y solemne. Correspondería, para una realidad como la nuestra -como la del Cono Sur, en particular- una verdad paródica que encontró suelo en el sustrato lamoso de ese "río como mar" -bautismo comparativo de los descubridores. En el ámbito acotado de la divisoria entre Argentina y Uruguay que marca el Río de la Plata, un río menor, casi coyuntural, la presencia "neobarroca" debería llamarse, por justicia cultural, "neobarrosa". Como imagen, y siempre siguiendo una posible lógica de Perlongher, en nuestras latitudes a barroco le corresponde el neologismo "barroso", no algo hermético que oculta un tesoro especialmente querido y caro sino algo resbaladizo y no sólido que presupone un hundimiento si no una "caída". "Neobarroso" es el nombre idóneo para la empresa poética, destinada, para Perlongher, a hacer bajar de estatura a la grandilocuencia proveniente de Europa, de toda suerte de europas. Hay aquí una concepción compleja pero contundente de la realidad y de la función de la poesía. ¿Qué será, entonces, un poema "neobarroso"?

II. Acercamiento al poema
El poema "neobarroso" es un texto proliferante que escapa a una raíz a la que todo poema vuelve en su calidad de cumplir con la determinación verbal de "verso". "Versura" es, de acuerdo con su etimología, la vuelta, esto es, el regreso a una instancia de orden. La imagen es mimética y su apoyatura real: para los latinos ocurre cuando la yunta de bueyes, al cumplir con la duración del surco en el que aran, dan la vuelta para recomenzar el recorrido. La "versura" es, justamente, no el retorno a la oración del cumplimiento del trabajo, oscilación entre el rezo y lo profano: es el momento de la vuelta, el "allí" donde los bueyes retroceden al topar con la medida que señala el fin del recorrido. El período está arado. Hay que volver. Ese momento se instituye como medida aunque en realidad señale la imposibilidad de seguir. Para el poema "neobarroso" no hay imposibilidad de seguir, de trazar la vertical que, hacia abajo, constituye la imagen de fachada que da la realidad del poema. El poema es, perceptivamente, una repetición "hacia abajo" de la medida y de la cantidad. Encuentra su realidad de ser en el retorno. Para el poema "neobarroso", en cambio, no hay retorno. Pero no hay indeferencia ante la repetición, inevitable siempre, sino ante la medida. El poema "neobarroso" prolifera. Por ejemplo, la poeta mexicana Coral Bracho no sienta preceptiva. Pero cita como acápite en uno de sus libros una reflexión de Gilles Deleuze y Félix Guattari, los pensadores franceses que elaboraron una posibilidad de escritura - no de poema - que pretende escapar a la condicionante del Poder, ubicada para ellos en la figura del árbol. El resultado es el rizoma que huye, así, de toda posibilidad de construcción que simbólicamente el árbol sostiene y, por lo tanto, de toda réplica de una figura de Poder.

El poema "neobarroso" está en fuga de esa figura ascendente, vertical, simbólica de dominio. Sin embargo, el poema "neobarroso" no escapa a la ascendencia, al "provenir de". Escapa a la ascensión, a la escalada jerárquica. Varía esa dinámica "hacia arriba" por medio del ejercicio de la metonimia, tropo que actúa por contigüidad, no por sustitución como la metáfora. Hay una figura que aquellos filósofos del rizoma, Deleuze y Guattari, privilegian con apoyatura en la narrativa del siglo XX: la del escarabajo o cucaracha de La metamorfosis de Kafka. El insecto kafkiano no impone su peso al lector por su característica repugnante de especie: la impone en su caracterología no ascendente sino contigua. El escarabajo escapa, la cucaracha escapa, se mueven, tienden a desplazarse más hacia el costado que hacia arriba. No aspira a una posición distinta, "mejor": sobrevive en su realidad precaria, en su necesidad de continuar. El poema "neobarroso" actúa en forma similar. No aspira a una posibilidad de altura -lo que constituiría, ontológicamente, su espiritualidad- sino que se limita a existir, a estar. Toda ontología del poema sería, así, no buscada, no preparada con finalidad trascendente. La operación del poema "neobarroso" no es estratégica, es táctica. El poema "neobarroso", en sus rasgos, sobrevive, continúa, prolifera, no aspira a convertirse en figura de sustitución ¿Qué sustituiría, qué consistiría como metáfora? Una imagen del mundo. El poema "neobarroso" sigue al Heidegger de "La época de la imagen del mundo" en esto: no hay imagen que seguir porque cultural, civilizatoriamente, no hay imagen. La metonimia, en cuanto tropo a utilizar, constituirá una contraimagen permanente o una permanente crítica a la imagen del mundo ¿Cuál es, finalmente, el atributo material de esta posición? El refrendo de una no-imagen del mundo, la proposición en el poema de una zona franca de valores, la tentativa de validación de un estado permanente de "cosas del mundo" variables y sin solución o sin constitución sólida aparente. Para ello los "neobarrosos" han echado mano a un recurso utilizado por la vanguardia pero anterior a la misma: la creación de sentidos por "contagio" de significantes, por paronomasia, una figura lingüística perteneciente a la gramática tropológica del lenguaje que, finalmente, remite a su verificación de mero uso técnico. La paronomasia constituye una posibilidad de seguimiento. El poema "sigue" sin obligación de cumplir con la "versura", refuta la institución "verso", que obliga a la vuelta. El buey queda en suspenso. Pero, ¿cómo seguir? O, mejor, ¿cómo no seguir la tradición aun cuestionando la idea de verso? La respuesta está, tal vez, en la ubicación poética de la noción de centramiento o, en su contrario, de descentramiento. El concepto de centro es hegemónico, civilizatorio, logocéntrico. En el núcleo de "centramiento" habita la epistemé occidental. No seguirla es contravenir la norma civilizatoria del conocimiento. En el poema significa derribar el índice rector, desoír el llamado del dedo que señala: ése, y no otro, es el camino.
En su generalidad, los poemas "neobarrosos" practican una división entre la utilización programática de los significantes y el uso del lenguaje poético como señalamiento al marco social del estado de cosas del mundo. Utilización programática: el aumento del lenguaje, la constitución afirmativa del lenguaje poético jugará con el azar del parentesco eufónico como productor de significación, como señalador de un devenir -esa es la palabra- de significación no sujeto a un área semántica predeterminada. El poema, como juego del lenguaje, adquiere el derecho a desbordar cualquier área semántica pre-establecida en cuanto a la construcción de un objeto de arte. Entre la lógica proliferante del lenguaje y sus posibles asociaciones fónicas y el señalamiento del mundo establecido como una organización que merece ser cuestionada no media la necesidad o la obligación de un objeto de arte, en este caso el poema. Es que el poema ha roto su condición mediadora de puesta en equilibrio de un desorden del mundo. No hay tal aspiración; el orden -o su restablecimiento- no son parámetros a seguir en la medida en que la desconfianza está acusando -y aquí sí hay un centramiento e ideológico por cierto- un aparente "orden" del mundo. El poema "neobarroso" desconfía del orden poético a partir de la desconfianza en un orden mayor, el del mundo. Se asiste, así, a una nueva perspectiva de carácter mimético: la de la referencia a una representación, la de un orden -en el caso "neobarroso"- sociopoético. En otras palabras, para los poemas "neobarrosos" la delimitante última es social. La jugada de descentramiento, de no retorno a un punto inicial ausente en la estructura del poema finalmente arbitraria -aunque clásica y normativamente arbitraria: la representación poética "de fachada"- responde a una forma de partido cuestionante de todo un orden que desborda -incluyéndola- la tentativa misma de "poema". Es la que Perlongher ve en la denominación "neobarroso": la imposibilidad de escapar a lo estructurante social que obliga a la crítica o a la aceptación pero no tolera la neutralidad. No hay neutralidad posible ni aun en el territorio del poema. Todo obliga a una definición. La definición, en el caso Perlongher, que puede hacerse extensivo a toda la actitud "neobarrosa", es la apuesta por la parodia. Paradójicamente, el reconocimiento de este cerco social es lo que devuelve al poema "neobarroso" a una instancia participativa.

III. Un curso que no es un movimiento
No puede considerarse, en realidad, la propuesta "neobarrosa" como un movimiento estético organizado. Existe, en cambio, como tentativa de conjuntar una serie de prácticas poéticas encaminadas a poner en cuestión una o varias concepciones de la poesía en boga en los años ochenta y noventa del siglo XX, de parte de una serie de poetas lúcidos y especialmente atentos a la realidad epocal de ese preciso momento histórico y su impacto en la poesía latinoamericana. Un parti-pris esencial de la poesía o de la agitación "neobarrosa" sería: si bien la vanguardia se había clausurado en tanto repertorio ideológico-formal a finales de los años treinta en Europa -en tanto "lengua única" para la poesía europea y su recepción latinoamericana-, la actitud que legó la vanguardia excedió el marco temporal de su clausura. En efecto, la actitud de la vanguardia, su espíritu libertario de puesta en cuestión de una manera sacralizadora de ver el arte poético - y el arte en general - es permanente. Esto no es sólo una sospecha. A principios de los años cincuenta en Sao Paulo, Brasil, los hermanos Augusto y Haroldo de Campos junto a Décio Pignatari fundan el movimiento de Poesía Concreta considerado, justamente, "la última vanguardia". Si bien este movimiento practica una lectura extremadamente crítica de lo que la vanguardia representó tanto en Europa como en América Latina, su contribución a la continuidad del espíritu de la vanguardia es innegable. Ya no se trata - en el caso de la Poesía Concreta - de la "liberación expresiva" del lenguaje poético. Se trata casi de lo contrario: del control (por parte de la conciencia crítica) del desborde expresivo e incluso imagístico de lo que la vanguardia histórica fue en cuanto a realización lingüística. La apuesta concreta no es expresiva en tanto que es constructiva. Al practicar una suerte de contención extrema en la utilización del lenguaje - mínimo común múltiplo llaman los poetas concretos de Sao Paulo a esta operación - el poema concreto acentuará la característica objetual del poema con base en una razón de ser funcional del mismo. El poema aspirará a operar como un organismo cuya forma se produce al liberar su funcionalidad. La distinción tan cara a los poetas concretos entre forma orgánica y forma "exterior" o de "fachada" es clave, tanto en la refutación de los antecedentes caligramáticos de Apollinaire, cuya sintonía mimética con el objeto "exterior" ("exterior al poema, claro está") es evidente, como en la afirmación de la tentativa mallarmeana de Un coup de dés, verdadero modelo experimental para estos poetas. Esta "última vanguardia", fechada y sin el pudor de considerarse como tal - o sea: como movimiento preceptivo - lo que realmente repropone en el debate poético es la crítica a una noción de poesía lírico-sentimental que había vuelto a ocupar espacios de atención luego de la clausura de las vanguardias históricas. Sin duda, una de las consecuencias del rechazo a la actitud de los movimientos de vanguardia históricos por parte del resto de la poesía occidental fue el presupuesto experimental con el lenguaje poético que las vanguardias históricas conllevan. Las vanguardias estético-históricas operaban sobre dos ejes fundamentales: la idea de cambio social y la idea de renovación lingüística del arte. Al ir perdiendo intensidad - no necesidad - los motores del cambio social en la práctica real -"socialismo real", tendencia pronunciada a la unipolaridad fáctica, confusión de los dos bloques en que se dividía el mundo luego de la Revolución Soviética -, lo que quedaba en el aire histórico luego de las tres primeras décadas del siglo era un repertorio formal que también, poco a poco, fue perdiendo razón de ser. La propuesta formal, sin el espíritu que la alienta y sostiene, suele convertirse en una nueva forma de amaneramiento y constituyendo su propio canon. Como freno al contragolpe de una poesía lírica "sin límites" formales que sobreviene a la presencia de las vanguardias, y que comienza a ocupar cada vez más ampliamente el espacio poético internacional, la Poesía Concreta ofició como dique de contención altamente eficaz. Su recepción - por parte de una crítica que no supo ver su verdadera dimensión histórica - como residuo de un pensamiento estético "duro" en una instancia epocal que clamaba, dada la dureza de la época, por una flexibilización de las prácticas estéticas y que terminó aborreciendo cualquier intento de establecer preceptivas artísticas, sumado al hecho de que los propios creadores concretos decretaban tempranamente el fin de la aventura para dar cauce a sus obras personales, son factores que se conjugan para colocar a la Poesía Concreta en un alto lugar de la conciencia estética latinoamericana e internacional, pero ahora como un referente casi de culto, como señal inequívoca de advertencia de la posibilidad, en cualquier momento, de renacimiento del sentimentalismo lírico, la zona confusa heredada de la gran tradición romántica del siglo XIX. Pero en esta nueva condición, insisto, de referente de culto.

Desculturizar el referente de la poesía concreta como perspectiva dinámica para poner en juego, treinta años más tarde, su aguda concepción crítica del lenguaje poético, fue una - y no la más simple - tentativa del empuje "neobarroso". Hay una crítica mordaz, en efecto, de este tipo de poema al sentimentalismo poético al que se le considera una suerte de chantaje al lector. Esa crítica al chantaje o al efecto de complicidad con el receptor textual no se limita a frenar las distintas maneras de confesionalismo emotivo. Tiene un alcance más profundo en la crítica al uso de determinados modos del habla poética comunicativa, como la utilización acrítica del habla conversacional, considerado por una amplia gama de poetas - en especial latinoamericanos - como la forma de lenguaje de transmisión más directa en la medida en que se trata, justamente, del lenguaje que se emplea en la conversación. Si todos hablamos la misma forma de lenguaje podemos entendernos fácilmente. ¿Pero podemos entendernos con facilidad poéticamente? Si bien la utilización en poesía del lenguaje conversacional significa la crítica de un único modo del lenguaje poético - ese lenguaje creado en arreglo a una serie de convenciones que resaltarían su exclusividad y, más propiamente, su especificidad: privilegio de la metáfora en el discurso, práctica de una manera de habla lexicalmente característica de imaginarios despegados de la realidad común para dar cuenta de una realidad otra -, en tanto modo de habla la conversacional supone también una norma a seguir y también altamente codificada. En otras palabras, la simple sustitución de un tipo de lenguaje por otro no implica más que la alteración del nivel de accesibilidad a la comprensión de un contenido temático a transmitir. No implica necesariamente una modificación en la forma de lo transmitido si lo que se intenta transmitir está lógica, gramatical y sintácticamente ordenado según parámetros aceptados por un receptor medio. La revolución que importa la asimilación por parte de la poesía del lenguaje hablado o coloquial a fines del siglo XIX y principios del XX se cumple cuando se hace "actuar" ese lenguaje sobre un presupuesto ya codificado canónicamente: el lenguaje poético, es decir, un lenguaje aceptado ya en su especificidad. Entonces sí el nuevo lenguaje "actúa" una novedad, pero la actúa por el sobrentendido de que ese nuevo lenguaje no es el lenguaje de la poesía. No se trata - como se ha pretendido ver muchas veces por una crítica "realista" - de la devolución a la poesía de una instancia que le sería connatural, no artificiosa, como si en el habla común habitara "naturalmente" la poesía. Que la aceleración en la dinámica de una época como la de comienzos del siglo XX demandara un lenguaje poético muy ágil y más flexible que el empastado metafórico que pasaba por tal en múltiples geografías fue un hecho. Y fue un hecho clave para los movimientos vanguardistas más radicales como Dadá o el futurismo soviético. La densidad pastosa de aquel lenguaje decimonónico que fue rechazado desde las trincheras de la Primera Guerra mundial obedecía a una sensibilidad estética anterior a la que tomaría a Europa luego de esa guerra. Dos de los ejemplos excepcionales de la poesía del siglo XX vinculados de un modo u otro a la vanguardia europea, el de los norteamericanos Ezra Pound y T.S. Eliot (luego naturalizado inglés) reciben y reconocen en su poesía el impacto conversacional de la poesía de un neosimbolista, el francouruguayo Jules Laforgue. En el caso de Laforgue como en el de su contemporáneo Tristán Corbiére el lenguaje conversacional realmente actúa como saboteador de una especificidad lingüístico-poética que ya no funcionaba ni siquiera a finales del siglo XIX. The waste land de Eliot es una de los ejemplos claros de la poesía de inicios del siglo XX - el poema fue publicado en 1922, el mismo año que el peruano César Vallejo publicaba en Lima Trilce - de lenguaje de la conversación injertado en un cuerpo poético que le es ajeno en cuanto a configuración simbólica. Esa "habla de la calle" opera en el poema de Eliot para resaltar, desde un ángulo de "vulgarización" lingüística, la caída de un orden mítico- civilizatorio, el del occidente de la primera postguerra, insostenible ya. De nuevo, ese lenguaje actúa no natural sino negativamente, como representación en un ámbito que no es, que ha dejado de ser en tanto sistema de valores u orden del mundo coherente. Su función es crítica, no complaciente, y menos aun comunicativa de mensajes en sentido estricto. La significación y el sentido de The waste land no alivianan su carga pesimista por la mezcla de registros diferentes del habla poética: la densifican aun más. Y el ejemplo de Eliot es un caso europeo - y por lo tanto clásico- de formulación crítica de la función del lenguaje conversacional en poesía. ¿Qué decir de su funcionalidad en Trilce de Vallejo?

El poema "neobarroso" refrendará, en su articulación lingüística, el fin de cualquier exclusividad del habla poética. Si bien en dos de sus figuras llamativas, el cubano José Kozer y el mismo Perlongher, puede rastrearse trazos seguros de una "poética del significante", estamos lejos en su actitud de toda ambición preceptiva. Por "poética del significante" entiendo explícitamente una poética que se mueve en los textos que se despliegan por contagio fónico de las palabras. Sus textos serían ejemplos de poemas "atemáticos" o que encuentran sus temas a medida en que el texto se configura como entramado lingüístico privilegiado en una de sus características, la material. La materialidad del lenguaje como factor primordial en la consideración del texto es muy notable en ambos autores. No es el caso, obviamente, de la puesta de atención en un aspecto fundamental de cualquier poema, en eso que el lingüista Roman Jakobson llamó el lado "palpable" del lenguaje, su corporeidad misma, su fisicidad. Se trata de una operación más radical: de la tematización de esa corporeidad, de la ambición de convertir lo físico-lingüístico en significación trascendente o, al menos, en motivo textual. Queda claro que la evidenciación de la corporeidad del lenguaje poético en alianza con la relativización temática en el poema tiene una larga trayectoria en Occidente, seguible en verdaderos "casos" con el de Guillaume de Poitiers en el siglo XII y su poema "Farey un vers de dreyt nien" ("Hice un poema sobre nada"), en estilos de poética epocal como las del barroco histórico español (Góngora, Quevedo, Lope de Vega), o en los poemas de las distintas manifestaciones de las vanguardias estético-históricas europeas de inicios del siglo XX y en sus recepciones descentradas, sin olvidar ese verdadero talismán materialista de la poética del siglo XIX: Un coup de dés de Mallarmé. Restringiéndonos al área latinoamericana posterior a la vanguardia histórica es ejemplar en este sentido En la masmédula (1954) del argentino Oliverio Girondo, libro de "culto" para cualquier literatura que prestigie antes que nada la experimentación verbal radical. Aquí, en Girondo, ya podemos hablar de una real "poética del significante" asumida en la conciencia de su autor, aunque el hilo conductor de la respiración poética sea la expresividad del yo lírico y no tanto ese simulacro de automatismo lingüístico, de autonomía verbal que parece desprendido de todo emisor y actuar por su propia cuenta, ese "lenguaje hablando por sí mismo" que caracterizarían -en su efecto más que en su causa- a una "poética del significante". Herederos de la aventura de Girondo en su propio país, Argentina, son Hugo Gola (1927) y, más obsesivamente en su ambición paronomástica el también crítico Saúl Yurkievich (1930).

La resonancia de Girondo parece dar una vuelta antes de tocar subsuelo "neobarroso", aunque la vinculación con estos poetas parecería obvia. La curva que traza, pasa, toca y sigue lo hace a través de una obra maestra de uno de los fundadores de la Poesía Concreta: Haroldo de Campos. La obra es Galaxias (1984). En estos textos la poesía de Haroldo de Campos avanza por contagio significante y amplía los períodos rítmicos al límite de la página. El libro - porque la concepción de la obra no es la de una colección de poemas sino la de un libro integral, elemento orgánico a la vez que aglutinador en tanto puede generar una experiencia poética completa - no tiene tema fijo: el tema es el libro mismo, una entidad capaz de reunir cualquier experiencia, real o imaginaria, libresca o existencial de su autor. En la medida en que el texto avanza el libro parece cumplir con uno de los destinos más certeros de una "poética del significante" cuando es llevada al límite de radicalidad: se transforma en una suerte de ritual de devoración referencial, absorbiéndolo todo, convirtiendo en significante cada realidad referida y, muchas veces, a la manera de James Joyce del Finnegas Wake (1939), devorándose a sí mismo, autofágicamente, por generación de un sentido que no sale de ahí, del texto.

El poema "neobarroso" oculta algo más obvio que su revelación del simulacro estético, social e histórico de nuestra época: oculta una deuda, bajo parodia, con el concepto de "neobarroco" vislumbrado por José Lezama Lima: una deuda no como algo a pagar sino como algo a reconocer. ¿Qué hay realmente en Lezama Lima que desea el "neobarroso"? No el imaginario verbal que el poeta cubano supo desarrollar como nadie en América Latina a través de la lectura de Luis de Góngora y su estirpe. Más bien quiere esa peculiar visión de la poesía como sustrato mítico-simbólico activo y permanente, presente, capaz de reabsorber y redimensionar en su caldo genealógico a la historia misma y a algunos de sus agentes emblemáticos. No quiere su especialísimo poder de resaltar léxicos inusuales en el dominio poético, ampliando el campo semántico del texto a una territorialidad sin fronteras en cuanto a su demarcación. Esa vocación de conquista territorial no es privativa de Lezama Lima y es frecuente en la poesía del siglo XX. Se la ve con nitidez en los Cantares de Ezra Pound o en Anábasis de Saint-John Perse. Menos aun hay el deseo de metáfora, omnívoro en Lezama Lima, traído del barroco histórico. Lo "neobarroso", ya se ha dicho aquí, ha elegido una y otra vez a la metonimia como recurso casi antitético de la metáfora por considerar que en la metáfora hay una ambición de Poder y de legitimación de ordenamientos simbólicos. Lo que desea el "neobarroso" del "neobarroco" es, justamente, la capacidad de ensimismamiento textual, de sonambulismo autorreferencial, de posibilidad paradójica, de proliferación y de encierro significante. Si bien la capacidad hermética en Lezama Lima se orienta a hacer recaer el signo sobre sí mismo no por bloqueo del mundo referencial sino por rebote significante -no hay, en efecto, correspondencia entre palabra y mundo, más allá de la arbitrariedad del signo lingüístico, si no se reactualiza el sedimento mítico de la poiesis-, "entre" la vuelta del signo a su autoalusión ha quedado registrado, ahí, en ese inmenso pliegue del volver, un cosmos también autoabastecido pero inmensamente rico en alusiones, inmensamente polisémico, que sólo la palabra puede dar como ofrenda pero donde la palabra no puede quedarse porque ya no hay ahí lugar para ella. La palabra debe regresar al poema. No se trata tanto de la autonomía del poema como, mejor, de la soledad del poema. Esa es la conciencia que el poema "neobarroso" demanda para sí mismo y que desarrolla puntualmente.

IV. Recurso al presente
Un poema, el "neobarroso", que sólo soporta ser definido por aproximación; un "movimiento" poético que no puede considerarse como tal en la medida en que sus posibles integrantes no juegan a la necesidad de responder a un orden de cosas poético y cultural - y social - en grupo; los trazos de una poética que se delimitan por comparación o por rechazo ante modelos fijos. Sin embargo, el poema "neobarroso" está ahí. Y los poetas también: Néstor Perlongher, Roberto Echavarren, José Kozer, Eduardo Espina, Arturo Carrera fueron alineados entre otros, como poetas representantes de una actividad "neobarrosa". Junto al crítico mexicano Jacobo Sefamí, Echavarren y Kozer publicaron en 1996 bajo el sello editorial de Fondo de Cultura Económica de México la antología Medusario. Muestra de poesía latinoamericana. El subtítulo de la antología es correcto: la muestra excede, en cuanto a pluralidad selectiva, la posible representación de un "equipo" de poetas "neobarrosos" que cumpla con las condiciones textuales ya mencionadas: espíritu y actitud lingüística experimentales, crítica al orden social e ideológico establecidos; autocrítica del lenguaje poético. Sin embargo, los autores "neobarrosos" antologados son, en efecto, los exponentes más radicales de la muestra. La antología incluye, también, algunos textos crítico-teóricos, como los de Perlongher y Echavarren, que echan suficiente luz tal vez no sobre lo que sería lo propiamente "neobarroso" pero sí sobre el estado actual de la poesía latinoamericana, que no ha cambiado sustancialmente desde la publicación de ese libro. Una considerable cantidad de autores que incluye, para comenzar, al mismo José Lezama Lima, pasa por textos de Haroldo de Campos traducidos al español por Perlongher y Héctor Olea, recupera al hispano mexicano Gerardo Deniz - un temprano desobediente lírico de la poesía mexicana -, incluye a Mirko Lauer y Rodolfo Hinostroza, hasta llegar a los más jóvenes como el chileno Raúl Zurita o el ya mencionado Eduardo Espina, ofrecen un panorama ineludible de la poesía latinoamericana que se escribe en la actualidad. El propósito de la muestra parece ser la: indicación de un estado de cosas poético inestable, esto es, "neobarroso" en cuanto al suelo de nuestra lírica. Los poetas no están presentados de acuerdo a un linaje o una ascendencia determinada o preestablecida: cada ejemplo parece constituir su propia ascendencia y acoplarse, por contigüidad, a un decurso sin desembocadura fija en el presente lírico que promete durar. José Lezama Lima encabeza la selección por legitimidad radical, no por constitución de un discipulado que lo seguirá en el texto. Pero todos los poetas antologados manifiestan, sin excepción, una actitud más o menos problemática ante la poesía, el lenguaje y su función. La antología capta un momento de crisis del lenguaje poético latinoamericano. Sin embargo, no se trata de un corte sincrónico con el fin de aclarar el momento de crisis, salvo que la crisis hubiera comenzado con mucha anterioridad a este presente antológico, con la vanguardia y sus herederos, con el propio Lezama Lima. Y que esas heridas no hubieran cicatrizado nunca (las del lenguaje, las del lugar de la poesía, la de su función). Y que prometieran no cicatrizar.

Más allá del gusto del lector, hay una verdad insoslayable en el planteo del momento - me parece la palabra más justa para plantear la cuestión "neobarrosa" -. Se trata - y esto es común en esos poetas - de una asunción: la de que escribir poesía en nuestra época comporta un fuera de lugar, un estar en falso y en posición inestable. Y que ese desequilibrio en la posición debe ser evidenciado, mostrado una y otra vez como condición de toma de partido por el quehacer poético. No se trataría - o no se trata únicamente - de haber oído de nuevo la pregunta - verdadero clamor - de Hölderlin: "…¿y para qué poesía en tiempos de penuria"?, o, más cercanamente haber escuchado la "prohibición" - corregida luego por él mismo - de Adorno en cuanto a la imposibilidad de escribir poesía luego de los acontecimientos de Auschwitz. Ambas proposiciones son tendenciosas y organizan cada una su ciclo: la primera, mítico; la segunda, histórico, de imposibilidades. En la década de los ochenta el siglo XX todo poeta medianamente consciente tiene presente y activada en su memoria la retirada del escenario espiritual de los dioses y muy presente la lógica criminal del nazismo. Ambos "acontecimientos", en sus distintos órdenes, pertenecen a la memoria cultural e histórica del hombre actual. Sólo que ambos hechos no son cristalizaciones de la desolación y el horror, momentos excepcionales insertos en la continuidad de una existencia apacible. Han sido avisos, puestas en cara de lo que no dejó de ocurrir, de lo que sigue ocurriendo. El desamparo, la guerra, las masacres de inocentes, la discriminación, la explotación del hombre por sus semejantes, el hambre, son el material no sólo de la memoria del hombre desde hace dos siglos sino la materia prima de su conciencia y de su experiencia actuales. Esa materia-prima es también poética. ¿Cómo apartar demasiado tiempo esa conciencia para poder escribir? ¿Debe entenderse todavía al fenómeno poético en su función exclusiva de creador de belleza? Estas preguntas están contestadas desde Baudelaire en forma explícita. Pero en cada etapa histórica, en cada momento de la existencia, en cada instante del poema esas preguntas continúan presentándose para configurar una nueva estrategia de respuestas en cada caso particular e individual. Toda vanguardia es propositiva ante estas interrogantes. Las vanguardias históricas lo fueron: el cambio en la percepción estética y en la realización artística a principios del siglo XX correspondían a un cambio mayor: el del ordenamiento social y el de la mentalidad. El centramiento de gran parte de la temporalidad histórica del siglo XX en la búsqueda de transformación social relegó muchas veces lo artístico a un segundo o a un tercer plano en su ética transformadora. La Poesía Concreta, por ejemplo, cargó las tintas en la transformación artística pero no sólo en eso; hay que recordar el momento político de la Poesía Concreta, el llamado "salto participante". Desde la década de los sesenta del siglo pasado era muy rara una propuesta estética que no tomase en cuenta la problemática social a no ser que, expresamente, se rebelara ante la idea.

Si bien la poesía "neobarrosa" no es propositiva sí es una poesía expresamente atenta a la situación social en que se inscribe su escritura. Muy especialmente atenta en un libro de Perlongher: Alambres (1987) extraordinariamente atenta en un poema de Alambres: "Hay cadáveres". El texto hace, todo el tiempo, señales indirectas a la situación socio-política argentina denominada "la guerra sucia", momento crucial de la historia contemporánea de ese país durante el cual se asesinaron cerca de 30,000 personas con la coartada de la "lucha contra la subversión". "Hay cadáveres" es el estribillo que cierra cada estrofa del poema de Perlongher, refiera la estrofa a lo que refiera. El poema no tiene un motivo determinado: situaciones nimias de la existencia cotidiana, situaciones literarias asimiladas mentalingüísticamente por el texto, alusiones a la historia argentina o a sus protagonistas, parodias de registros del habla de las telenovelas, son planteadas en pie de igualdad de lenguaje y reconducidos a esa desembocadura textual: "Hay cadáveres". Los cadáveres en el texto se vuelven el referente omnipresente. ¿Quién o quiénes han muerto? La pregunta parece fuera de lugar ante una respuesta que no se la hace, que se afirma por sí misma como una verdad absoluta. La pregunta, en realidad, debería ser otra: ¿en qué momento de la historia del siglo XX ya no pudimos olvidar que siempre hay cadáveres? Perlongher responde de esa manera especialmente brutal, casi escatológica, también a la pregunta por la posibilidad de una poesía desatenta a la historia y desatenta a la vida misma. Para Perlongher el arte poético no puede oficiar como ningún tipo de coartada para olvidar saber lo que se sabe.

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Eduardo Milán nasceu em Rivera (Uruguai), em 1952. Reside hoje no México, onde leciona Literatura na Universidade Nacional Autónoma de México (UNAM). Foi crítico literário da revista Vuelta. Publicou, entre outros, os seguintes livros de poesia: Estación, Estaciones (1975), Esto Es (1978), Nervadura (1985), Cuatro Poemas (1990), Errar (1991), La Vida Mantis (1993), Algo Bello que Nosotros Conservamos (1995), Circa 1994 (1996), Son de Mi Padre (1996), Alegrial (1997), El Nombre es Outro (1997) e Dedicado a lo que Queda (1997). Sua obra poética está reunida no volume Manto (1999). Milán também publicou dois volumes de ensaios, Una Cierta Mirada (1989) e Resistir - Insistencias Sobre el Presente Poético (1994). No Brasil, foi publicada a antologia Estação da Fábula (Fundação Memorial da América Latina, 2001), com traduções de Claudio Daniel.


Leia também uma entrevista com Eduardo Milán, traduções de seus poemas e um ensaio do autor sobre Haroldo de Campos.

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[ ZUNÁI- 2003 - 2005 ]